martes, 8 de mayo de 2012

NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN


NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
REINA DE LA ARGENTINA
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   Desde siempre y para siempre, la Argentina fue y será tierra de María Santísima. Heredó de España su fervor mariano, y ese fervor fue transmitido a través de las generaciones. Los grandes hombres que forjaron nuestra Nación, han tenido entrañable amor a la Madre de Dios, y lo han manifestado de mil formas con viril ternura. Ellos han reconocido y proclamado a María como Reina de este suelo bendito, porque vieron con gozo patriótico, la predilección de la Excelsa Señora por nuestra Nación. Vieron Su voluntad de reinar en cada hogar, en cada pueblo, en cada provincia. Reconocieron las gracias sin fin que derrama sobre quienes a Ella acuden en los Santuarios donde se veneran sus prodigiosas Imágenes, que coronaron solemnemente, en tanto, junto con el pueblo fiel, dejaban a sus plantas infinidad de obsequios de gratitud y amor.
   Nada ni nadie podrá quitar esta gracia que la bondad infinita de Dios quiso concedernos. Es un privilegio que no merecemos, pero que es innegable. María Santísima es la Reina de la Argentina, Madre amorosa de todos sus habitantes, aún de aquellos que la desconocen o la olvidan. Es la Generala de sus Ejércitos, la Estrella que guía sus naves del mar y del aire. Es la Protectora de sus campos, la Patrona de sus caminos, de sus instituciones.
   Cuando un imperio orgulloso quiso adueñarse de estas tierras, e implantar aquí sus herejías, tuvo que humillar su poderío ante el cetro de esta gran Reina y Señora, que lo abatió con el arma invencible de todos los tiempos: el Santísimo Rosario.
   Esta es tierra de María, la bandera Argentina es un trozo de Su manto, un regalo de Su Purísimo Corazón, una señal de Su protección. Por eso nuestra bandera es la más bella, la más pura, la más santa, porque esta bandera es el mismo manto de María Inmaculada.
   María Santísima es la Reina de la Argentina. Quiso manifestamos Su Realeza en la Imagen pequeña, sacrosanta y prodigiosa de Luján. Eligió Ella misma esa Villa como sede de Su trono para establecer Su Reino en nuestros corazones y en toda la Patria. A su magnífico Santuario quiere que acudan todos sus súbditos, sus hijos, para derramar sobre ellos toda clase de gracias y bendiciones. Allí, a los pies de Su trono de Luján, Pastores y Autoridades, y la Nación entera, unida a los otros pueblos del Plata, le juraron fidelidad y proclamaron ante la faz de la tierra Su Patronazgo y Su Realeza.
   Pero llegaron estos tiempos aciagos. Estamos invadidos por el más crudo materialismo; son tiempos de desorientación, de mentira, de muerte. El pecado todo lo destruye o corrompe. Es necesario elevar un clamor filial y confiado a la Dulce Señora, y recordar Su predilección para con nuestro pueblo, y corresponder con verdadera conversión de costumbres. Los mandamientos son pisoteados, imposible volver a ellos sin la Gracia. Pero María Santísima, Medianera de todas las Gracias, hará que nuestra sociedad argentina vuelva a Dios, a condición de que cumplamos su pedido: el Santo Rosario, la penitencia, la vuelta a la ley de Dios, desterrando modas y costumbres abominables, a costa de cualquier sacrificio.
   Ella ha dado gracias especiales para que de diversa forma, pero con un mismo espíritu se trabaje por Su Reino en todos los ámbitos del país. Son almas ignoradas, obras, hechos, que el mundo no puede o no quiere ver. Unámonos todos a las órdenes de María Santísima, Nuestra Señora; la victoria y la paz han sido concedidas por Dios exclusivamente a Su Inmaculado Corazón. A El está consagrada la Argentina y Ella nos lo ha dicho: "Mi Corazón Inmaculado Triunfará".
   Unidos en el Santo Rosario y en la adoración eucarística, volvamos nuestros ojos y nuestros corazones a la Señora de Luján, pero sin dejar de escuchar Su dulce mandato de siempre: "Haced lo que El os diga".



  • * Revista "Regina Angelorum", agosto 1978.
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MARTES V SEMANA PASCUA


PRIMERA LECTURA

Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 14, 19-28
En aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.
Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe; después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfifia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 144, 10-11. 12-13ab. 21 (R.: cf. 11)
R. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tú reinado.

O bien:
Aleluya.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R.
Explicando tus hazañas a los hombres,
a gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás. R.

Aleluya  Lc 24, 26
Era necesario que el Mesías padeciera
y resucitara de entre los muertos,
para entrar en su gloria.

EVANGELIO
Mi paz os doy
Lectura del santo evangelio según san Juan  14, 27-31a
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»

Palabra del Señor.