martes, 21 de febrero de 2012

SAN PEDRO DAMIÁN, Obispo y Confesor



21 de febrero
SAN PEDRO DAMIÁN,*
Obispo
y Confesor


Asegúrote de cierto que de allí no saldrás
hasta que pagues el último maravedí.
(Mat., 5, 26).



Pedro quedó huérfano desde muy joven y fue enviado a casa de uno de sus hermanos, ya casado, quien lo trató duramente y lo mandó a cuidar cerdos. Un día encontró una moneda de plata y la empleó en hacer celebrar una misa por el alma de su padre. Dios recompensó su piedad filial. Otro de sus hermanos, llamado Damián, lo recibió en su casa y lo hizo estudiar. Más tarde, Pedro se unió a los Ermitaños de la Santa Cruz, entre los cuales se distinguió por la austeridad de su vida. Esteban IX lo nombró cardenal obispo de Ostia. Después de haber ilustrado su sede con sus eminentes virtudes, volvió a la soledad de Fuente Avellana. Murió en Faenza, en 1072, volviendo de Ravena, a donde el Papa lo había enviado a restablecer el orden y la obediencia a la autoridad pontificia.

MEDITACIÓN
SOBRE COMO ALIVIAR
A LAS ALMAS DEL PURGATORIO

I. Debes socorrer a las almas del purgatorio con tus oraciones y tus buenas obras. La caridad te obliga a ello con relación a todos los cristianos, que son hermanos tuyos. Lo exige la justicia con relación a tus amigos y a tus parientes: te dejaron sus bienes con la condición que socorrieras a su alma. Acaso esté ella en el purgatorio por amarte demasiado; en cambio no tienes compasión por ellos, te diviertes mientras ellos arden en las llamas. Ten piedad de mí, ten piedad de mí, tú por lo menos, que eres mi amigo, pues me ha tocado la mano de Dios. (Job).

II. Tú puedes aliviar a estas almas santas haciendo celebrar misas, comulgando, ganando indulgencias, ayunando, orando a Dios por ellas. Ellas no pueden sacarse a sí mismas de ese lugar de dolor; pero pueden obtenerte gracias del Cielo aun estando todavía en el purgatorio. Socórrelas e invócalas en tus necesidades, y experimentarás los efectos de su poder y de su agradecimiento.

III. Si haces esta caridad a los demás, Dios permitirá que los demás rueguen por ti después de tu muerte. No te fíes, sin embargo, en esto; haz tú mismo, durante esta vida, todo el bien que puedas hacer para expiar las penas que debes por tus pecados. Las limosnas, las penitencias, las buenas obras que hagas, mucho abreviarán tu purgatorio. No cuentes con tus herederos, acaso se olvidarán de ti una vez que ya gocen de tus bienes. Evita, cuanto puedas, los pecados veniales, puesto que son castigados tan rigurosamente en la otra vida. ¡Ay! ¡cuántos cometes cada día!

La devoción a las almas del purgatorio
Orad por vuestros parientes difuntos.

ORACIÓN
Oh Dios todopoderoso, dignaos concedernos la gracia de seguir los consejos y ejemplos del bienaventurado Pedro, tu confesor pontífice, a fin de que por el desprecio de las cosas terrenales obtengamos los gozos eternos. Por J. C. N. S. Amén.




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  • * Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo I, (Ed. ICTION, BuenosAires, 1982)
1

San Pedro Damián Cardenal, Obispo de Ostia


21 de Febrero
San Pedro Damián
Cardenal, Obispo de Ostia
Doctor de la Iglesia (año 1072).
Damián significa: el que doma su cuerpo. Domador de sí mismo.
San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama "Libro Gomorriano", en contra de las costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa lo canonizó y lo declaró Doctor de la Iglesia por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió.
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.
Fuente: EWTN

MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA




PRIMERA LECTURA

Pedís y no recibís, porque pedís mal

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 4, 1-10

Queridos hermanos:
¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es odiar a Dios? El que quiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios. No en vano dice la Escritura: «El espíritu que Dios nos infundió está inclinado al mal». Pero mayor es la gracia que Dios nos da. Por eso dice la Escritura: «Dios se enfrenta con los soberbios  y da su gracia a los humildes». Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos; hombres indecisos, sed sinceros, lamentad vuestra miseria, llorad y haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza. Humillaos ante el Señor, que él os levantará.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 54, 7-8. 9-10a. 10b-11a. 23

R.  Encomienda a Dios tus afanes,
      que él te sustentará.
Pienso: ¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto. R.
Me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor,
del torrente de sus lenguas. R.
Veo en la ciudad violencia y discordia:
día y noche hacen la ronda
sobre sus murallas. R.
Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás
que el justo caiga. R.

EVANGELIO

El Hijo del Hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos

+ Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9, 29-36

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon del monte y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía:
–El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó:
–¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
–Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
–El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Palabra del Señor.