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Alegraos en vuestra esperanza, sed 
sufridos
en la tribulación y perseverantes en la oración.(Romanos, 12, 12).
en la tribulación y perseverantes en la oración.(Romanos, 12, 12).
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   San Sérvulo, como el Lázaro de la parábola de 
Cristo, era un hombre pobre y cubierto de llagas que yacía frente a la puerta de 
la casa de un rico. En efecto, nuestro santo estuvo paralítico desde niño, de 
suerte que no podía ponerse en pie, sentarse, llevarse la mano a la boca, ni 
cambiar de postura. Su madre y su hermano solían llevarle en brazos al atrio de 
la iglesia de San Clemente de Roma. Sérvulo vivía de las limosnas que le daban 
las gentes. Si le sobraba algo, lo repartía entre otros menesterosos. A pesar de 
su miseria, consiguió ahorrar lo suficiente para comprar algunos libros de la 
Sagrada Escritura. Como él no sabía leer, hacía que otros se los leyesen, y 
escuchaba con tanta atención, que llegó a aprenderlos de memoria. Pasaba gran 
parte de su tiempo cantando salmos de alabanza y agradecimiento a Dios, a pesar 
de lo mucho que sufría. Al cabo de varios años, sintiendo que se acercaba su 
fin, pidió a los pobres y peregrinos, a quienes tantas veces había socorrido, 
que entonasen himnos y salmos junto a su lecho de muerte. El cantó con ellos. 
Pero, súbita mente, se interrumpió y gritó: "¿Oís la hermosa música celestial ?" 
Murió al acabar de pronunciar esas palabras, y su alma fue transportada por los 
ángeles al paraíso. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Clemente, ante 
la cual solía estar siempre. Su fiesta se celebra cada año, en esa iglesia de la 
Colina Coeli. 
San Gregorio Magno concluye un sermón sobre San Sérvulo, diciendo que la conducta de ese pobre mendigo enfermo es una acusación contra aquellos que, gozando de salud y fortuna, no hacen ninguna obra buena ni soportan con paciencia la menor cruz. El santo habla de Sérvulo en un tono que revela que era muy conocido de él y de sus oyentes, y cuenta que uno de sus monjes, que asistió a la muerte del mendigo, solía referir que su cadáver despedía una suave fragancia. San Sérvulo fue un verdadero siervo de Dios, olvidado de sí mismo y solícito de la gloria del Señor, de suerte que consideraba como un premio el poder sufrir por Él. Con su constancia y fidelidad venció al mundo y superó las enfermedades corporales. 
   I. San Sérvulo soportó, con heroica paciencia, 
una extrema pobreza y una cruel enfermedad. Jamás se le oyó una queja; en medio 
de sus sufrimientos, pedía sufrir más todavía. ¿Qué respondes tú a este  ilustre 
mendigo? Compara tus aflicciones con las suyas, tu paciencia con su paciencia, y 
cesa de quejarte de tu pobreza y del menosprecio de que se te hace objeto. 
¡Avergüénzate! Jesucristo ha sido pobre, ha sido humilde. (San Pedro 
Crisólogo). 
   II .Este santo sobreabundaba de alegría en 
la tribulación: el gozo de su corazón resplandecía en su rostro y se 
reflejaba en sus palabras. No cesaba de rezar a Dios y de celebrar sus 
alabanzas. Todas las aflicciones, por grandes, por penosas que fueren, te serán 
agradables si pides a Dios que te dé la fuerza necesaria para soportarlas, y si 
piensas en las promesas que hace Jesús en el Evangelio, a los que se resignan. 
¿De dónde proviene que tan a menudo te veas agobiado de violenta pena, sino de 
que no piensas en Dios que puede consolarte, ni en el paraíso que espera a los 
que sufren con amor? 
 
   III. La muerte de San Sérvulo es aun más 
dichosa que su vida: nada teme y espera todo; al morir sólo deja dolores y 
miserias, para tomar posesión del remo de los cielos. Pobres que estáis 
afligidos, consolaos: la muerte vendrá a trocar vuestros dolores en alegría. ¡En 
cuanto a vosotros, los felices de este mundo, la muerte vendrá a cambiar 
vuestros gozos en dolores! Ancianos, ella está a vuestra puerta; jóvenes, 
ella os tiende asechanzas por doquier. (Guerrico). 
La paciencia 
Rezad por los enfermos. 
ORACIÓN 
 
   Oh Dios, que todos los años nos dais 
nuevo motivo de gozo con la solemnidad del bienaventurado Sérvulo, vuestro 
confesor, haced, en vuestra bondad, que honrando la nueva vida que ha recibido 
en el cielo, imitemos la que vivió en la tierra. Por J. C. N. S. Amén. 
 
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Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo IV, (Ed. ICTION, BuenosAires, 1982)
 
