26 de agosto
SANTA TERESA
DE JESÚS JORNET,(*) Virgen
El 27 de abril de
1958, cien viejecitos y cerca de 600 religiosas escuchaban a Su Santidad el Papa
Pío XII exaltar las virtudes de la nueva Beata, Teresa de Jesús Jornet, fundadora de la Congregación de Hermanitas de
los Ancianos Desamparados. Pocas veces la Madre Iglesia ha aprobado tan rápidamente
un proceso de beatificación. Iniciado éste en Valencia en 1945, culminó en
1958, cuando el Papa, también un anciano, como él mismo recordó a sus coetáneos
de todo el mundo, que representaban a los millares acogidos en las Casas-Asilo
de la Congregación, elevó a los altares a esta gigante de la caridad.
Mientras
las campanas de la iglesia parroquial tocan el Angelus,
nace en la villa catalana de Aytona la niña Teresa de Jesús Jornet e Ibars. El
día siguiente recibía el bautismo y quedaba, por tanto, inscrita en el
registro espiritual de los cristianos. Era natural que así sucediera porque
tanto los Jornet como los Ibars eran católicos sinceros. El padre Francisco
Palau, hermano de la abuela materna, es hoy candidato a los altares, y otros
miembros de la familia se distinguían por sus virtudes y su piedad.
La
niña crece en el ambiente de trabajo y de religiosidad del hogar. Pero su
inteligencia despierta llama la atención de sus tíos y de sus padres, y Teresa
marcha a Lérida, y después a Fraga. En las vacaciones regresa al pueblo, y
sabe sacar partido de su ascendiente sobre las amigas para conducirlas a la
iglesia y organizar excursiones que muchas veces se convierten en minúsculas
peregrinaciones...
Apenas
concluidos sus estudios de Magisterio, comienza a ejercer en Argensola,
provincia de Barcelona. Pronto su piedad y su ejemplo llaman la atención de las
alumnas y de sus padres. Las gentes, curiosas, admiran que la maestra acuda
semanalmente a confesarse al pueblo de Igualada, a pesar de que entre ida y
vuelta tiene que recorrer unos 20 kilómetros.
Pero
la enseñanza, con ser misión bella y santa, no llena sus aspiraciones. No le
cabe duda de que Dios la llama a la vida religiosa, y su único problema es la
elección. El padre Palau invita a Teresa a colaborar en el Instituto que está
fundando, y ella acude presurosa, pero en su interior anhela una vida religiosa
separada del mundo, más fuertemente caracterizada por el silencio y la oración.
Y a primeros de julio de 1868 Teresa abandona la casa paterna para dirigirse al
convento de Clarisas, en Briviesca (Burgos), mientras Josefa, su hermana, entra
en el Asilo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en Lérida.
Todo
va bien en Briviesca, y Teresa prepara el velo negro que llevará en su profesión.
Pero España atraviesa momentos difíciles y dramáticos. Y el Gobierno no
permite la emisión de votos. Las religiosas le ponen, sin embargo, el velo
negro. Y surge otra imposición, esta vez procedente de Dios directamente. Una
postilla en la frente hace que deba volver, por obediencia, a Aytona. En
Briviesca quedarán el recuerdo grato y el afecto sincero, que todavía hoy,
después de muchos años, perduran en la expresión de las clarisas:
"Teresa era una santa".
Una
vez más su tío, el padre Francisco, trata de orientar a Teresa en su pequeño
ejército de terciarios y terciarias carmelitas. La nombra visitadora de las
escuelas que él va abriendo en España. Pero el padre Francisco muere y Teresa
se encuentra nuevamente entre los suyos, con una única duda: "Señor, ¿qué
queréis que haga?".
Un
grupo de sacerdotes de Huesca y de Barbastro, presididos por don Saturnino López
Novoa, maestro de capilla de la catedral de Huesca, se disponen a crear un
Instituto femenino que se consagre exclusivamente a la asistencia de los pobres
ancianos abandonados. La idea ha florecido ya en Francia, pero se piensa que
para los ancianos españoles sería preferible hermanitas de esta misma
nacionalidad.
En
junio de 1872 Teresa pasa por Barbastro, con su madre, y habla con un sacerdote
de la localidad, amigo del difunto padre Palau y también de don Saturnino.
Durante la charla examina atentamente a Teresa y comprende que los deseos de la
joven son consagrarse a Dios en la vida religiosa. Entonces rompe a hablar sobre
los proyectos de don Saturnino, y Teresa ve con toda claridad que ahí está su
vocación y que se han terminado sus vacilaciones y sus tinieblas interiores.
