Quien conserva su vida, la perderá, y quien perdiere
su vida por amor mío, la volverá a hallar. (Mateo, 10, 39).
Nació San Pascual de padres piadosos,
pero tan pobres, que no pudieron enviarlo a la escuela. Encargado de cuidar
los rebaños, tomaba consigo un libro, y rogaba a las personas que encontraba
le enseñasen sus letras por amor a Dios. Por este medio, en poco tiempo llegó
a leer y se perfeccionó así en el conocimiento de la religión. Después de
haber consultado a Dios, creyóse llamado al estado religioso; y como estaba
resuelto, decía, a morir pobre como había nacido, entró en un convento
franciscano, donde quiso, por humildad, ser admitido en calidad de hermano
lego. La Santísima Virgen, por quien tenía tierna devoción, obtúvole varias
señaladas gracias, pero, fue célebre sobre todo por su amor al Santísimo
Sacramento. Murió en Villarreal, cerca de Valencia, el 17 de mayo de 1592,
alrededor de los 52 años de edad.
I. Amamos naturalmente la vida y
tememos la muerte; así, nada ahorramos por conservar la salud del cuerpo: nos
dejamos sangrar, cortar los miembros, ayunamos, tomamos medicinas amargas.
¿No serías un gran santo si hicieses por el cielo una parte siquiera de lo
que haces por la tierra? Pero, ¡ay!, uno hace todo por el cuerpo y nada por
el alma; hacemos todo por conservar una vida que nos es común con los
animales, y nada por vivir eternamente. Cada día declinamos, cada día nos
morimos, y nos creemos eternos. (San Jerónimo).
II. Debes moderar ese deseo que tienes
de vivir mucho tiempo. Por corta que sea tu vida, bastante larga será si la
quieres emplear bien. Cuanto más se prolongue tu vida tanto más terrible será
la cuenta que debas dar a Dios. Y no te quieras persuadir de que al envejecer
te harás más virtuoso: el agotamiento de tus fuerzas, las enfermedades y los
hábitos más inveterados, te harán más difícil que nunca la práctica de la
virtud.
III. Si amas la vida y la salud, ama la
virtud y la santidad. La sobriedad, el ayuno, la templanza, mucho más sano te
habrán de conservar que las prescripciones y regímenes de los médicos.
Reprime tus pasiones: la intemperancia y los excesos han hecho morir a una
infinidad de personas; el ayuno y la austeridad han hecho vivir a los
antiguos anacoretas hasta una extrema vejez, sin enfermedades y sin
incomodidad. En fin, las enfermedades son a menudo el castigo de tus pecados
al mismo tiempo que un remedio para las llagas de tu alma. Dios las envía para curarte, pero
lo hace según su juicio, sin consultar al enfermo. (San Agustín).
La mortificación
Orad por las vírgenes.
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis adornado al
bienaventurado Pascual, vuestro confesor, con un amor ardiente por los
misterios adorables de vuestro cuerpo y de vuestra sangre, concedednos el
vigor espiritual que él bebía en este banquete divino. Por J. C. N. S. Amén.
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