MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 16
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS LA FUENTE DE LA ALEGRÍA
I
Servid a Dios con alegría, dicen los
Libros Santos; y en efecto, la alegría del corazón ha sido siempre el
distintivo de los verdaderos servidores de Dios. Los Santos, en medio de sus
más rigurosas austeridades, han sido alegres. Nunca la tristeza fue virtud,
sino más bien tentación y peligro para el alma cristiana.
Pero ¿dónde encontraremos verdadera
alegría? Causas de turbación y tristeza las hallaremos por doquier, y parece
punto menos que imposible substraerse a ellas. ¡Ah! Volemos, volemos a
depositar nuestras congojas en el adorable Corazón de Jresús, y encontraremos
en él la fuente de la verdadera alegría. Descarguémonos allí del peso de nuestras
inquietudes por medio de una perfecta resignación a la santa voluntad de
Dios. No tardaremos en oír resonar en el fondo de nuestro corazón aquellas
dulces palabras que tan a menudo dirigía el Salvador a sus discípulos:
"¡La paz sea con vosotros!"
¡Oh Jesús mío! Mi alma tiene necesidad
de Vos para sacudir el peso abrumador de sus perpetuas tristezas. Vos lo
habéis dicho en otra ocasión: "Alégrate, hijo de Sión, porque está en
medio de ti el Santo de Israel". Dadme, ¡oh Señor!, este don celestial
con que favorecéis a vuestros escogidos.
Medítese unos minutos
II
Todos buscamos la alegría; pero
erramos por lo común el camino para encontrarla. El mundo la promete
continuamente, pero bien sabe él que no la puede dar. Sus alegrías son
ruidosas y alborotadas, pero ni llenan el corazón, ni duran más que breves
momentos. El rostro de los mundanos es casi siempre una máscara alegre, que
oculta un corazón devorado por el tedio y el desasosiego, y quizás por el
remordimiento. El gozo interior es únicamente propiedad de la buena
conciencia. El alma del gran Francisco Javier en medio de sus fatigas
apostólicas sentíase tan inundada de él, que le obligaba a exclamar:
"Basta, Señor, basta, basta". Cuando, pues, nos hallemos tristes,
examinemos nuestro corazón, y veremos que siempre nace nuestra tristeza de
alguna secreta falta de virtud.
¡Oh Divino Corazón, que sois en el
cielo la alegría de los Ángeles y Santos y en este mundo la de vuestros
amigos! Por Vos, sonríen alegres en sus tormentos los mártires, en sus
penitencias; los anacoretas, en sus humillaciones; los seguidores de vuestra
ley. Por Vos espero sonreír, Jesús amantísimo, hasta en las amarguras de mi
última agonía. Hablad, oh Dios mío, a mi alma con aquella voz conmovedora, y
se estremecerán de júbilo mis entrañas, y disfrutaré ya en este mundo
anticipadas las alegrías del paraíso.
Medítese, y pídase la gracia particular.
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Oración y Acto de Consagración