Acepta el plan y regresa al pueblo. Su primer acto es comunicar a María, su
hermana y confidente, que ha encontrado el verdadero camino. Pero esta noticia
entraña, también, una invitación, que por el momento es rechazada. "¿Yo
dedicarme a los ancianos? Imposible." Pero Teresa sabe lo que dice, y, al
fin, María irá con ella y aun se llevarán a una paisana.
En
Barbastro abriría don Saturnino la nueva casa. La sede elegida se llama "Pueyo".
Son doce jóvenes, contando a Teresa y a sus dos conquistas. Del 4 al 12 de
octubre se llena la casa, un edificio antiguo y viejo. Nadie sino Teresa podía
ser la cabeza de aquella incipiente comunidad, a pesar de que sus pensamientos
eran totalmente ajenos a ello. Así lo dijo y así lo reiteró, pero por toda
respuesta le dijeron que en la vida religiosa lo que importa es obedecer.
Teresa calla, acepta y permanecerá superiora hasta la muerte. Serán
veinticinco años de gobierno, de esfuerzos y de heroísmo callado.
Detengámonos
ahora a ver cómo era la madre Teresa. La mejor semblanza la hizo el propio Pío
XII, al exaltar sus virtudes y su empresa. "Alma grande y al mismo tiempo
humanamente afable y sencilla -dijo el Papa, como su homónima, la insigne
reformadora abulense; humilde hasta ignorarse a sí misma, pero capaz de imponer
su personalidad y llevar a cabo una obra ingente; enferma de cuerpo, pero
robusta de espíritu con fortaleza admirable; "monja andariega" ella
también, pero siempre estrechamente unida a su Señor; de gran dominio de sí
misma, pero adornada con aquella espontaneidad y aquel gracejo tan amable; amiga
de toda virtud, pero principalmente de la reina de ellas, la caridad, ejercitada
en aquellos viejecitos o viejecitas que exigen la paciencia y benignidad de que
habla el Apóstol."
Dentro
de este conjunto espléndido, Pío XII subrayó "tres suaves matices":
la gran parte que la Virgen Santísima quiso tomar en su vida y en su obra; su
irresistible inclinación a procurar la asistencia a los desvalidos y, por fin,
aquella "suavidad y naturalidad con que se abandonó a los designios
ocultos de la Providencia, o, mejor dicho, aquel modo perfecto y ejemplar con
que supo prescindir de. sí y de su voluntad para identificarla completamente
con la santísima voluntad de Dios".
Dejamos
en su iniciación la gran empresa. Su primer nombre fue el de "Hermanitas
de los Pobres Desamparados"; después, para evitar equivocaciones con el
Instituto francés del mismo nombre, se llamaron, como hoy se denominan,
"Hermanitas de los Ancianos Desamparados". Pronto quiso la Providencia
que no se quedaran en Barbastro, sino que, por coincidir con los deseos de un
grupo de católicos valencianos, fundasen en la capital del Turia, que desde
entonces habría de ser la Casa-Madre de la congregación. Toda la ciudad recibió
a las hermanas, y éstas hacen su primera visita a la Virgen de los
Desamparados, patrona de Valencia, que nunca había de desampararlas a ellas ni
a sus ancianitos y ancianitas. Inmediatamente reciben a la primera acogida, una
paralítica de noventa y nueve años.
Mas
pronto habrían de comenzar los dolores. Las regiones españolas se sublevan
contra el Gobierno y Valencia se declara en rebeldía. La ciudad es asediada y
bombardeada. La gente huye; las hermanitas permanecen junto a sus ancianos. Sólo
cuando en la ciudad ya no queda nadie, y al peligro de los bombardeos se añade
la amenaza de morir de hambre, -las hermanitas viven de la caridad
cristiana- deciden refugiarse en Alboraya. Después una nueva prueba, la
muerte de sor Mercedes, la primera profesa de las hermanitas, pues en el propio
lecho de muerte selló sus votos de esposa de Cristo.
La
historia de las nuevas fundaciones está llena de encanto y de luz sobrenatural.
Es primero Zaragoza, donde también fueron recibidas triunfalmente; luego Cabra,
Burgos... y toda la geografía española, que la Beata se recorrió varias
veces, en unas condiciones materiales que, si eran algo más cómodas que las de
los tiempos de Santa Teresa, no dejaban de tener sus grandes molestias y aun
dolores. Al cumplirse el primer decenio de la fundación del Instituto, las
Casas-Asilo —la madre Teresa quería que fueran llamadas así, pues la sola
palabra "asilo" le parecía demasiado fría y humillante— Son ya 33.
