5 de agosto
DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA
SANTA MARÍA LA MAYOR
DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA
SANTA MARÍA LA MAYOR
Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia,
de la envidia, ¡mira a la estrella, invoca a María!
(San Bernardo).
de la envidia, ¡mira a la estrella, invoca a María!
(San Bernardo).
Santa María la Mayor, es una de las cuatro basílicas mayores de Roma. Las otras tres son: San Pedro del Vaticano, San Pablo Extramuros y San Juan de Letrán. La basílica de Santa María la Mayor parece ser que fue la primera iglesia que se levantó en Roma en honor de María y podemos decir, lo mismo que se afirma de San Juan de Letrán en un sentido más general, que es la iglesia madre de todas cuantas en el mundo están dedicadas a la excelsa Madre de Dios. Por esto, y por ser una de las iglesias más suntuosas de Roma, mereció el título de la Mayor. Así se la distinguía de las otras sesenta iglesias que tenía la Ciudad Eterna dedicadas a Nuestra Señora.
En la Edad Media se adornó el hecho de su
fundación con una leyenda romana que las lecciones del Breviario de hoy nos
recuerdan.
En tiempo del Papa Liberio, segunda mitad
del siglo IV, existía en Roma un matrimonio sin hijos. Lo mismo Juan que su
esposa pertenecían a la más alta nobleza. Eran excelentes cristianos y contaban
con una gran fortuna que las numerosas limosnas a los pobres eran incapaces de
agotar. Se hacían ancianos los nobles esposos y, pensando en el mejor modo de
emplear su herencia, pedían insistentemente a la Madre de Dios que les
iluminase.
He aquí que la Virgen les declara de
forma maravillosa sus deseos. A Juan Patricio y a su esposa se les aparece en
sueños, y por separado, la Señora para indicarles su voluntad de que se levante
en su honor un templo en el lugar que aparezca cubierto de nieve en el monte
Esquilino. Esto ocurría la noche del 4 al 5 de agosto, en los días más
calurosos de la canícula romana.
Van los dos esposos a contar su visión al
Papa Liberio. Este había tenido la misma revelación que ellos. El Sumo
Pontífice organiza una procesión hacia el lugar que había señalado la Madre de
Dios. Todos se maravillaron al ver un trozo de campo acotado por la nieve
fresca y blanca. La Virgen acababa de manifestar de este modo admirable su deseo
de que allí se levantase en su honor un templo. Este templo es hoy día la
basílica de Santa María la Mayor.
¿Qué valor tiene esta leyenda?
Parece que no tiene ninguna garantía de
veracidad. El cardenal Capalti aseguraba a De Rossi que, cuando los canónigos
de esta basílica terminaban en coro las lecciones de la fiesta de Nuestra
Señora de las Nieves y se disponían a entrar en la sacristía para dejar sus
trajes corales, había uno bastante gracioso que solía decir que en toda la
leyenda únicamente encontraba verdaderas estas palabras. "en Roma, a 5 de
agosto, cuando los calores son más intensos".
La leyenda no aparece hasta muy tarde.
Seguramente en el siglo XI. El caso es que cuajó fácilmente en la devoción
popular y un discípulo del Giotto la inmortalizó en unos lienzos que pintó para
la misma basílica. En un cuadro aparece el Papa Liberio dormido, con la mitra
al lado; encima, ángeles y llamas, y, delante, la Virgen que le dirige la
palabra. En otro cuadro aparece Juan Patricio, a quien se le aparece también la
Virgen. Otra pintura nos presenta a María haciendo descender la nieve sobre el
monte Esquilino.
Nuestro Murillo inmortalizó también esta
leyenda en uno de sus cuadros. En él aparece el noble y piadoso matrimonio
contando la visión al Papa, y en el fondo se contempla la procesión y el campo
nevado.
Otros artistas reprodujeron en sus
cuadros este milagro y los poetas lo cantaron en sus versos.
La devoción a la Virgen de las Nieves
arraigó fuertemente en el pueblo romano y llegó a extenderse por toda la
cristiandad. En su honor se levantan hoy templos por todo el mundo, y son
muchas las mujeres cristianas que llevan este bendito nombre de la Santísima
Virgen.
Esta basílica ha pasado por bastantes
vicisitudes a través de los tiempos. Ocupa el Esquilino, una de las siete
colinas de Roma. En tiempo de la República era necrópolis y bajo el Imperio de
Augusto, paseo público. Allí tenía el opulento Mecenas unos jardines. Allí
estaba la torre desde la cual contempló Nerón el incendio de Roma y allí había
un templo dedicado a la diosa Juno, al cual acudían las parejas de novios para
implorar sus auspicios.
Aquí quiso la Reina del Cielo poner su
morada. En el corazón de la urbe penetra su planta virginal y los hijos del más
glorioso de los antiguos imperios abrirán sus pechos al amor de tan tierna
Madre.
La primitiva iglesia no estaba consagrada
a María. Se llamaba la basílica Sociniana. En su recinto lucharon los
partidarios del Papa Dámaso con los secuaces del antipapa Ursino. Esto sucedió
a finales del siglo IV. En este tiempo se llamó también basílica Liberiana por
su fundador, el Papa Liberio.
En el siglo V es reconstruida por Sixto
III (432-440). Este mismo Papa es el que consagra el templo a la Virgen. Desde
este momento el nombre de María se va a hacer inseparable de este templo.
El concilio de Efeso había tenido lugar
el año 431. Los padres del tercer concilio ecuménico acababan de proclamar la
maternidad divina de María contra el hereje Nestorio. Era el primer gran
triunfo de María en la Iglesia y una crecida ola de amor Mariano recorre toda
la cristiandad de oriente a occidente. La maternidad divina de María es el más
grande de los privilegios de María y la raíz de todas sus grandezas.
