PRIMERA
LECTURA
Tobías temía
a Dios más que al rey
Lectura del libro de Tobías 1, 1a. 2;
2, 1-9
Tobías,
ciudadano de la tribu de Neftalí, fue deportado en tiempo de Salmanasar, rey de
Asiria; a pesar de vivir en el exilio, no abandonó el camino de la verdad.
El
día de la fiesta del Señor, Tobías, que tenía preparada una buena comida en su
casa, dijo a su hijo:
–Vete
a invitar a algunos hombres piadosos de nuestra tribu, para que coman con
nosotros.
A
poco de marchar, regresó diciendo que habían estrangulado a un israelita y lo
habían tirado en la plaza.
Pegó
un salto, dejó la mesa sin probar bocado y fue a donde estaba el cadáver; lo
recogió y a escondidas se lo llevó a casa, para enterrarlo sigilosamente a la
caída del sol. Una vez escondido el cadáver, se puso a comer, apenado y desazonado,
recordando lo que había dicho el Señor por medio del profeta Amós: «Vuestras
fiestas se convertirán en funerales y elegías.»
Una
vez puesto el sol, se fue a enterrarlo. Los vecinos le regañaban, diciéndole:
–Por
este motivo te condenaron una vez a muerte, y a duras penas te libraste de le
ejecución, ¿cómo es posible que vuelvas a lo mismo?
Pero
Tobías, que temía a Dios más que al rey, seguía recogiendo los cadáveres de los
asesinados, los escondía en su casa y a media noche los enterraba.
Palabra del
Señor.
Salmo responsorial Sal 111,
1-2.3-4. 5-6
R.
Dichoso quien teme al Señor.
O bien:
Aleluya.
Dichoso
quien teme al Señor
y ama de
corazón sus mandatos.
Su linaje
será poderoso en la tierra,
la
descendencia del justo será bendita. R.
En su casa
habrá riquezas y abundancia,
su caridad
es constante, sin falta.
En las
tinieblas brilla como una luz
el que es
justo, clemente y compasivo. R.
Dichoso el
que se apiada y presta,
y administra
rectamente sus asuntos.
El justo
jamás vacilará,
su recuerdo
será perpetuo. R.
EVANGELIO
Agarraron al
hijo querido, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña
+ Lectura del santo Evangelio según
San Marcos 12, 1-12
En
aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los
letrados y a los senadores:
–Un
hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la
casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo
envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña.
Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les
envió otro criado: a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo
mataron; y a otros muchos, los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo
querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían.
Pero
los labradores se dijeron:
–Este
es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia.
Y
agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué
hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a
otros.
¿No
habéis leído aquel texto: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»?
Intentaron
echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la
gente, y se marcharon.
Palabra del
Señor.