4 de enero
SANTA ÁNGELA DE FOLIGNO,
Viuda
(1309 P.C.)
Viuda
(1309 P.C.)
Ángela vino al mundo a mediados del siglo XIII, probablemente hacia el año
1249. La posteridad quiso inmortalizar con su nombre el de la bella ciudad que
la vio nacer y que sesenta años después, en 1309, había de ser también el lugar
de su sepultura. Si bien es cierto que los santos, ya en vida, son más
moradores del cielo que de la tierra, no pueden, sin embargo, al igual que
todos los mortales sacudir del todo el lastre que los hace hijos de su tiempo y
de su ambiente. La época en que vivió la Beata Ángela presenta rasgos
singulares, ricos en contrastes, como acontece siempre en toda época de
transición.
Las grandes ideas características de la Edad Media brillan ya en la mitad
del siglo XIII con luces de atardecer. Todos los sucesos de la sociedad de
entonces nos hacen pensar en el ocaso, diríamos con Hizinga, en el otoño del
medievo. La unidad de la "república christiana", que naciera del
consorcio del sacerdocio y del imperio, quedaba gravemente lesionada y
prácticamente destruida, con Federico II, en lucha constante con el papado. Al
lado del imperio pululaban en Alemania las ciudades libres, y en Italia los
comunes, que luchaban unas veces contra la Iglesia en favor del emperador, y
otras contra éste aliados con la Iglesia, según fuera su distintivo de
gibelinos o güelfos. La fe operante y entusiasta que tantos cruzados empujara
hacia el Oriente languidecía con el postrer suspiro San Luis; mientras las
grandes síntesis escolásticas, expresión a la vez de la unidad y universalidad
medievales, estaban perdiendo a sus geniales forjadores Alejandro de Halés,
Santo Tomás y San Buenaventura. En 1308, un año antes que la Beata Ángela,
muere Juan Duns Escoto, último gran escolástico. Pero entre las sombras
crepusculares del medievo, se dibujan ya las luces del Renacimiento, con
distintos cánones y nuevas ideas, que el Dante presiente y saluda en su Vita nuova. El geocentrismo, antropocentrismo e
individualismo de la nueva era que nace, suplantan al teocentrismo y
universalismo de la Edad Medía que fenece. El pujante nacionalismo deshace en
jirones la vieja túnica del Imperio. El Petrarca, tenido por muchos como el primer hombre moderno, canta las bellezas de su patria italiana y
se inspira en la naturaleza y en el Paisaje.
Ángela tuvo que vivir, pues, en una época fronteriza. Y en el drama de su
vida, pecadora en un principio, santa después, no es difícil descubrir las
huellas del ambiente en que se movió. De elevada posición, poseía riquezas,
castillos, joyas y fincas. Se casó en temprana edad, y tuvo varios hijos. Tanto
en sus años juveniles, como después en su estado de esposa y de madre, apuró
pródiga la copa de los placeres que el mundo le brindaba. Ella misma confesará
más tarde una y muchas veces sus graves desvaríos. Sin que nos veamos
precisados a creer al pie de la letra la exactitud de estas confesiones, fruto
mas del arrepentimiento que de la verdad objetiva, no se pueden descartar
tampoco los hechos que, por otra parte, están en conformidad con las
circunstancias históricas que los rodean. En efecto; la cuna de Ángela fue
mecida por aíres nada .saturados de clericalismo. Foligno, ciudad
obstinadamente ligada al emperador, estaba siempre dispuesta a ponerse en pie
de guerra contra cualquier pretensión del Papa. Pero la suerte de las armas
muchas veces le era adversa, y uno de aquellos años sufrió una aplastante e
ignominiosa derrota por parte de las fuerzas pontificias de Asís y de Perusa.
¿Quién duda de que entre la distinguida estirpe de Ángela no se encontrarían
entonces rabiosos gibelinos. para quienes los nombres de curas, papas y frailes
venían resultando sinónimos de declarados enemigos políticos? Nos dirá Ángela
más tarde que en su madre encontraba gran obstáculo para la conversión.
Pero la gracia de Dios iba obrando en lo profundo de su alma. Las
circunstancias han cambiado con el tiempo. Es hacia el año 1285. Foligno es ahora una ciudad súbdita del Papa
y protegida por él. Ángela anda en sus treinta y cinco. Sus pecados de la
juventud comienzan a producirle cierto escozor en la conciencia. Le llega
también la prueba. En breve tiempo pierde a su madre, a su marido y a sus
hijos. Huérfana de sus seres queridos, comienza a practicar la religión, pero
en un principio sin apartarse del todo del pecado. Por eso hace comuniones
sacrílegas, por no confesar sinceramente sus pecados. Es la hora de los
confusos sentimientos; la lucha entre el espíritu y el cuerpo. Se halla sin
luz, como Saulo en el camino de Damasco.
Pero allí cerca estaba Asís. "Oriente diré, que no Asís", cantó
el Dante. El ejemplo de Francisco continuaba fascinando a muchas almas desde
hacía casi un siglo. Para Ángela constituyó también un faro en esta noche
oscura del espíritu. Un día en que se encontraba atormentada por remordimientos
de conciencia, pidió a San Francisco que le sacara de aquellas torturas. Poco
después entró en la iglesia de San Feliciano, donde predicaba a la sazón un
religioso franciscano; se sintió tan conmovida que. al bajar predicador, se
postró ante su confesionario, y, con grande compunción, hizo confesión general
de toda su vida, quedando muy consolada.
El fraile se llamaba Arnaldo, cuya vida, al igual que la nuestra de Beata,
no ha podido ser hasta ahora suficientemente estudiada, por falta de datos.
Parece ser, sin embargo, que pertenecía a la comunidad de Asís, y que en la
Orden seguía la corriente de los llamados "Espirituales", grupo que
hicieron célebre, entre otros, los nombres de Pedro Juan Olivi, Angel Clareno,
Hubertino de Casale y el mismo Juan de Parma, general que fue de toda la Orden.
Lo que si sabemos ciertamente de fray Arnaldo es que, a partir de la conversión
de Ángela, pasó a ser su confesor, su director y su confidente espiritual.
Gracias a sus ruego Perusa. ¿Quién duda de que entre la distinguida estirpe de
Ángela no se encontrarían entonces rabiosos gibelinos. para quienes los nombres
de curas, papas y frailes venían resultando sinónimos de declarados enemigos
políticos? Nos dirá Ángela más tarde que en su madre encontraba gran obstáculo
para la conversión.
Pasman los prodigios que la divina gracia, en tan breve tiempo, ha obrado
en esta alma privilegiada. Su trato íntimo con la divinidad, sus éxtasis
escalofriantes, los secretos celestiales que en ellos se le confiaban, son más
para admirados que para descritos. L. Leclève no duda en afirmar que Ángela de
Foligno, por el crecido número de sus visiones, solamente admite parangón con
Teresa de Ávila; y a ambas llama reinas de la teología mística.
Nuestra pobre fraseología humana resulta inadecuada para captar los
misteriosos coloquios entre Ángela y la divinidad. La misma Beata sufría y se
lamentaba, porque después de escuchar la lectura de lo que acababa de dicta a
fray Arnaldo, le parecía que allí no se contenían más que blasfemias y burlas.
Así son de mezquinos nuestros conceptos humanos cuando se los quiere hacer
pasar por vehículos de realidades divinas.
Si estas dificultades encuentran los santos para exteriorizar sus propias
experiencias. ¿qué pasará cuando los hombres se afanan por querer clasificarlas
y analizarlas desde afuera y a distancia? Dejemos a los santos saborear
dulcemente las inefables dulzuras nacidas del contacto intimo con la divinidad.
Las flores de la vida mística crecen como las estrellas alpinas. en las cumbres
de las altas montañas, y no a todos es dado llegar a esas alturas para
disfrutar de su aroma. Unos habrán de contentarse con acampar muy cerca de la
cima; otros, a la mitad; algunos, tal vez los más, apenas si habrán caminado
unos pasos hacia la cúspide de a montaña espiritual; diríase con otras palabras,
todos están llamados a ejercitarse en la vida ascética, mediante la práctica de
la perfección, rastreando los senderos, a veces tortuosos y empinados, que
conducen a las recónditas alturas de la mística. En efecto, estas dos vías,
ascética y mística, no se desenvuelven a manera de dos paralelas, sino que
constituyen, en el pensamiento de la Beata Ángela, las dos mitades, inicial y
terminal respectivamente. de una misma vida espiritual. Así, pues. si no todos
los cristianos podrán tocar con sus manos el termino de esa línea ascendente,
todos, sin embargo, están ob1igaos a no desistir de lanzarse a la carrera
espiritual. "Y que nadie se excuse – les advierte la Beata – con que no
tiene ni puede hallar la divina gracia, pues Dios, que es liberalísimo, con
mano igualmente pródiga la da a todos cuanto la buscan y desean".
Cosas admirables sobre la perfección ha dejado escritas la beata Ángela. En
dieciocho etapas va describiendo, en el primer capítulo de su autobiografía, el
laborioso producto de su conversión, desde que comenzó a sentir la gravedad de
sus pecados y el miedo de condenarse hasta el momento en que al oír hablar de
Dios se sentía presa de tal estremecimiento de amor, que aun cuando alguien
suspendiera sobre su cabeza una espada, no podía evitar los movimientos. A la
Beata Ángela se le atribuyen. además de la autobiografía de fray Arnaldo, unas exhortaciones, algunas epístolas y un testamento
espiritual, que han merecido a su autora el ser considerada por algunos nada
menos que como magistra theologorum. ,Sin ocultar el tono de exageración que el cariño de los discípulos ha
puesto en este elogia hacia la madre espiritual, hay que reconocer que los
discípulos de la Beata Ángela recogen lo mejor que de teología ascética que
habían escrito los grandes maestros de la y escolástica; y colocada además
providencialmente en los umbrales de una época nueva, logra transvasar a las
odres del Renacimiento los vinos añejos de la espiritualidad del siglo XIII.
