MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 12
EN EL SAGRADO CORAZÓN, HALLAREMOS EL MÁS SEGURO MAESTRO
I
Consideremos hoy bajo este punto
de vista el Sagrado Corazón de Jesús. A peso de oro y a costa de largos
viajes buscan los hombres para sí, aventajados maestros, y tienen por
sumo honor y gran dicha hacerse discípulos suyos y aprender de sus labios
humanas ciencias. A menos costa y con menos fatiga podemos nosotros encontrar
en el Sagrado Corazón de Jesús el más seguro maestro.
Dos clases de lecciones nos da este
Divino Preceptor: unas exteriores, por medio de la voz de la Iglesia; otras
interiores, por medio de su secreta inspiración. ¿Y qué enseña? Grandes
verdades, máximas de vida eterna, consejos de salvación, prudencia toda
celestial. Adoctrinados por ese Maestro Divino, se han visto en la Iglesia de
Dios, hombres y mujeres sin letras, admirar y confundir a los sabios, y dejar
a los venideros, monumentos de profunda ciencia interior, no adquirida en las
escuelas, sino en el trato y familiaridad con este Sagrado Corazón.
¡Oh Maestro de verdad! ¡Oh
libro siempre abierto para quien desea penetrar sus secretos! ¡Oh
cátedra santa, donde ni Moisés ni los profetas, ni los filósofos, sino el
mismo Dios, dicta lecciones de verdad a los discípulos de su Corazón!
Abrid, Señor, el mío, para que reciba dócil
tan divinas enseñanzas, y las siga y las practique con toda fidelidad.
Medítese unos minutos.
II
¿A quién has escuchado hasta hoy,
alma mía? A maestros de seductoras palabras que te han guiado por
caminos de perdición.
Han sido tus maestros, el mundo
con sus necias máximas, las pasiones con su maligna sugestión, la
vanidad, el amor propio, la ira y demás apetitos desordenados. Estas
lecciones he escuchado, Jesús mío, y estas me han hecho permanecer sordo a
los suaves consejos de vuestra ley. Hablad ahora, Señor; hablad, Divino
Maestro, que vuestro fiel discípulo os escucha. Hablad a lo íntimo de mi
corazón desde las profundidades del vuestro; oiga yo vuestra dulce voz, y
aprenda de ella los secretos de la vida eterna que nadie más, me puede
enseñar. Sordo quiero ser en adelante a todos los que hasta hoy, me han
seducido o engañado.
¡Oh Maestro Divino! ¡Admitidme en la
escuela de vuestro Corazón, de donde han salido tantos y tan aprovechados
discípulos! Ignorante soy como un niño, haceos cargo de mi ignorancia,
compadeceos de mi cortedad. No quiero por maestro más que a Vos: enseñadme,
Maestro mío, a hacer siempre vuestra santa voluntad.
Medítese, y pídase la gracia
particular.
Oración y Acto de Consagración |