Diez años más tarde subirían a 81, Y cuando la Beata entrega su alma al Señor
suman ya la cifra esplendorosa de 103. Medio siglo más tarde, cuando la Iglesia
la eleva a los altares, las Casas-Asilo son ya 205 en todo el mundo, y millares
de ancianos y ancianas son consolados y atendidos por las hermanitas.
En
1885 el Instituto cruza el océano. Las hermanitas han sido llamadas a Santiago
de Cuba y La Habana. Por primera vez van a fundar sin la madre. Esta, que apenas
tiene cuarenta y dos años, no es ya sino una inválida, en cuanto a fuerzas físicas
se refiere. La obra se está consumando. En 1876 había llegado el decreto de
alabanza de Roma. Y la aprobación definitiva llega en 1887.
Ahora
que la Iglesia ha acogido al Instituto bajo su tutela, la madre ya sabe que otra
Madre eterna velará por las hermanitas y los ancianos. Por eso, al celebrarse,
en abril de 1896, el Capítulo general, la Beata suplica a las hermanitas que se
dignen librarla del peso de superiora general. Su cuerpo se niega a seguirla en
sus largos viajes. No puede intervenir regularmente en los actos de la
comunidad. El bien del Instituto —insiste la madre— exige que sea otra
hermanita la que presida su marcha. Pero esta vez nadie hace caso de la voz de
la madre. Y la Beata no tiene más remedio que cargar nuevamente la cruz sobre
sus flacos hombros.
Ella
seguirá siendo sencilla. y entrañable. Nunca le han gustado las posturas
ficticias, las caras de víctima. A una novicia que, en el arrebato de un falso
misticismo, decía a la madre que quería ser santa y andaba por todas partes
con la cabeza torcida, la Beata le respondió que si, que obligación de todas
las hermanitas era ser santas; pero que... ¡aquella cabeza tan torcida! La
madre cogió un alfiler, tomó entre sus manos la punta del velo de la novicia y
se lo aseguró con el alfiler en la espalda, de modo que no podía llevar sino
bien alta la cabeza.
La
madre sacudía con frase certera toda pereza disfrazada de piedad:
-Fervorosas,
sí; pero no de las que dejan el trabajo a las demás.
En
el verano de aquel año va a Palencia, para inaugurar el segundo noviciado. Pero
no puede estar presente en la ceremonia porque está aquejada de fuertes
dolores. Es su ofrenda por las novicias. Se pone en camino hacia Valencia.
Parece mejorar un tanto durante el verano, pero en la primavera vuelve a
agravarse. Su aparato digestivo es una pura llaga. La llevan a la Casa-Asilo de
Masarrochos y luego a Liria. La madre ora mucho y por todos. También en las
Casas-Asilos rezan las hijas y los ancianos.
Más
de 70 superioras y muchísimas hermanitas pasan por Liria para recibir su última
bendición en la tierra y sus postreros consejos. El 12 de julio el padre
Francisco, uno de los más grandes protectores del Instituto, le lleva el santo
viático y dos semanas después le administra la extremaunción. Poco a poco, se
apaga la vida de la enferma, que dicta su última recomendación: "Cuiden
con interés y esmero a los ancianos, téngase mucha caridad y observen
fielmente las constituciones. En esto está nuestra santificación".
El
26 de agosto de 1896 la enferma expresa repetidas veces el deseo de recibir la
sagrada comunión. A la primera claridad del alba viene el sacerdote, la oye en
confesión y sale en busca del sacramento. La madre mira a su alrededor, sonríe
a las hermanitas presentes e inclina la cabeza para siempre, con gozo de la
comunión eterna. Tenía cincuenta y cuatro años y siete meses y podía
presentar en el cielo su obra de 103 Casas-Asilos con millares de ancianos y más
de mil hermanitas. Descansó en Liria hasta 1904, en que fue trasladada
solemnemente a la Casa-Madre de Valencia.
La
madre había recomendado que, si en el Instituto llegase a haber santas, no se
gastase un céntimo en el afán de llevarlas a los altares. Las hermanitas
obedecieron, pero la Providencia tenía otros planes, y, como para recuperar el
tiempo perdido, su proceso de beatificación tuvo un desarrollo rapidísimo,
facilitado por los milagros. Iniciado en 1945, se clausuró en 1958, con la
proclamación de la beatitud de los bienaventurados en la persona de esta
fundadora insigne y ejemplar.
MANUEL CALVO HERNANDO
*Año Cristiano,
Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966