14 de enero 
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Fuente: EWTN 
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14 de Enero San Juan de RiveraArzobispo de Valencia
San Juan de Rivera: ruega por los 
universitarios,  
por los colegiales, por los sacerdotes y los obispos para que se vuelvan santos y salgan vencedores de los ataques de los enemigos de la salvación. 
Nació en la ciudad de Sevilla, España. Su padre era virrey de 
Nápoles. Creció sin el amor materno, porque la madre murió cuando él era todavía 
muy niño. Pero en sus familiares aprendió los más admirables ejemplos de 
santidad. En su casa se repartían grandes limosnas a los pobres y se ayudaba a 
muchísimos enfermos muy abandonados. A una familiar suya, Teresa Enríquez. La 
llamaban "la loca por el Santísimo Sacramento", porque buscaba las mejores uvas 
de la región para fabricar el vino de la Santa Misa y escogía los mejores trigos 
para hacer las hostias, y trataba de entusiasmar a todos por la Eucaristía. 
Juan de Rivera estudió en la mejor universidad que existía en 
ese entonces en España, la Universidad de Salamanca, y allá tuvo de profesores a 
muy famosos doctores, como el Padre Vitoria. El Arzobispo de Granada escribió 
después: "Cuando don Juan de Rivera fue a Salamanca a estudiar yo era también 
estudiante allí pero en un curso superior y de mayor edad que él. Y pude constar 
que era un estudiante santo y que no se dejó contaminar con las malas costumbres 
de los malos estudiantes". 
Cuando tenía unos pocos años de ser sacerdote y contaba 
solamente con 30 años de edad, el Papa Pío IV lo nombró obispo de Badajoz. Allí 
se dedicó con toda su alma a librar a los católicos de las malas enseñanzas de 
los protestantes. Organizó pequeños grupos de jóvenes catequistas que iban de 
barrio en barrio enseñando las verdades de nuestra religión y previniendo a las 
gentes contra los errores que enseñan los enemigos de la religión católica. San 
Juan de Avila escribió: "Estoy contento porque Monseñor Rivera está enviando 
catequistas y predicadores a defender al pueblo de los errores de los 
protestantes, y él mismo les costea generosamente todos los gastos". 
El joven obispo confesaba en las iglesias por horas y horas 
como un humilde párroco; cuando le pedían llevaba la comunión a los enfermos, y 
atendía cariñosamente a cuantos venían a su despacho. Pero sobre todo predicaba 
con gran entusiasmo. Los campesinos y obreros decían: "Vayamos a oír al santo 
apóstol". 
En dos ocasiones vendió el mobiliario de su casa y toda la 
loza de su comedor para comprar alimentos y repartirlos entre la gente más 
pobre, en años de gran carestía. 
El día en que partió de su diócesis en Badajoz para irse de 
obispo a otra ciudad, repartió entre los pobre todo el dinero que tenía y todos 
los regalos que le habían dado, y el mobiliario que su familia le había 
regalado. 
Arzobispo de Valencia. 
Cuando lo nombraron Arzobispo de esa ciudad, llegó allá sin un 
solo centavo. Muchas veces en la vida le sucedió quedarse sin ningún dinero, por 
repartirlo todo entre los pobres. Pero Dios nunca le permitió que le faltar lo 
necesario. 
Su horario. Como Arzobispo se levantaba a las cuatro de la 
madrugada. Dedicaba dos horas a leer la Sagrada Escritura y otros libros 
religiosos. Otras dos horas las dedicaba a la celebración de la Santa Misa y 
rezar los Salmos. Luego durante dos o tres horas preparaba sus sermones. Desde 
mediodía hasta la noche atendía a las gentes. Todo el que quisiera hablar con 
él, hallaba siempre abierta la puerta de la casa Arzobispal. 
Visitó once veces las 290 parroquias rurales de su arzobispado. 
Hasta los sitios más alejados y de más peligrosos caminos, allá llegaba a 
evangelizar y a visitar sus fieles católicos y a administrar el Sacramento de la 
Confirmación. Después de emplear todo el día en predicar, en confirmar y en 
atender a la gente, los párrocos notaban que en cada parroquia se quedaba hasta 
altas horas de la noche estudiando libros religiosos. Desde 1569 hasta 1610 hizo 
2,715 visitas pastorales a las parroquias y los resultados de esas visitas los 
dejó en 91 volúmenes con 91,000 páginas. 