Los aires renacentistas de acercamiento al hombre, a lo individual y concreto,
la mueven a abrazar el pensamiento Franciscano, que coloca a Cristo, Hombre –
Dios, por centro de toda vida espiritual, ejemplar de todas las virtudes y
única vía para caminar hacia la perfección a cuya Tercera Orden de Penitencia
se incorporó desde los primeros días de su conversión, e inspirada en el
pensamiento bonaventuriano, la Beata Ángela es a gran mística de la humanidad
de Cristo. La imitación de Cristo – Hombre, mediante el ejercicio de las
virtudes, es la meta de la ascética, así como la unión con Dios, por medio de
Cristo, es a consumación y remate de la mística.
Pero la espiritualidad de nuestra Beata recibe modalidades nuevas, dentro
de lo franciscano; pues mientras el cristocentrismo de la escuela franciscana,
en general, se orienta hacia la Encarnación, hay que reconocer que para la
Beata Ángela todo gira en torno a la cruz. La pasión y muerte de Cristo es la
demostración más grande de amor que el Hijo de Dios ha podido dar a los
hombres. Cristo desde la cruz es el Libro de la Vida, como lo llama ella, en el
cual debe leer todo aquel que quiera encontrar a Dios. Era tal la devoción que
sentía hacia la cruz que, si le cuadraba contemplar una estampa o un cuadro en
que se representaba alguna escena de la pasión, se apoderaba de sus miembros la
fiebre y caía enferma. Por eso la compañera procuraba esconderle las
representaciones de la pasión, para que no las viese. Sus opúsculos fueron
editados varias veces, en siglos pasados, con el título significativo de Theologia Crucis. En la meditación de la pasión era donde
conocía con más viveza la gravedad de sus pecados pasados, y los lloraba con
mayor dolor. Aquí es donde se decide a tomar resoluciones que dan nuevo rumbo a
su vida. "En esta contemplación de la cruz - refiere ella - ardía en tal
fuego de amor y de compasión que, estando junto a. cruz, tomé el propósito de
despojarme de todas las cosa, y me consagré enteramente a Cristo." La
pobreza, la estricta pobreza de espíritu, era la contraseña que ella exigía para
distinguir los verdaderos discípulos de Cristo. Muchos se profesan de palabra
seguidores de Cristo; pero en realidad y de hecho abominan de Cristo y de su
pobreza. En las páginas de sus opúsculos el amante de la historia podrá
descubrir las inquietudes en torno a la pobreza de Cristo que convivieron los
espirituales franciscanos y nuestra Beata de Foligno.
Junto a la cruz, la Beata Ángela aprendió a ser la gran confidente del
Sagrado Corazón de Jesús, muchos siglos antes que Santa Margarita María
recibiera los divinos mensajes. "Un día en que yo contemplaba un
crucifijo, fui de repente penetrada de un amor tan ardiente hacia el Sagrado
Corazón de Jesús, que lo sentía en todos mis miembros. Produjo en mí ese
sentimiento delicioso el ver que el Salvador abrazaba mi alma con sus dos
brazos desclavados de la cruz. Parecióme también en la dulzura decible de aquel
abrazo divino que mi alma entraba en el Corazón de Jesús." Otras veces se
le aparecía el Sagrado Corazón para invitarla a que acercase los labios a su costado
y bebiese de la sangre que de él manaba. Abrasada en esta hoguera de amor, nada
tiene de extrañó que se derritiese en ardientes deseos de padecer martirio por
Cristo.
El amor que Cristo nos demostró en la cruz, se perpetúa a través de los
siglos de una manera real en el sacramento de nuestros altares. La devoción a
la Eucaristía, tan característica de los tiempos modernos, tiene una eminente
precursora en la Beata Ángela. Fueron muchas las visiones, con que el Señor la
recreó en el momento de la consagración, o durante la adoración de la sagrada
hostia. Siete consideraciones dedica a la ponderación de los beneficios que en
este sacramento se encierran. El cristiano debe acercarse con frecuencia a este
sacramento, seguro de que, si medita en el grande amor que en él se contiene,
sentirá inmediatamente transformada su alma en ese mismo divino amor. La Beata
exhorta, sin embargo, a cada cristiano a que se haga. a modo de preparación.
las siguientes consideraciones: ¿A quién se acerca? ¿Quién es el que se acerca?
¿En qué condiciones y por qué motivos se acerca?
Abrazada con Cristo en la Cruz, arrimada a su costado y confortada con el
Pan de Vida, la Beata Ángela recibió la visita de la hermana muerte. Eran las
últimas horas del día 4 de enero de 1309 cuando esta privilegiada mujer,
rodeada de un gran coro de hijos espirituales, entregaba plácidamente su alma
al redentor. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del convento franciscano de
Foligno. Sobre su sepulcro comenzó Dios a obrar en seguida muchos milagros. El papa
Clemente XI aprobó el culto, que se le tributó constante, el día 30 de abril de
1707.
ISAAC VAZQUEZ, O. F. M
- Año Cristiano, Tomo I,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.
