sábado, 17 de marzo de 2012

SAN PATRICIO, Obispo y Confesor




17 de marzo
SAN PATRICIO,
Obispo Confesor 


En el Bautismo hemos sido sepultados con
Jesucristo, muriendo al pecado.
(Romanos, 6, 4).

   San Patricio, nacido en Gran Bretaña, fue robado, joven aún, por una banda de salteadores y fue conducido a Irlanda, donde sus raptores lo pusieron a cuidar unos rebaños. Soportó su desventura con resignación y la santificó con oración. Libre de su cautiverio, fue consagrado obispo, y volvió a Irlanda para anunciar la buena nueva del Evangelio. Dios bendijo su abnegación. Bautizó gran número de idólatras, ordenó sacerdotes para secundarlo en sus trabajos, y fundó varios monasterios. Al morir dejó sometida al dulce yugo del Evangelio a casi toda Irlanda.
MEDITACIÓN
SOBRE LAS OBLIGACIONES
CONTRAÍDAS EN EL BAUTISMO


   I. En nuestro bautismo hemos renunciado, por boca de nuestros padrinos, al demonio, a sus pompas y a sus obras. ¿Hemos cumplido esta promesa? ¿No hemos dejado de ser hijos de Dios para serlo del demonio? ¿Cuya es la imagen que llevamos? ¿A quién obedecemos, a Jesús o al demonio? Y, sin embargo, ¿qué hizo por ti el demonio? ¿Murió por ti ? ¿y qué te promete en cambio de tantos sacrificios, mil veces más penosos que los que Jesucristo te pide, y sin prometerte como éste el cielo?
  II. El Bautismo borra el pecado original y los actuales que se hayan cometido antes de recibirlo. Esta inocencia bautismal, ¿no la perdiste por el pecado mortal? Si la has perdido, llora, llora tu falta y tu desgracia: las lágrimas de la penitencia son un segundo bautismo, sin el cual ya no hay para ti esperanzas de salvación. Las lágrimas son el diluvio que lava las manchas y expía los pecados del mundo. (San Gregorio Nazianzeno).
   III. Antiguamente se daba a los recién bautizados una vestidura blanca que llevaban durante la octava de Pascua. Un cristiano debe ser reconocido por la inocencia y la santidad de su vida. ¿Por qué puede reconocerse que eres cristiano? ¿Qué te distinguiría de los infieles si vivieses entre ellos? No es sólo por el nombre de Cristo que lleva por lo que se ha de reconocer a un cristiano, sino por el espíritu de Cristo que anima sus obras. (San Juan Crisóstomo).
El fervor
Orad por Irlanda.

ORACIÓN
   Oh Dios, que os dignasteis enviar a San Patricio, vuestro confesor pontífice, para anunciar vuestra gloria a las naciones, concedednos, en consideración a sus méritos e intercesión, la gracia de cumplir lo que Vos nos mandáis. Por J. C. N. S. Amén.

SÁBADO TERCERA SEMANA CUARESMA



PRIMERA LECTURA
Quiero misericordia, y no sacrificios
Lectura de la profecía de Oseas 6, 1b-6
Vamos a volver al Señor:
él, que nos despedazó, nos sanará;
él, que nos hirió, nos vendará.
En dos días nos sanará;
al tercero nos resucitará;
y viviremos delante de él.
Esforcémonos por conocer al Señor:
su amanecer es como la aurora,
y su sentencia surge como la luz.
Bajará sobre nosotros como lluvia temprana,
como lluvia tardía que empapa la tierra.
– «¿Qué haré de ti, Efraín?
¿Qué haré de ti, Judá?
Vuestra piedad es como nube mañanera,
como rocío de madrugada que se evapora.
Por eso os herí por medio de los profetas,
os condené con la palabra de mi boca.
Quiero misericordia, y no sacrificios;
conocimiento de Dios, más que holocaustos.»

Palabra de Dios.

Salmo responsorial   Sal 50, 3-4. 18-19. 20-21ab (R.: Os 6, 6)
R. Quiero misericordia, y no sacrificios.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
Por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R.

Versículo antes del evangelio Sal 94, 8ab
No endurezcáis hoy vuestro corazón;
escuchad la voz del Señor.

EVANGELIO
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no
+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
–«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo."
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador."
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra del Señor.