Roma no podía faltar en esta hora de
gloria Mariana. Este templo que renueva Sixto III en honor de la Theotocos es el eco romano de la
definición de los padres de Efeso. La ciudad entera se apresta a levantar y
hermosear esta basílica. Los pintores ponen sus pinceles bajo la dirección del
Sumo Pontífice y las damas se desprenden de sus más vistosas joyas. Ahora es
cuando la antigua basílica Sociniana se adorna con pinturas y mosaicos que
celebran el misterio de la maternidad divina de María. Se levanta un arco de
triunfo y sobre la puerta de entrada se lee una inscripción que empieza con
estas palabras:
"A ti, oh Virgen María, Sixto te
dedicó este nuevo templo... "
Las pinturas son de tema Mariano y
generalmente relacionadas con la maternidad divina de María. Representan a la
Anunciación, la Visitación, María con el Niño, la adoración de los Magos, la
huida a Egipto y otras escenas de la vida de la Virgen.
Las tres amplias naves de la basílica se
enriquecieron con los dones de los fieles y los ábsides se adornaron de
lámparas y mosaicos. Algunos de éstos son especialmente valiosos.
En el siglo VII una nueva advocación le
nace a esta iglesia: Santa María ad
praesepe, Santa María del Pesebre. La maternidad de María acaba por llevar
la devoción de los fieles al portal de Belén, a Jesús. Como siempre, por María
a Jesús.
Al lado de la basílica surge una gruta
estrecha, obscura y recogida como la de Belén. Allí irán los papas a celebrar
la misa del gallo todas las Nochebuenas, y para que la piedad se hiciese más
viva se enseñaban los maderos del pesebre en el cual había nacido el Hijo de
Dios y trozos de adobes y piedras que los peregrinos habían traído de Tierra
Santa.
Esta gruta llega a ser uno de los lugares
más venerados de la Ciudad Eterna. Los Romanos Pontífices la distinguen con sus
privilegios. Gregorio III (731-741) puso allí una imagen, de oro y gemas que
representaba a la Madre de Dios abrazando a su Hijo. Adriano I (762-795) cubrió
el altar con láminas de oro, y León III (795-816) adornó las paredes con velos
blancos y tablas de plata acendrada que pesaban ciento veintiocho libras.
Son muchas las gracias que la Santísima
Virgen ha concedido a sus devotos en este santo templo. Aquí organizó San
Gregorio Magno unas solemnes rogativas con motivo de una terrible peste que
asolaba la ciudad.
El año 653 ocurrió en esta iglesia un
hecho milagroso. Celebraba misa el Papa San Martín cuando, al querer matarle o
prenderle por orden del emperador Constante, el enarca de Ravena, Olimpo, quedó
repentinamente ciego e imposibilitado.
Basten estos hechos para demostrar el
gran aprecio que los Sumos Pontífices han tenido para con este templo a través
de la historia.
Hoy mismo sigue siendo Santa María la
Mayor una de las cuatro basílicas patriarcales de Roma cuya visita es necesaria
para ganar el jubileo del año santo. De esta forma la Virgen de las Nieves
sigue recibiendo el tributo de amor de innumerables peregrinos de todo el orbe
católico.
Actualmente es una de las iglesias más
ricas y bellas de la ciudad de Roma. Conserva muy bien su carácter de basílica
antigua. Tiene por base la forma rectangular, dividida por columnas que forman
tres naves, techo artesonado, atrio y ábside.
El interior de la basílica es solemne y
armonioso. Las tres naves aparecen divididas por columnas jónicas. Contiene
notables monumentos y tumbas de los papas.
Tiene dos fachadas: la que mira al
Esquilino, que es la posterior, y la que mira a la plaza que lleva el nombre de
Santa María la Mayor. Esta, que es la principal, data del siglo VIII, y la
posterior del XVII. El campanario, románico, es el más alto de Roma. Fue
construido el año 1377.
Sobre el altar mayor hay una imagen de
María del siglo XIII, atribuida a Lucas el Santo, y en la nave se halla el
monumento a la Reina de la Paz, erigido por Benedicto XV al terminar la primera
guerra mundial. Su cielo raso está dorado con el primer oro que Colón trajo de
América. En la plaza de Santa María la Mayor se yergue una columna estriada de
más de catorce metros de altura. En la plaza del Esquilino se alza un obelisco
procedente del mausoleo de Augusto.
Santa María de las Nieves. He aquí una de
las advocaciones más bellas de la Santísima Virgen. Ella, que es la Madre de
Dios, Inmaculada, Asunta al cielo, Virgen de la Salud y del Rocío, es también
Nuestra Señora de las Nieves.
La nieve es blancura y frescor. Pureza y
alma recién estrenada, intacta. Espíritu sin gravedad. ¡Cuán hermosamente
tenemos representada aquí la pureza sin mancha de María!
Nieve recién caída en el estío romano. La
pureza al lado del calor sofocante de la pasión. Sólo Ella, como aquel trozo
milagrosamente marcado por la nieve en la leyenda de Juan Patricio, es
preservada del calor fuerte del agosto que es el pecado. Sólo Ella es sin
pecado entre todos los hombres. Ella es blancura y candor. Ella refresca
nuestros agostos llenos del fuego del pecado y la concupiscencia.
Ni el copo de nieve, ni el ala de cisne,
ni la sonrisa de la inocencia, ni la espuma de la ola es más limpia y hermosa
que María.
Verdaderamente es ésta una fiesta de
leyenda y poesía, María es algo de leyenda y poesía. Es la obra de Dios.
MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO