19 de agosto
SAN JUAN EUDES,
Confesor
SAN JUAN EUDES,
Confesor
En la noche de
Navidad de 1625, en la capilla del Oratorio de París, capilla y altar dedicados
a la Santísima Virgen, decía su primera misa un joven sacerdote normando. Aquel
mismo día hizo el voto de perpetua servidumbre a Jesús y María.
No habían pasado aún dos años desde que, atraído por la doctrina espiritual y
prendado por los planes apostólicos del célebre cardenal De Bérulle, había
ingresado en el Oratorio. ¿Quién podía vislumbrar en aquellos momentos cuál iba
a ser el futuro brillante, aunque doloroso, del novel sacerdote?
Su vida sería larga: ochenta años. El voto de servidumbre que acababa de
recitar la resumiría perfectamente. Juan Eudes no viviría para sí, sino para
Jesús y María. Necesitaría todo su tesón normando para no cejar en aquélla
batalla continua y dura, que cubriría toda su vida sacerdotal. Habría de luchar
y sufrir por la salvación de sus hermanos y la gloria de Jesús y María. Era lo
único que le interesaba.
Quiso la Providencia que viviera en los días de mayor esplendor de la historia
de Francia. No le faltaron contactos con los principales personajes y actores
de él. Pero a Eudes nada le interesaban los triunfos temporales y descansaba en
la abundante cosecha de sinsabores y amarguras que siempre le acompañó. Por
doquiera le surgieron enemigos enconados. De entre los que debieran ser sus
amigos, como servidores del mismo Dios, y de entre los separados por el hondo
foso de las diferencias ideológicas. En su propia casa le acecharía la
traición. En aquélla cruz constante, cruz dura y dolorosa, Eudes veía el sello
del beneplácito divino que, contra el parecer de los hombres, refrendaba su
apostolado y sus obras. Fiel a la voluntad del Señor, su siervo caminaría hasta
el fin.
Había venido al mundo en un pueblecito normando, de la diócesis de Séez: Ri.
Era el 14 de noviembre de 1601. Pocos años antes la peste lo había asolado. De
la familia Eudes sólo sobrevivió un varón: Isaac. Para que no pereciera la
familia, Isaac, a punto de ordenarse de subdiácono, renuncia a la carrera eclesiástica,
vuelve a la heredad paterna, la cultiva y con su esfuerzo logra crearse una
posición desahogada. En las postrimerías del siglo XVI contrae matrimonio con
Marta Corbin, mujer de ejemplares virtudes y de una probada y no común energía
de carácter.
De Isaac Eudes, que, casado y padre de siete hijos, rezaba diariamente el
oficio divino, y de Marta Corbin nació Juan Eudes. Era el mayor de los
hermanos.
Próximo a cumplir sus catorce años, fue encomendada su educación a los padres
jesuitas que, en Caen, regentaban el Real Colegio del Monte. Allí cursó los
estudios de humanidades y filosofía. Muchos años después, en la conclusión de
su libro El corazón admirable,
Eudes recordará con agradecimiento a su antiguo colegio y a su congregación
mariana. En septiembre de 1620 recibió la tonsura y las órdenes menores.
Dos años después, cuando ya adelantaba en sus estudios de teología, se creó en
Caen una casa del Oratorio, instituto recientemente fundado, en París, por el
padre De Bertille. Conoció Eudes a los oratorianos e inmediatamente simpatizó
con ellos.
El cardenal De Bérulle fue una de las grandes glorias religiosas de la Francia
del Siglo de Oro. Enamorado de su sacerdocio, añoraba los días antiguos en que
el clero "no respiraba más que cosas santas, dejando las profanas a los
profanos, y llevaba profundamente grabado en sí mismo la autoridad de Dios, la
santidad de Dios y la luz de Dios". Pero, ¡qué distinto espectáculo
presentaba el clero de sus días! Se ha podido escribir que "el nombre de
sacerdote había llegado a ser sinónimo de ignorante y libertino". De
Bérulle quiso rehabilitarlo. El Oratorio tendrá como misión santificar al clero
secular.
¿No era la santidad lo que desde su niñez anhelaba Eudes? En su Memorial dejará anotado: "Fui recibido y
entré en la congregación del Oratorio, en la casa de Saint-Honoré, de París,
por su fundador el reverendo padre De Bérulle, en el año de 1623, el 25 de
marzo". En 1625 fue ordenado de presbítero y en 1627 volvió a su tierra,
cuando nuevamente se ensañaba en ella la peste. Adscrito a la casa de Caen, el
padre Eudes atiende a los apestados, se dedica al estudio y a la oración e
inicia la predicación de misiones populares, apostolado que constituirá una de
las grandes tareas de su vida.
Toda la vida del padre Eudes había de ser un martirio continuado, por lo que no
podemos olvidar el voto que hiciera al Señor en 1637: "Me ofrezco y me
entrego, me dedico y consagro a Vos, oh Jesús mi Señor, como hostia y víctima
para sufrir en mi cuerpo y en mi alma, según vuestro agrado y mediante vuestra
santa gracia, toda clase de penas y tormentos, incluso el derramamiento de mi
sangre y sacrificio de mi vida con cualquier género de muerte. Y esto, sólo
para vuestra gloria y por vuestro puro amor".
En 1640 fue nombrado superior del Oratorio de Caen. Poco tiempo lo sería.
El padre Eudes había comprobado el bien inmenso que las misiones realizaban en
la población; mas una preocupación le inquietaba: ¿Era posible que el fruto
perdurase sin un clero que acogiera y alimentara los buenos propósitos?
El clero. Al padre Eudes le preocupaba el clero. "¿Qué se puede esperar de
estos pobres hombres con disposiciones excelentes -decía refiriéndose a los
seglares- si están bajo la dirección de tales pastores como por doquier vemos?
¿No es lógico que, olvidando pronto las grandes verdades que les impresionaron
durante la misión, caigan en sus anteriores desórdenes?"
Pensando en esto había dedicado en algunas misiones conferencias especiales a
los eclesiásticos. No bastaba. Eudes comienza a pensar en una congregación que
tuviera por primera finalidad el crear y regir seminarios para la formación y
santificación del clero. Su pertenencia al Oratorio es un obstáculo para sus
proyectos.
En 1642 es llamado a París por el cardenal Richelieu y cambia impresiones con
él sobre sus planes. El cardenal le comprende perfectamente; él también sueña
con la creación de seminarios y le promete su apoyo. El cardenal muere a fines
del mismo año, pero la autorización real para la fundación de la nueva
congregación es firmada en el mes de diciembre.
El padre Eudes está resuelto a abandonar el Oratorio. Ningún obstáculo canónico
existe, pues en el Oratorio no hay votos religiosos que vinculen a sus miembros
con el instituto. Entretanto, para evitar posibles complicaciones, las letras
reales se expiden a nombre de monseñor D'Angennes, obispo de Bayeux, amigo y
protector del Santo.
A principios de 1643 el padre Eudes vuelve a Caen. Todo está decidido. Abandona
el Oratorio y el 25 de marzo nace la Congregación
de los Seminarios de Jesús y de María.
La congregación nació en la fiesta de la Anunciación, porque pretendía
"continuar el trabajo y las funciones del Verbo Encarnado y debía estar
consagrada por entero a Jesús y María". Sus finalidades, tal como se
concretan en las letras de Luis XIII, son: "Trabajar con el ejemplo y la
instrucción por establecer la piedad y santidad entre los sacerdotes y aquellos
que aspiran al sacerdocio, enseñándoles a llevar una vida conforme a la dignidad
y santidad de su condición, y desempeñar convenientemente todas las funciones
sacerdotales, como también emplearse en la enseñanza de la doctrina cristiana
por medio de misiones, predicaciones, exhortaciones, conferencias y otros
ejercicios".
Seminarios y misiones. Pero, en primer término, seminarios.
Seis años hacía que el padre Eudes había firmado con su sangre el voto
martirial; ahora, separándose del Oratorio, desencadenaba el inacabable séquito
de dolores, persecuciones y calumnias que no le abandonaría jamás.
En todas sus negociaciones, tanto ante las autoridades regionales como en
París, tanto ante los obispos como en las Congregaciones romanas, el padre
Eudes tropezará con una enemiga tenaz y poderosa, abierta unas veces, solapada
otras, que no reparará en dificultades ni en la licitud de los medios y tratará
de hacerle fracasar y con frecuencia lo conseguirá. Si en 1648 logró en Roma la
aprobación del seminario de Caen, en noviembre de 1650 el obispo de la misma
ciudad, monseñor Malé, sucesor de monseñor D'Arigennes, llegará a clausurarle
la capilla.
Eudes no desiste. En 1652 ultima las constituciones de su congregación. En
1653, muerto monseñor Malé, la autoridad diocesana permite la apertura de la
capilla del seminario de Caen. Tendrá que luchar para aclarar malentendidos y
refutar calumnias. El sigue adelante. Tras del seminario de Caen vendrán los de
Coutances en 1650, Lisieux en 1653, Evreux en 1667 y Rennes en 1670.
Su apostolado entre los sacerdotes se intensifica. A ellos dedica retiros
especiales en sus misiones; para ellos escribe diversos libros que los ayuden
en su vida espiritual o pastoral. Y su enamoramiento del sacerdocio halla
expresión magnífica y bella en su oficio del sacerdocio de Cristo y de los
santos sacerdotes, que le fue aprobado por la autoridad eclesiástica en 1652.
La Congregación de Jesús y María había de dedicar una atención primordial a la
fundación de seminarios y a la formación del clero. Por tal motivo, el padre
Eudes había abandonado el Oratorio. Ella nació en el laborar misional del
Santo, al contacto con las necesidades espirituales de los pueblos misionados.
San Juan había nacido misionero y jamás dejaría de serlo; la congregación que
él fundara sería también misionera. En el Oratorio comenzó el misionar del
padre Eudes y continuó toda su vida, con gran éxito visible y espiritual. Cruzó
en todas direcciones su provincia natal de Normandía. Las poblaciones de gran
parte de Bretaña, Picardía, Ile-de-France, Perche, Brie y Borgoña se apiñaron
cabe su púlpito. Ciudades populosas como Caen, Rouen, Autun, Beaune, Versalles
y París escucharon su predicación.
Recorriendo el Memorial en que el Santo recogió los
principales recuerdos de su vida hallamos mencionadas unas ciento diez misiones
predicadas desde 1632 hasta 1676, y no puede olvidarse que la duración mínima
ordinaria de una misión era de seis semanas y algunas, como la de Rennes, en
1667, se prolongó durante cinco meses.
Su predicación era ardorosa y vibrante. Dotado de un temperamento ardiente y
apasionado, sus palabras brotaban directamente del corazón. Le llamaron
"león en el púlpito y cordero en el confesonario". Tronaba sin
compasión contra los vicios y con espíritu de caridad hacia los pobres
pecadores, cuya suerte le acongojaba. Su palabra se alzaba enérgica y libre,
con la santa libertad de los apóstoles. Buen ejemplo de ello dio en la misión
de Saint-Germain-des-Prés (1660), en presencia de la reina de Francia y de la
corte. Poco antes el fuego había destruido, en parte, el palacio del Louvre, y
de ello tomó pie el Santo para recordar a sus oyentes que, si a los príncipes
les está permitido edificar Louvres, Dios les manda aliviar a sus súbditos
desgraciados; que no pueden pasar los días y los años en diversiones, pues no
es ése el camino del cielo; que si el fuego temporal no había respetado la
mansión real, tampoco el fuego eterno respetaría a los reyes y príncipes que no
vivieran como cristianos; que causaba grande pena, finalmente, ver a los
grandes de la tierra asediados por una multitud de aduladores sin que casi
nunca se les diga la verdad y que él se consideraría por muy culpable si
ocultara estas cosas a su majestad.
