sábado, 15 de septiembre de 2012

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO



PRIMERA LECTURA
Ofrecí la espalda a los que me apaleaban
Lectura del libro de Isaías 50, 5-9a
El Señor me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda a los que me apaleaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Tengo cerca a mi defensor,
¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos.
¿Quién tiene algo contra mí?
Que se me acerque.
Mirad, el Señor me ayuda,
¿quién me condenará?
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9  (R.: 9)
R.  Caminaré en presencia del Señor
      en el país de la vida.
O bien:
      Aleluya.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.» R.
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. R.
Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida. R.

SEGUNDA LECTURA
La fe, si no tiene obras, está muerta
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta.
Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»
Palabra de Dios.

Aleluya Ga 6, 14
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

EVANGELIO
Tú eres el Mesías... El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
+Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus dis­cípulos:
– «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
– «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó:
– «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
– «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:
– «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.»
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces, Pedro se lo lle­vó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
– «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
– «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mis­mo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera sal­var su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
Palabra del Señor.

Nuestra Señora, virgen de los Dolores


PRIMERA LECTURA
Aprendió a obedecer y se convirtió en la causa de nuestra salvación eterna
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Hermanos: Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y suplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegando a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 30
R. Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.

A ti, Señor, me acojo,
que no quede yo nunca defraudado;
Señor, tú que eres justo,
ponme a salvo. R.
Ven a rescatarme sin retardo,
sé tú mi fortaleza y mi refugio.
Pues eres mi refugio y fortaleza,
por tu nombre, Señor, guía mis pasos. R.
Sácame de la red que me han tendido,
pues eres tú mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu
y tu lealtad me librará, Dios mío. R.
Pero yo en ti confío;
«tú eres mi Dios», Señor, siempre te digo;
mi suerte está en tus manos,
líbrame del poder de mi enemigo
que viene tras mis pasos. R.
Qué grande es la bondad
que has reservado, Señor, para tus fieles.
Con quien se acoge a ti, Señor,
y a la vista de todos, ¡qué bueno eres! R.

SECUENCIA
La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenia.
¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? ¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo..
¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma
estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria.
Amén.


Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, Aleluya.
Dichosa la Virgen María, que, sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor.
Aleluya.

EVANGELIO
¿Y cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?
+ Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: 
«Mujer, ahí está tu hijo».
Luego dijo al discípulo: 
«Ahí está tu madre».
Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor.