22 de diciembre
SANTA FRANCISCA
JAVIER CABRINI,
Virgen
(1850-1740)
Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón (año
1917).
Fue la menor de una familia de trece hijos. Nació cerca
de Pavía en Italia en 1850.
Una de sus hermanas mayores era maestra de escuela y la
formó en la estricta disciplina, lo cual le fue muy útil después para toda su
vida.
Desde muy pequeña al oír leer en su familia la Revista
de Misiones, adquirió un gran deseo de ser misionera. A sus muñecas las vestía
de religiosas, y fabricaba barquitos de papel y los echaba a las corrientes de
agua y les decía: "Por favor, vayan a países de misiones a llevar
ayudas". Para apagarle un poquito su gran deseo de irse de misionera le
dijeron que en tierras de misiones no había dulces ni caramelos, entonces empezó
a privarse de los caramelos que le regalaban, para irse acostumbrando a no comer
dulces.
A los 18 años obtuvo el grado de profesora. Quiso entrar
de religiosa en una comunidad pero no la aceptaron porque era de constitución
muy débil y de poca salud. Pidió entrar a otra comunidad y tampoco la
aceptaron por las mismas razones. Entonces se fue de maestra a una escuela que
dirigía un santo sacerdote, el Padre Serrati.
Y aquel sacerdote se dio cuenta muy pronto de que la nueva
maestra de su escuela tenía unas cualidades muy especiales para hacerse querer
del alumnado y lograr que sus discípulas se volvieran mejores. Y la recomendó
para que fuera a dirigir un orfanato llamado de la Divina Providencia, el cual
estaba a punto de fracasar por no tener personas bien capaces que lo dirigieran.
Al Sr. Obispo le pareció que era una excelente directora y hasta le aconsejó
que tratara de fundar una comunidad de religiosas para que le ayudaran en el
apostolado.
El Sr. Obispo le dijo un día: "Me dice que su gran
deseo ha sido siempre ser misionera. Pues le aconsejo que funde una comunidad de
misioneras. Yo no conozco ninguna comunidad para esa labor tan santa y
admirable".
Y Francisca reunió siete compañeras de trabajo y con
ellas fundó en 1877 la Comunidad de Misioneras del Sagrado Corazón. A los 10 años
de fundada la comunidad fue a Roma a tratar de obtener la aprobación para su
congregación, y el permiso para fundar una casa en Roma. En la primera
entrevista con el Cardenal Parochi, Secretario de Estado, éste le dijo que la
comunidad estaba muy recién fundada y que todavía no se le podían conseguir
semejantes permisos. Pero el Cardenal quedó tan admirado de la bondad y
santidad de la fundadora que en la segunda visita ya le dio la aprobación y le
pidió que en Roma fundara no sólo una casa para niñas huérfanas, sino dos:
una escuela y un orfanato.
En aquel tiempo eran muchísimos los italianos que se iban
a vivir a Norteamérica, pero allí, por falta de asistencia espiritual corrían
el peligro de perder la fe y abandonar la religión. El Arzobispo de Nueva York
le pidió personalmente que enviara sus religiosas a ese país a enseñar religión.
Ella estaba dudosa porque más bien deseaba que se fueran al extremo oriente, a
China. Pero consultó con el Sumo Pontífice León Trece y él le dijo: "No
a oriente, sino a occidente". Con esto entendió que sí debían ir a
Norteamérica.
Y el 31 de marzo de 1889 Santa Francisca llegó con seis
de sus religiosas a Nueva York.
A Nueva York y sus alrededores habían llegado últimamente
50,000 italianos. La mayoría de ellos no sabían ni siquiera los diez
mandamientos. Sólo 1,200 iban a misa los domingos.
Al llegar a Nueva York se encontraron con que las señoras
que habían prometido ayudar a conseguir la casa para ellas no habían
conseguido nada, y tuvieron que pasar su primera noche en un hotelucho de mala
muerte, sucio y destartalado. Y al presentarse al arzobispo éste les dijo
desanimado: "No se les pudo conseguir casa. Así que lo mejor que pueden
hacer es volverse otra vez a Italia". Pero la Madre Francisca, que era
valiente y tenía una gran fe, le respondió: "No, señor arzobispo, el
Sumo Pontífice nos envió para acá, y acá nos vamos a quedar". El
arzobispo se quedó admirado del valor de la monjita y del apoyo que le ofrecían
a ella desde Roma y les consiguió entonces alojamiento en una casa de
religiosas.
Y a los pocos meses ya la Madre Cabrini había logrado
conseguir una buena casa, buscando ayudas entre los bienhechores, y poco antes
de un año ya pudo ir a Italia, llevando las dos primeras novicias
norteamericanas para su comunidad. De vuelta se trajo varias religiosas más y
fundó su primer gran orfanato junto al río Hudson.
