MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
  DÍA 18 
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS LA MEJOR HONRA 
I 
   Llámanse ilustres y honrados
  según el mundo los que obtienen por sus merecimientos o por su fortuna el
  favor de los príncipes, y tienen libre entrada y valioso influjo en los
  palacios de los poderosos. A los tales se mira por la generalidad con
  admiración mezclada de secreta envidia: mas que por sus riquezas y poderío se
  les señala por el lustre que rodea su nombre, por el esplendor en que viven
  sus familias, por la consideración y respeto que les tienen sus
  conciudadanos y, no obstante, ¡cuán fugaz y pasajera es esta gloria humana, y
  cuán fácilmente se trueca en olvido, y quizá en espantosa desgracia! Llenas
  andan las historias de esas catástrofes de la humana vanidad; más de una vez
  se han tocado en un mismo día los extremos de la mayor elevación y de la
  mayor ignominia; el trono quizá ayer, y hoy el cadalso. 
   No es tal la gloria y el honor, que a
  sus servidores concede el Sagrado Corazón de Jesús. Los validos y favoritos
  de este generoso Monarca no pierden nunca la gracia real, si no renuncian a
  ella espontáneamente con un voluntario apartamiento. Son admitidos a su más
  dulce intimidad, y poseen cerca de El la más omnímoda influencia. De su
  recomendación pueden servirse para alcanzar del Padre cuanto les fuera
  conveniente para sí o para sus hermanos; ni se mostró más blando y dadivoso
  con los suyos aquel antiguo José, de lo que con nosotros quiere mostrarse
  nuestro hermano mayor Jesucristo. A los que le hayan hecho fielmente la corte
  en vida, promete el asiento junto a sí para juzgar al mundo en el supremo
  tribunal. A los que por suyo le hayan tenido acá entre los hombres, promete El reconocerles por suyos ante su
  Padre Celestial. 
  
  Medítese unos
  minutos. 
II 
   Si gloria y honores y real privanza
  ambicionas, alma mía, ambiciona ésta que sólo puede darte el Sagrado Corazón.
  Oye lo que dijo a Sus discípulos, y en ellos a todos nosotros: "Ya no os
  llamaré siervos, porque el siervo ignora lo de su señor; os llamaré, sí,
  amigos, porque todo lo que de mi Padre recibí, lo comuniqué a vosotros".
  ¿Qué príncipe de la tierra habló jamás así a un vasallo a quien quisiese
  honrar? 
   Así lo reconozco, Jesús mío, y por esto
  en adelante no quiero ya otra gloria ni otro honor que los que resultan de
  serviros a Vos. Guárdense los reyes sus palacios, los cortesanos su codiciado
  influjo, los poderosos las mercedes con que honran a sus amigos. Téngase
  estos engañosos favores, que tan caros se compran y tan fácilmente se
  pierden. 
   No excitará ya mi codicia el brillo
  de los pomposos arreos, de los elevados puestos, del esclarecido renombre,
  del aura popular incierta y veleidosa. 
   ¡Oh Jesús mío! Quien como Vos vive,
  éste alcanza la mayor privanza: quien puede llamarse vuestro, éste adquiere
  el más distinguido título de honor. Ni más deseo, ni quiero pasar por menos.
  Sea ésta mi principal nobleza. La cruz, la herida cruel y la corona de
  espinas que mostráis en vuestro Corazón, he aquí mis blasones, únicos que me
  han de dar a conocer en el juicio por cortesano de vuestro palacio. Ambicioso
  soy, Jesús mío, y no me contento con menos que con reinar junto a Vos en la
  gloria que preparáis a vuestros escogidos. Dadme cada día más de esos
  verdaderos honores, y haced que los alcance un día en vuestro reino celestial. 
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