"Quién fue
el que primero introdujo en África la fe cristiana se disputa aún; pero consta
que ya antes de la misma edad apostólica floreció allí la religión, y
Tertuliano nos describe de tal manera la vida pura que los cristianos africanos
llevaban, que conmueve el ánimo de sus lectores. Y en verdad que aquélla región
a ninguna parecía ceder en varones ilustres y en abundancia de mártires. Entre
éstos agrada conmemorar los mártires scilitanos, que en Cartago, siendo
procónsul Publio Vigellio Saturnino, derramaron su sangre por Cristo, de las
preguntas escritas para el juicio, que hoy felizmente se conservan, se deduce
con qué constancia, con qué generosa sencillez de ánimo respondieron al
procónsul y profesaron su fe. Justo es también recordar los Potamios,
Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y "muchos hermanos mártires" que
las Actas enumeran de manera general, aparte de los mártires aticenses,
conocidos también con el nombre de "masas cándidas", o porque fueron
quemados con cal viva, como narra Aurelio Prudencio en su himno XIII, o por el
fulgor de su causa, como parece opinar Agustín. Pero poco después, primero los
herejes, después los vándalos, por último los mahometanos, de tal manera
devastaron y asolaron el África cristiana que la que tantos ínclitos héroes
ofreciera a Cristo, la que se gloriaba de más de trescientas sedes episcopales
y había congregado tantos concilios para defender la fe y la disciplina, ella,
perdido el sentido cristiano, se viera privada gradualmente de casi toda su
humanidad y volviera a la barbarie."
lunes, 3 de junio de 2013
LUNES DE LA IX SEMANA
PRIMERA
LECTURA
Tobías temía
a Dios más que al rey
Lectura del libro de Tobías 1, 1a. 2;
2, 1-9
Tobías,
ciudadano de la tribu de Neftalí, fue deportado en tiempo de Salmanasar, rey de
Asiria; a pesar de vivir en el exilio, no abandonó el camino de la verdad.
El
día de la fiesta del Señor, Tobías, que tenía preparada una buena comida en su
casa, dijo a su hijo:
–Vete
a invitar a algunos hombres piadosos de nuestra tribu, para que coman con
nosotros.
A
poco de marchar, regresó diciendo que habían estrangulado a un israelita y lo
habían tirado en la plaza.
Pegó
un salto, dejó la mesa sin probar bocado y fue a donde estaba el cadáver; lo
recogió y a escondidas se lo llevó a casa, para enterrarlo sigilosamente a la
caída del sol. Una vez escondido el cadáver, se puso a comer, apenado y desazonado,
recordando lo que había dicho el Señor por medio del profeta Amós: «Vuestras
fiestas se convertirán en funerales y elegías.»
Una
vez puesto el sol, se fue a enterrarlo. Los vecinos le regañaban, diciéndole:
–Por
este motivo te condenaron una vez a muerte, y a duras penas te libraste de le
ejecución, ¿cómo es posible que vuelvas a lo mismo?
Pero
Tobías, que temía a Dios más que al rey, seguía recogiendo los cadáveres de los
asesinados, los escondía en su casa y a media noche los enterraba.
Palabra del
Señor.
Salmo responsorial Sal 111,
1-2.3-4. 5-6
R.
Dichoso quien teme al Señor.
O bien:
Aleluya.
Dichoso
quien teme al Señor
y ama de
corazón sus mandatos.
Su linaje
será poderoso en la tierra,
la
descendencia del justo será bendita. R.
En su casa
habrá riquezas y abundancia,
su caridad
es constante, sin falta.
En las
tinieblas brilla como una luz
el que es
justo, clemente y compasivo. R.
Dichoso el
que se apiada y presta,
y administra
rectamente sus asuntos.
El justo
jamás vacilará,
su recuerdo
será perpetuo. R.
EVANGELIO
Agarraron al
hijo querido, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña
+ Lectura del santo Evangelio según
San Marcos 12, 1-12
En
aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los
letrados y a los senadores:
–Un
hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la
casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo
envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña.
Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les
envió otro criado: a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo
mataron; y a otros muchos, los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo
querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían.
Pero
los labradores se dijeron:
–Este
es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia.
Y
agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué
hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a
otros.
¿No
habéis leído aquel texto: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»?
Intentaron
echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la
gente, y se marcharon.
Palabra del
Señor.
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