Celebró siente Sínodos, o reuniones con todos los párrocos para 
estudiar los modos de evangelizar con mayor éxito a las gentes. Los decretos de 
cada Sínodo eran poquitos y bien prácticos para que no se les olvidaran o se 
quedaran sin cumplir. Todos estos sínodos tenían por objeto principal obtener 
que los sacerdotes se hicieran más santos. 
Su trato con los sacerdotes. 
Trataba a todos y cada uno de los sacerdotes con la más 
exquisita cortesía y amabilidad. Cada uno de ellos podía exclamar: "Lo aprecio 
porque tuvo tiempo para mí". Cada año les hacía dedicar unos diez días en 
silencio para hacer Retiros Espirituales. Siempre les advertía francamente los 
errores que debían corregir, pero las correcciones las hacía en privado y lejos 
de los demás. A un joven sacerdote que iba a comenzar a confesar y a dar 
dirección espiritual le dijo: "Mire hijo que usted es muy mozo, y su oficio es 
peligroso". Y es que él mismo recién ordenado de sacerdote tuvo sus peligros. Un 
día una joven penitente, con pretexto de que se iba a confesar, le declaró que 
estaba enamorada de él. Y Juan rechazó valientemente aquella trampa y después 
logró que aquella pobre pecadora se convirtiera. 
En el colegio, en la Universidad y ahora como obispo, lo que lo 
libró siempre de caer en las trampas de la impureza fue practicar mucho la 
mortificación y el dedicar bastante tiempo a la oración. Se cumplía en su vida 
lo que dijo Jesús: "Ciertos malos espíritus sólo se alejan con la oración y la 
mortificación". 
Le agradaba mucho dar clases de catecismo a los niños. El en 
persona los preparaba a la Primera Comunión. La gente veía con agrado al 
Arzobispo sentado en un taburete en la mitad del patio, rodeado de muchos niños, 
ensañándoles el catecismo. Les repartía dulces, monedas y otros regalitos a los 
que respondían mejor las preguntas del catecismo, y a los más pobres les 
regalaba el vestido de la Primera Comunión. 
Para los jóvenes que tenían nobles ideas puso un colegio en su 
propia casa arzobispal, y allí los iba formando con todo esmero y muy buena 
disciplina. Del colegio de San Juan de Rivera salieron un cardenal, un 
Arzobispo, doce obispos, numerosos religiosos y muchos líderes católicos. 
El rey lo nombró Virrey de Valencia, y así llegó a ser al mismo 
tiempo jefe religioso y jefe civil. Y la tranquilidad que en mucho tiempo no 
reinaba en aquella región, llegó como por encanto. El personalmente se 
preocupaba porque se administrara justicia con toda seriedad. 
Una vez vino alguien a decirle que un juez le estaba haciendo 
injusticia en un pleito. El Sr. Arzobispo se fue donde el juez y le pidió que 
revisara todo el expediente. Y el inocente fue absuelto. Después el juez 
contaba: "un rico me había ofrecido dinero para que fallara en contra del 
inocente. Pero vino el Sr. Arzobispo y me convenció y me obligó a hacer justicia 
y logré que mi conciencia quedara en paz". 
La Santa Misa la celebraba con tal devoción que al acólito le 
decía que después de la elevación podía retirarse, pues él duraba hasta dos 
horas en éxtasis allí ante Jesús Sacramentado, después de elevar la Santa 
Hostia. 
Cansado de ver que la gente era muy indiferente para la 
religión le pidió al Papa que le quitara de aquel cargo, pero el Sumo Pontífice 
le pareció que él era el más indicado para ese arzobispado y le rogó que hiciera 
el sacrificio de seguir en ese sagrado oficio. Y así por 42 año estuvo de 
Arzobispo de Valencia obteniendo enormes frutos espirituales. 
Murió en enero de 1611. Cuando se supo la noticia de su muerte, 
los niños recorrían las calles cantando: "El señor Arzobispo está en la gloria 
obteniendo el premio de sus victorias". 
Durante los funerales, en el momento de la elevación de la 
Santa Hostia en la misa, los que estaban junto al cadáver vieron que abría los 
ojos y que el rostro se le volvía sonrosado por unos momentos, como adorando al 
Santísimo Sacramento. 
El Papa San Pío Quinto lo llamaba "La lumbrera de todos los 
obispos españoles". Hizo muchos milagros. Fue beatificado en 1796 y fue 
declarado Santo por el Papa Juan XXIII en 1960. 
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Fuente: EWTN 
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