MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 10
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS EL MEJOR CONSUELO
I
El pecado ha hecho de este mundo, que
debía ser un paraíso anticipado, un verdadero valle de lágrimas. Las espinas
con que a cada paso tropezamos nos punzan dolorosamente y nos arrancan
frecuentes gemidos. Así es que nada necesita tanto el hombre durante esta
vida mortal, como de consuelo. Consuelo necesitamos de los contratiempos de
la fortuna, en los dolores de la enfermedad, en la pérdida de los que amamos,
en las dudas de la conciencia y en todos los momentos de la vida y en el muy crítico
y angustioso de nuestro último trance.
¿Dónde mejor
podemos buscar este consuelo que en el muy dulce y consolador Corazón de
Jesús? ¿No han salido de él aquellas tan tiernas y amorosas palabras:
"Venid a Mí todos los que andáis trabajados y afligidos, y yo os
aliviaré"?
¡Oh buen Jesús! ¡Oh único verdadero
Consolador de los corazones angustiados! ¿A quién iremos sino a Vos en
nuestras horas de amargura y desasosiego? Cuando los intereses mundanos no
aprovechan, cuando los amigos se alejan, cuando las fuerzas faltan, ¿a quién
acudiremos sino a Vos fuente inagotable de todo consuelo?
Medítese
unos minutos.
II
Y no obstante, alma mía, es Jesús el
postrero a quien acudes en tus horas de tribulación. Primero son para ti los
amigos de la tierra, que ese dulcísimo Amigo del cielo. Primero buscas un
desahogo en el pasatiempo mundano que en la dulce intimidad del Sagrario,
donde te espera este misericordiosísimo y compasivo Consolador.
Dime, ¿no llevas ya bastantes
desengaños? ¿Qué herida de las tuyas o qué dolor te ha calmado el mundo? ¿Qué
bálsamo has encontrado en él para endulzar las amarguras de la adversidad?
¿No ves que el mundo no gusta de consolar a los que padecen, sino de adular a
los dichosos? ¿Qué vas a buscar tú que padeces, en ese mundo que no te ha de
comprender? Sólo hay un asilo seguro para los corazones heridos, y es el
herido Corazón de Jesús.
¡Oh Señor! a vuestro Corazón me acojo
yo como al regazo de una madre amorosa, para que me abriguéis en él con
vuestro calor, y me defendáis y me consoléis. Solamente Vos tenéis consuelo,
para nuestro pobre corazón.
Alejaos, humanas consolaciones, vanas,
inconstantes, mentirosas. Sois como una copa de licor cuyos bordes son dulces
pero en cuyo fondo sólo se beben las heces amargas del desengaño. A Vos,
Señor, únicamente busco; en vuestro Corazón entro, y aquí quiero permanecer.
¡Oh Dios de todo consuelo! En Vos y sólo en Vos espera hallarlo mi
desconsolado corazón.
Medítese, y pídase la gracia
particular.
Oración y Acto de Consagración |