23 de octubre
Los cuarenta años de vida activa del fraile franciscano Juan de Capistrano transcurrieron casi exactamente en la primera mitad del siglo XV, puesto que ingresa en la Orden a los treinta años de su edad, en 1416, y muere a los setenta, en 1456. Si recordamos que en este medio siglo se dan en Europa sucesos tan importantes como el nacimiento de la casa de Austria, el concilio, luego declarado cismático, de Basilea y la batalla de Belgrado contra los turcos, y añadimos después que en todos estos acontecimientos Juan de Capistrano es, más que partícipe, protagonista, se estimará justo que le califiquemos como el santo de Europa.
Juan de Capistrano, ya en
su persona, parecía predestinado a su misión europea, pues, más que
de una sola nación, era representativo de toda Europa.
Es europeo el hombre:
italiano de nación, porque la villa de Capistrano, donde nace, está
situada en los Abruzzos, del Reino de Nápoles; francés, si no por
familia, como algunos autores creen, a lo menos por adopción, pues su
padre era gentilhombre del duque de Anjou, Luis I; por la estirpe procedía
de Alemania, según las «Acta Sanctorum» de los Bolandos, que sigo
fundamentalmente en este escrito; por ciudadanía, hablando lenguaje de
hoy, podría decirse español, al menos durante un tiempo, como súbdito
del rey de Nápoles, cuando lo era Alfonso V de Aragón; por sus
estudios y vida seglar, ciudadano de Perusa, a la sazón ciudad
pontificia; húngaro también, pues los magyares lo tienen por héroe
nacional y le han alzado una estatua en Budapest, y por su muerte, en
fin, balcánico, pues falleció en Illok, de la Eslovenia.
En cuanto al santo, esto
es, el hombre que se santificó en el apostolado, era, si cabe, aún más
europeo, ya que se pasó la vida recorriendo Europa de punta a punta. A
pie o en cabalgadura hizo y deshizo caminos; por el norte, desde Flandes
hasta Polonia; por el sur, desde España, aunque su paso por nuestra
patria fuera fugaz, hasta Servia.