JUEVES SIGUIENTE A LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
FIESTA  
DEL 
SANTÍSIMO 
CUERPO
         
DE CRISTO 
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         Grande inestimable dignidad
        dan al pueblo cristiano los inmensos beneficios que de la divina
        largueza ha recibido. Porque no hay ni hubo jamás tan esclarecida nación,
        que tuviese dioses tan allegados y vecinos como lo es para nosotros
        nuestro Dios. Queriendo el Unigénito del Padre celestial hacernos
        participantes de su divinidad, revistióse de nuestra naturaleza, para
        que hecho hombre, hiciese dioses a los hombres. Y aun esto que tomó de
        nuestro linaje, todo lo empleó para nuestra salud y remedio: su cuerpo
        ofreció como hostia de reconciliación a Dios Padre en el ara de la
        cruz: su sangre derramó como precio de nuestro rescate, y como agua en
        que nos limpiásemos de todas nuestras culpas; y para que tuviésemos un
        continuo recuerdo de tan gran beneficio, nos dejó su Cuerpo y Sangre,
        para que debajo de las especies de pan y de vino, le recibiesen los
        fieles. ¡Oh precioso y admirable convite, saludable y lleno de toda
        suavidad! En él, el pan y el vino se convierten substancialmente en el
        cuerpo y la sangre de Cristo; y Cristo verdadero Dios y hombre, está
        debajo de las especies de un poco de pan y de vino. De esta suerte es
        comido por los fieles, y no es despedazado; antes, dividido el
        Sacramento, permanece entero en cada partícula. Los accidentes
        subsisten en él sin la substancia; no hay sacramento más saludable que
        éste, con el cual se limpian los pecados, se acrecientan las virtudes,
        y el alma se alimenta con la abundancia de todos los espirituales carismas.
        Ofrécese en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a
        todos aproveche lo que para la salud de todos fue instituido.
        Finalmente, la suavidad de este Sacramento nadie puede explicarla; pues
        en él se gusta la dulzura espiritual. en su misma fuente, y se renueva
        la memoria de aquélla infinita caridad que mostró Cristo en su Pasión.
        Y así para que más hondamente se imprimiese en los corazones de los
        fieles la inmensidad de aquel amor, instituyó este Sacramento en la última
        cena, cuando después de celebrar la Pascua con los discípulos, iba a
        pasar de este mundo al Padre: y lo dejó para que fuese memorial perenne
        de su Pasión, cumplimiento de las figuras de la ley antigua, el mayor
        de los milagros que obró, y particular consuelo de los que habían de
        entristecerse con su ausencia. Conviene, pues, a la devoción de los
        fieles, hacer solemne memoria de la institución de tan saludable y tan
        maravilloso Sacramento, para que veneremos el inefable modo de la divina
        presencia en este Sacramento visible y sea ensalzado el poder de Dios,
        que obra en él tantas maravillas, y se le hagan las debidas gracias por
        merced tan saludable y regalo tan dulce. (Serm. de Sto. Tomás de A.,
        opúsc. 57).
HISTORIA DE ESTA CELEBRACIÓN 
           En 1208, habitaba en un monasterio de
        religiosas hospitalarias, una joven de 16 años, llamada Juliana de
        Monte Cornillon. Devotísima del Santísimo Sacramento, gustaba meditar
        profundamente en ese misterio de amor. Una noche vio en sueños una
        especie de luna llena, pero desportillada y oscura en uno de sus radios.
        La visión se repitió en adelante en otras muchas veces. Al cabo de dos
        años de oraciones y penitencias, le pareció entender que el disco
        luminoso figuraba el ciclo de fiestas litúrgicas, y que el espacio vacío
        y oscuro acusaba en él la falta de una solemnidad importante, que era
        la de Santísimo Sacramento. Animada por sobrenatural impulso, trabajó
        con las autoridades eclesiásticas para que dicha fiesta se estableciera
        en la Iglesia, y en 1264 el Papa Urbano IV la extendió a la Iglesia
        universal;
        Clemente V, en 1311, la declaró obligatoria para toda la cristiandad, y
        Juan XXII; en 1316, la completó con una Octava privilegiada y una
        solemne Procesión.
        
   "Aunque ya se hace memoria (de la
        institución de la sagrada Eucaristía) en el cotidiano Sacrificio de la
        Misa, creemos no obstante que, para confundir la perfidia de los
        herejes, es digno de que, por lo menos una vez al año, se celebre en su
        honor una fiesta especial. De esta manera se podrán reparar todas las
        faltas cometidas en todos los sacrificios de la Misa y pedir perdón de
        las irreverencias en que se haya incurrido durante su celebración y del
        descuido en asistir a ella...". Así se expresaba el Papa
        Urbano IV en su bula, indicando a la vez el objeto y el espíritu de
        esta nueva solemnidad.
   Como se ve, todo gira aquí en torno a la
        idea del Santo Sacrificio de la Misa, que es el objeto principal de la
        devoción eucarística en general u de la fiesta del Corpus en
        particular. Es un toque de atención para encarecer la importancia de la
        Misa, y una fiesta de reparación y desagravio por la defectuosa
        asistencia, por parte de unos, y la inasistencia, por parte de otros, al
        augusto Sacrificio.
 REFLEXIÓN
  
      
   ¡Con cuánta solemnidad
      celebra la Iglesia este santo día! Para él guarda la procesión más
      solemne del año en la cual es llevado en triunfo Jesucristo Sacramentado,
      como a Rey de todos los hombres. Desea que nadie se dispense de asistir a
      ella: sino con grave causa. Pero una vez que asistamos, sea no por humanas
      miras o respetos que tanto desagradan a Dios, sino por agradecerle de
      corazón el inmenso beneficio de quedarse entre nosotros hasta el fin del
      mundo.
    Oh Dios, que en un admirable Sacramento
nos dejaste memoria de tu Pasión, rogámoste nos concedas, que Veneremos los
sagrados misterios, de tu cuerpo y sangre, de manera que experimentemos
continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén.