17 de
Febrero
Los siete santos
fundadores(año 1233)
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia,
Italia.
Sus nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé,
Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María,
que había en Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de que debían
abandonar lo mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron sus bienes,
repartieron el dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a rezar y a
hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a santificarse, les llegó el 15
de agosto, fiesta de la Asunción de la Sma. Virgen, y la pusieron en práctica el
8 de septiembre, día del nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto
propagar la devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos sus planes y
sus angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a convertirse
de sus miserias espirituales y que bendijera misericordiosamente sus buenos
propósitos. Y dispusieron llamarse "Siervos de María" o "Servitas".
En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias
y mucha oración, pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del
Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado con
penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran
ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el evangelio. Así lo
hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos,
que por humildad quiso permanecer siempre como simple hermano, y fue el último
de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Sma. Virgen María la
inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San
Agustín, que por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se
pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su
comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación religiosa se extendió de
tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades
y pueblos y campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen
ejemplo, el camino de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la
Santísima Virgen, la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.
El más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la
comunidad por 16 años. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos
años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los
salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano
recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo
reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años
después, un viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del
Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un
fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46).
El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y
quedó muerto muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de
gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas
regiones, murió con fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan
angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un
agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del
difunto salía una luz brillante y subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la
vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el
sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse
para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos
fueron llamados al Monte Senario para una reunión general de todos los
superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella
tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de
juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido
durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su
celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la
Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el
cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables
amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había
venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto
la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían
permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la
edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la
Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo,
y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era
tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de
santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del
año 1310.
Que estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra
devoción a la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a
la Madre de Dios.
Recuerda la historia de los padres antiguos. ¿quién
confió en Dios y fue abandonado por Él? (S. Biblia.
Eclesiástico).
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