De las misiones nació la Congregación de Jesús y de María; de ellas nacería
también la de Nuestra Señora de la Caridad, dedicada a la rehabilitación de las
desgraciadas víctimas del vicio. Nació esta obra del padre Eudes en los mismos
días en que abandonaba el Oratorio y, como todas las suyas, nació y creció en
medio de las mayores dificultades exteriores, a las que aquí se sumaron las más
penosas interiores. En la consolidación de la nueva congregación tuvieron gran
parte las religiosas de la Orden de la Visitación, que, a petición del
fundador, se encargaron de la formación de las primeras postulantes. La primera
toma de hábito fue la de la señorita Taillefer, en la Orden sor María de la
Asunción, el 12 de febrero de 1645. Monseñor Malé, obispo de Bayeux y no afecto
al Santo como vimos, aprobó la fundación de la casa de Caen, en 1651. El Papa
Alejandro VII dio la bula de erección de la nueva Orden el 2 de enero de 1666.
Aún nacientes sus dos congregaciones, el padre Eudes las consagró, en 1643, a
los Sagrados Corazones de Jesús y María. Esta devoción llena su vida y su
apostolado. Ella aparece pujante en todas sus manifestaciones: misiones,
cartas, libros... Desde 1643 o, a más tardar, 1644, la Congregación de Jesús y
de María celebraba ya la fiesta del Sagrado Corazón de María. Entre 1668 y 1670
el padre: Eudes compuso su oficio del Sagrado Corazón de Jesús, que
inmediatamente fue aprobado por varios obispos. Desde 1672 celebra su instituto
la fiesta del Corazón de Jesús el día 20 de octubre, día en que aún la celebran
por concesión de la Santa Sede, en atención a los méritos de su fundador, a
quien San Pío X no dudó en calificar, en el decreto de beatificación, de padre,
doctor y apóstol del culto litúrgico de los Sagrados Corazones. Al año
siguiente de disponer el padre Eudes la celebración de la fiesta, se manifestó
por primera vez el Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque.
El último decenio de la vida de nuestro Santo, como toda su vida, fue abundante
en tribulaciones y persecuciones. SuMemorial repite año tras año: "En este año
(1670) quiso el Señor favorecerme con diferentes cruces, por lo que sea
eternamente bendecido... En este año (1671) me acompañaron las cruces por todas
partes. Eternas gracias sean dadas al amabilísimo Crucificado... En el año de
1672 estuve rodeado de cruces casi sin, interrupción..." Y así continúa.
Sus enemigos tradicionales, oratorianos y jansenistas, a los que ahora se sumarán
los lazaristas, no cejaron en su empeño de sembrarle de dificultades todos los
caminos. En Roma impidieron que llegara a buen término la aprobación canónica
de la Congregación de Jesús y de María; en París le hicieron caer en desgracia
de Luis XIV, que le desterró de la corte.
Por su parte los jansenistas atacaban su ortodoxia. "Me cargan con trece
herejías -escribía la víctima-. El motivo de toda su cólera está en que me
opuse en todas partes a sus novedades, que sostengo en alto la fe en la Iglesia
y la autoridad del Romano Pontífice y que he quemado un libro detestable
compuesto contra la devoción a la Santísima Virgen." Llegaron a sobornar a
su secretario para que le traicionase. En numerosas cartas expresa el padre
Eudes la compasión que siente hacia sus calumniadores y el perdón que rebosa de
su corazón. Pero no podía menos de defenderse. El rey encargó del asunto a la
asamblea episcopal de la región, reunida en Meulan a fines de 1674; ella le
declaró inocente de cuantas acusaciones se acumulaban contra su persona y su
doctrina. A mediados de 1679 Luis XIV volvió a acoger en su gracia al Santo, le
recibió en audiencia, alabó sus afanes apostólicos y le prometió su apoyo.
Ya la vida del infatigable misionero tocaba a su fin. Consciente él más que
nadie de la precariedad de su salud, convocó en junio de 1680 la primera
asamblea de su instituto y en ella presentó la dimisión de su cargo de superior
general. No habían transcurrido dos meses, cuando la enfermedad le rindió en el
lecho. A sus hijos, que ansiosos le rodeaban, les habló de las alegrías del
paraíso y de la eternidad, y de su gran indignidad. Les exhortó a la paz, les
consoló de su muerte, les recomendó a Dios y les puso en manos de la Santísima
Virgen.
El 19 de agosto entregó su alma a Dios. Eran las tres de la tarde. Se consumaba
el sacrificio de un hombre cuya vida entera fue un ascender a la cumbre del
Calvario.
ANDRÉS ELISEO DE MAÑARICÚA