5 de noviembre
SANTA BERTILA,*
Abadesa
   La ejemplarísima abadesa santa 
Bertila, fue francesa de
nacimiento, e hija de padres muy nobles e ilustres, en el territorio de
 Soissons. Desde su niñez
fue muy inclinada a toda piedad, y deseosa de toda virtud. Era en 
extremo retirada, modesta y
sincera en su trato; huía de todo vano  entretenimiento, y de cualquier 
estorbo que la pudiese distraer de
sus santos intentos de servir a Dios nuestro Señor, y de gozar de su 
dulce trato en la oración.
Entrando en más años, anhelaba mayor perfección, y aunque en la casa de 
sus
padres podía gozar de todos los bienes y gustos del mundo, lo hallaba 
todo tan sin jugo y sustancia, que
generosamente se dio a buscar un solo y perfecto bien, en que hallase 
una satisfacción y paz
cabal. Fue grande el cuidado que nuestro Señor tuvo de su sierva, y su 
divina y dulcísima disposición la guiaba por las seguras sendas de una
vida santísima. Entendiendo, pues, sus padres, que estaba tocada de 
Dios, la llevaron al
monasterio de Jouarre, que estaba a cuatro leguas
de Meaux, en donde la abadesa santa Telchildes y todas sus monjas la 
recibieron con singulares muestras de gozo. Allí consagró a Dios
todos sus adornos, despojóse de todos los vestidos de seda, de los 
anillos
y joyas preciosas, se cortó las trenzas de sus hermosos cabellos, y 
trocó los atavíos mundanos por el hábito pobre de sierva de Jesucristo. 
Encendióse
con una emulación santa y generosa en imitar a sus
religiosas hermanas. No había acción virtuosa, que no tratase de
copiar en sí misma, libando y convirtiendo en sí, como cuidadosa
abeja, lo más precioso y escogido de cada flor. Servía a sus hermanas
enfermas con dulcísima caridad en los oficios más humildes, enseñaba
toda virtud a las niñas nobles que se educaban en el monasterio. 
Recibiendo a las personas
que la visitaban, derramaba un perfume de santidad que parecía del 
cielo. Tenía el cargo de priora, cuando la esposa
de
Clodoveo reedificó la abadía de Chelles, y fue nombrada, con aprobación
común, primera abadesa de aquel monasterio. Fueron muchas las señoras y 
doncellas ilustres que,
por su ejemplo y
conversación, se movieron a dejar las cosas del mundo y abrazarse con la
 pobreza y humildad de
Jesucristo; y entre otras princesas extranjeras, tomó
el hábito de su mano, Hereswita, reina de los ingleses orientales, y más
 tarde
también Batilde, viuda de Clodoveo II. Finalmente, habiendo gobernado
santísimamente aquel monasterio por espacio de cuarenta y seis años, y 
llegado
a una ancianidad venerable por los méritos y los días, entre tiernas 
lágrimas
de todas sus hijas, y abrazada a una imagen de su Redentor crucificado, 
entregó
su espíritu en las manos de Dios. 
  
REFLEXIÓN
   Toda mortificación y austeridad se hace leve cuando se ama a
Dios, se desea contemplar la claridad y hermosura de su divino rostro. Así lo
vemos en toda la vida de santa Bertila. Sí: cuando hay amor de Dios, los ayunos
no se cumplen ya con repugnancia: los trabajos de cada día ya no tienen nada
de penosos: la separación de los amigos y parientes no inspira ya tristeza: y
un alma dispuesta, llena de desprecio por todas las cosas presentes,
animada de un solo deseo que la arrebata sobre todo, merece la muerte de amor, la
muerte del justo.
ORACIÓN
   Óyenos, oh Dios Salvador nuestro, para que así como nos
alegramos en la fiesta de tu bienaventurada virgen Bertila, así aprendamos de
ella el afecto de su piadosa devoción. Por J. C. N. S. Amén.
* Tomado de "FLOS SANTORUM de la Familia
            Cristiana, del P. Francisco De Paula Morell, S. J., Editorial
            Difusión, S. A., 1943.