Día septimo Diciembre 22 Consideración
Representémonos el viaje de María y José hacia Belén. Llevan consigo, a un no nacido, al Creador del Universo hecho hombre. Contemplemos la humildad y la obediencia de ese Divino Niño, que, aunque de raza judía y habiendo amado durante siglos a su pueblo con una predilección inexplicable, obedece así a un príncipe extranjero que forma el censo de población de su provincia, como si hubiese para El en esa circunstancia algo que le halagase y como si quisiese aprovechar la ocasión de hacerse empadronar oficial y auténticamente súbdito, en el momento en que venía al mundo. No es extraño que la humillación, que causa tan invencible repugnancia a la criatura, parezca ser la única cosa creada que tenga atractivo para el Creador ¿No nos enseñará la humildad de Jesús a amar esa hermosa virtud?
Ah! Que llegue el momento en que aparezca el deseado de las naciones, porque todo clama por ese feliz acontecimiento El mundo sumido en la oscuridad y en el malestar busca y no encuentra alivio de su males, suspira por su libertad. El anhelo de José y la expectativa de María son cosas que no puede explicar el lenguaje humano. El Padre Eterno se halla, sino es lícito emplear esta expresión, impaciente por dar a su Hijo único al mundo y verle ocupar su puesto entre las criaturas visibles. El Espíritu Santo arde en deseos de presentar a la luz del día esa Santa Humanidad tan bella, que El mismo ha formado con tan especial y divino esmero.
En cuanto al Divino Niño, objeto de tantos anhelos, recordemos que hacia nosotros avanza lo mismo que hacia Belén. Apresuremos con nuestros deseos el momento de su llegada, purifiquemos nuestros corazones para que sean su mansión terrenal. Que nuestros actos de mortificación y desprendimiento preparen los caminos del Señor y hagan rectos sus senderos.
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