VIERNES DESPUÉS DE LA OCTAVA DEL CORPUS:
FESTIVIDAD DEL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
El
protestantismo en el siglo XVI, y el jansenismo en el XVII, habían
puesto todos los medios posibles para desfigurar uno de los dogmas
esenciales del cristianismo, cual es el amor de Dios a todos los
hombres.
Era pues menester que el Espíritu de amor, que rige siempre a la
Iglesia, encontrase un medio nuevo para oponerse a la herejía
avasalladora, a fin de que la Esposa de Cristo, lejos de ver disminuir
su amor a Jesús, lo sintiese acrecentado cada día más y más.
En el culto católico, en esa norma tan segura de nuestra creencia, fue
donde se verificó tal manifestación, al instituirse la festividad del
Corazón sacratísimo de Jesús.
Un autor anónimo del siglo XII, tenido por S. Bernardo, nos habla en el
Oficio de este día de la majestad de este Santo de los Santos, de esta
Arca del Testamento del Corazón de Jesús, tierno amigo de las almas.
Las dos vírgenes benedictinas Santa Gertrudis y Santa Matilde (siglo
XIII) tuvieron una visión muy clara de toda la magnitud de la devoción
al Sagrado Corazón. San Juan Evangelista. apareciéndose a la primera, le
anunció que " la revelación de los dulcísimos latidos del Corazón de
Jesús, que él mismo había oído al recostarse sobre su pecho, estaba
reservada para los últimos tiempos, cuando el mundo, envejecido y
enfriado en el divino amor, tendría que calentarse con la revelación de
estos misterios". Este Corazón, dicen las dos santas, es un altar sobre
el que Cristo se ofrece al Padre como hostia perfecta y en todo
agradable. Es un incensario de oro, del que se elevan hasta el Padre
tantas columnas de incienso, cuantos son los hombres por los cuales
Cristo padeció. En este Corazón se ennoblecen y se tornan gratas al
Padre las alabanzas y acciones de gracias que a Dios damos y todas
cuantas buenas obras hacemos.
Mas para hacer que este culto fuese público y oficial, la Providencia
suscitó primeramente a San Eudes, el cual compuso ya en 1670 un Oficio y
misa del Sagrado Corazón.
Después
escogió Dios a Santa Margarita María Alacoque, a la que, el 6 de Junio
de 1675, Jesús mostró su Corazón, en Paray-le-Monial, mandándola se
estableciese una fiesta del Sagrado Corazón el Viernes que sigue a la
Octava del Smo. Sacramento. Del Beato Claudio de la Colombiere, jesuita y
confesor de la vidente salesa, heredó la Compañía de Jesús el celo para
extenderla más y más. Dignóse luego Jesús aparecerse al V. P. Hoyos
en España.
La solemnidad del Sagrado Corazón resume todas las fases de la vida de
Jesús, que la liturgia había recorrido desde Adviento hasta el Corpus, y
constituye un tríptico admirable con todos los misterios gozosos,
dolorosos y gloriosos de la existencia del Salvador, gastada toda ella
en amar a su Padre y a los hombres. De ahí que esta fiesta se halle
colocada en un punto culminante, desde donde se puede abarcar de una
sola mirada el pasado trabajoso de los actos redentores de Cristo, y el
glorioso porvenir de las victorias que obtendrá mediante la acción del
Espíritu Santo en las almas hasta la consumación de los siglos.
Viene esta fiesta después de las de Cristo, y así las completa
condensándolas todas en un objeto único material, que es el Corazón de
carne de un Dios, y otro formal, o sea, la inmensa caridad de Cristo
simbolizada en ese Corazón. Esta festividad no se relaciona con ningún
misterio en particular de la vida del Salvador, sino que los abarca
todos; y, por ende, la devoción al Sagrado Corazón se extiende a todos
los beneficios que durante todo el año nos ha prodigado la caridad
divina. Ésta es la fiesta del amor de Dios a los hombres. Lejos de
compartir la Iglesia la esterilizadora frialdad jansenista, que concibe a
Dios como un genio dañino y temible, nos invita a considerarle ante
todo como a bondadoso Padre, diciéndonos que sintamos del Señor en
bondad, que le llamemos Padre a boca llena y a Jesús Hermano nuestro
mayor, que ha tenido a bien compartir con nosotros la herencia eterna.
Cualquiera que sea la función que el corazón desempeñe en el organismo
humano, cierto es que se ha tomado por sabios e ignorantes como centro
de las emociones que producen en esa víscera su correspondiente
sacudida, considerándole, por lo mismo, como asiento del amor. y no hay
en este culto tan extendido, tan fecundo en frutos espirituales, pugna
alguna con ninguno de los principios dogmáticos, ni es una
condescendencia con el sentimentalismo moderno, ni una devoción de niños
y mujerzuelas. Jesús quiere y pide se honre a su sacratísimo Corazón,
porque con ello se honra también a toda su persona divino-humana, toda
vez que el culto va directa o indirectamente a la persona.
Las
manifestaciones del amor de Cristo, haciendo resaltar más la ingratitud
de los hombres, que no corresponden sino con frialdad e indiferencia,
son causa de que esta solemnidad ofrezca también un aspecto de
reparación.
Vayamos a la escuela del Corazón de Jesús, cuyo amor
dulce y humilde a nadie rechaza, y en él encontraremos descanso para
nuestras almas.
Dos pensamientos dominantes hay en la misa de la fiesta, lo mismo que
en el nuevo Oficio: el amor que Jesús nos tiene y la reparación que se
le debe por el desamor y las ofensas de los hombres.