La comunidad empezó a extenderse admirablemente en Italia
y en América. La Madre Cabrini en penosos y largos viajes fundó una casa en
Nicaragua y otra en Nueva Orleáns. En esta ciudad norteamericana los italianos
vivían en condiciones infrahumanas, y la presencia de las misioneras fue de
enorme provecho para esas pobres gentes.
Las grandes obras que emprendió demuestran que Francisca
Cabrini fue una mujer extraordinaria. Su inglés lo hablaba con un tonito
italiano que le concedía una gracia especial, y que en cualquier parte donde
llegaba la señalaba como una extranjera. Pero ello no le impidió ser amada y
estimada por toda clase de personas en los Estados Unidos. Los que trataban con
ella de asuntos económicos (en grande escala muchas veces) se quedaban
admirados de las capacidades tan impresionantes que esta mujer tenía para salir
adelante aun con las obras más difíciles.
Era sumamente estricta, como desde muy pequeñita le había
enseñado a ser su hermana. Algo que nunca pudo aceptar fue que la gente
abandone la religión católica, que es la verdadera, para irse a formar parte
de sectas protestantes que enseñan tantos errores. Esto la hizo sufrir mucho,
porque en Norteamérica, los católicos eran una mínima minoría y los
protestantes, halagándolos con ofertas económicas, los hacían pasarse a sus
sectas y al par de años, como esas religiones quitan todas las devociones, se
volvían unos verdaderos paganos, sin más dios que el dólar. Contra esto luchó
ella lo más fuertemente que pudo durante toda su vida.
Otro pecado contra el cual luchaba duramente era el
concubinato, la unión libre. Y hasta llegó a prohibir que en sus colegios
recibieran a las hijas de los que públicamente vivían dando escándalo por su
concubinato o su unión libre. Muchos la criticaban por esto, pero su conciencia
no le permitía dejar en paz a los que hacían pública profesión de pecado. No
aceptaba el vivir sirviendo al mismo tiempo a Dios y al diablo.
La Madre Cabrini había nacido para gobernar. Procuraba
vivir al día con las buenas ideas modernas y no se cerraba a lo nuevo por puro
capricho por lo pasado. Pero lo nuevo que era escandaloso lo rechazaba
valientemente sin más ni más. Era inflexible para hacer cumplir los
reglamentos y para exigir buen comportamiento, pero al mismo tiempo se hacía
amar por su gran bondad. A sus religiosas les repetía: "No olvidemos que
seguimos al Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde de
corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la vida de los demás. No
seamos duras ni bruscas con nadie. Que los que nos traten se vayan siempre
contentos de haber sido tratados muy amablemente por nosotras".
En 1892, al cumplirse el cuarto centenario del
descubrimiento de América, fundó en Nueva York una gran obra: "El
hospital Colón". Luego fundó nuevas casas de su comunidad en Costa Rica,
Brasil, Buenos Aires, Panamá, Chile e Italia. Cuando le decían que no
emprendiera la fundación de una obra porque iba a encontrar enormes
dificultades, respondía: "Pero, quién es el que va a llevar esta obra al
éxito: ¿nosotras o Dios?", y emprendía la fundación.
Durante doce años estuvo viajando por diversos países
fundando casas de su congregación. Ella podría ser nombrada patrona de los
viajeros internacionales. Y en su tiempo el viajar era mucho más complicado y
difícil que ahora. Su amor por los pobres y su deseo de salvar almas y de hacer
conocer y amar más a Dios la llevó de un sitio a otro del mundo, aunque fueran
muy distantes. De Río de Janeiro a Roma, de Francia a Inglaterra y de Italia a
Norteamérica. Todo por extender el reino de Dios.
La comunidad, que había empezado con ella y siete
hermanas, ya contaba con mil religiosas, enseñando en escuelas gratuitas y
orfanatos, y atendiendo en hospitales y otras obras de caridad. Hasta los presos
de la peor cárcel de Estados Unidos, la cárcel de Sing - Sing, la proclamaban
su bienhechora.
Durante los últimos siete años se sentía muy agotada y
con una salud muy deficiente pero no por eso dejaba de trabajar incansablemente
promoviendo sus obras de caridad y de evangelización. Y el 22 de diciembre de
1917 murió de repente, más quizás por agotamiento de tanto trabajar, que por
edad, pues sólo tenía 67 años. Sus restos se conservan en el colegio Cabrini
en Nueva York.
Ella fue la primera ciudadana norteamericana declarada
santa por el Sumo Pontífice. Nadie que no hubiese tenido una gran santidad y un
inmenso amor a Dios y al prójimo habría podido llevar a cabo obras tan grandes
como ella logró realizar.
Santa Francisca Javier Cabrini te pedimos por todos los americanos, los del norte y los
del sur, y por toda la juventud en peligro. No dejes de trabajar y de interceder
en el cielo por los que todavía luchamos con peligros en esta tierra.