viernes, 6 de junio de 2014

SAN MARCELINO CHAMPAGNAT, Fundador

6 de Junio
SAN MARCELINO
CHAMPAGNAT,
Fundador

   Marcelino Champagnat fue un sacerdote francés, que fundó la congregación de los Hermanos Maristas. Nació el año 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, en Rosey, una aldeita en las estribaciones de los montes de Pilat, al sur de Lyon. Sus padres, Juan Bautista y María Teresa, tuvieron 10 hijos, Marcelino fue el noveno. Durante su infancia, trabajó en casa: su familia poseía una pequeña granja y un molino. A los diez años comenzó a ir a la escuela, pero a los pocos días se desanimó y no volvió.
   A los catorce años, pasó por su casa un buen sacerdote que iba "reclutando" jóvenes para el seminario; se fijó en Marcelino y le animó: "Tienes que estudiar para ser sacerdote.  Dios lo quiere." Y Marcelino se decidió. Ingresó en el Seminario menor y comenzó sus estudios con muchos problemas: Como no había ido a la escuela, apenas sabía leer y escribir.  Suspendió el primer curso y "le invitaron" a quedarse en su casa. Pero Marcelino no se desanimó y continuó estudiando. Después de muchos esfuerzos, fue pasando los cursos (aunque con notas más bien flojas) y pasó al Seminario mayor, en Lyon.  Tenía ya 24 años. Allí, junto con otros seminaristas compañeros de estudios, empezó a madurar la idea de fundar una congregación de Hermanos, dedicados a la enseñanza y a enseñar el catecismo a los niños. Tres años después fue ordenado sacerdote y lo destinaron a La Valla, un pueblecito medio perdido en los montes de Pilat.  Y allí se dirigió.
   La verdad es que el pueblo estaba hecho una pena: los niños no tenían escuela ni nadie que les enseñara el catecismo, y los mayores apenas iban a la iglesia. Marcelino empezó a hablar con la gente, se hizo cercano a todos, y el pueblo lo aceptó de buen grado. Un día lo llamaron para atender a un muchacho que estaba muy enfermo en un caserío de los montes. El muchacho se llamaba Juan Bautista Montagne, tenía 17 años y se estaba muriendo.   Marcelino intentó confesarlo, pero se dio cuenta de que nunca había ido a la iglesia y apenas había oído hablar de Dios. Marcelino lo instruyó brevemente en las verdades de nuestra fe, lo confesó y a los pocos momentos, el muchacho murió.
   Esta triste experiencia impresionó fuertemente al P. Champagnat y, recordando sus proyectos del seminario, le decidió a fundar una congregación de Hermanos que se dedicaran a la enseñanza y a la instrucción religiosa de niños y jóvenes, especialmente de los más necesitados. Enseguida dio los primeros pasos, y el 2 de enero de 1817 reunió, en una casita alquilada cerca de la parroquia, a dos jóvenes que le habían manifestado su deseo de ser religiosos.   Se llamaban Juan María Granjon y Juan Bautista Audras.   Éste fue el principio de los Hermanos Maristas.
   Pronto acudieron otros jóvenes. Marcelino les ayudó a organizar su vida en comunidad: oración y trabajo, formación personal, sencillez y pobreza. Inculcándoles una filial devoción a la Virgen María, bajo cuya protección se puso, desde el primer momento, la naciente congregación. Después de un periodo de formación, el P. Champagnat les dio un hábito religioso y los jóvenes hicieron sus primeros votos. Al cabo de un año, Marcelino abrió una escuela en La Valla y en seguida se hicieron cargo de ella los Hermanos. Después de esta primera escuela vinieron muchas más. Los párrocos y alcaldes de los pueblos vecinos se disputaban a los Hermanos. Así, el Instituto de los Hermanos Maristas comenzó a crecer, no sin dificultades, y hubo que construir una nueva casa, porque en La Valla ya no cabían todos.
   Marcelino compró, con dinero prestado, un terreno en el valle del Gier, a unos kilómetros de La Valla, y allí empezó a construir la nueva casa.  Él mismo la diseñó y trabajó de albañil; los Hermanos le ayudaban.  Fue una gran casa, la llamó «Nuestra Señora del Hermitage»; todavía existe, rodeada de huerta y bosque.  Actualmente es un gran centro de peregrinación y espiritualidad para hermanos, profesores y alumnos maristas.
   No cabe duda de que Marcelino Champagnat fue un gran hombre que llevó a cabo una obra extraordinaria: cuidó como un buen pastor a la gente de su parroquia, atendió a huérfanos y ancianos, pero sobre todo se consagró a la educación religiosa de la juventud.
   Ciertamente, aquello no fue nada fácil: Tuvo que luchar contra los celos y la incomprensión de algunos de sus superiores eclesiásticos y contra la hostilidad de ciertos políticos de su tiempo, enemigos de todo lo religioso, pero puso su confianza en Dios y en la Virgen María, y logró superar todas las dificultades.
   Su austeridad personal y el trabajo incansable fueron minado su salud.  Murió en la madrugada del 6 de junio de 1840, a los 51 años, rodeado de sus Hermanos.  Sus restos descansan en la capilla de Ntra. Sra. del Hermitage. En el momento de su muerte, la congregación tenía cerca de 300 Hermanos (más 50 que habían muerto ya), 50 casas y escuelas, y alrededor de 7.000 alumnos. 

VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA
Un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 25, 13-21

En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y se entretuvieron allí bastantes días. Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole:
—«Tengo aquí un preso, que ha dejado Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César.»
Palabra de Dios.


Salmo responsorial Sal 102, 1-2. 11-12. 19-20ab (R/.: 19a)

R/. El Señor puso en el cielo su trono.
O bien:
Aleluya.


Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo. Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes. R/.


Aleluya Jn 14, 26

El Espíritu Santo será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.


EVANGELIO
Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas

+Lectura del santo evangelio según san Juan 21 ,15-19

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: —«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» El le contestó: —«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice:
—«Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta:
—«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta:
—«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice:
—«Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta:
—«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
—«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice:
—«Apacienta mis ovejas.
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
—«Sígueme.»
Palabra del Señor.