VIERNES DESPUÉS DE LA OCTAVA DEL CORPUS:
FESTIVIDAD DEL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Era pues menester que el Espíritu de amor,
que rige siempre a la Iglesia, encontrase un medio nuevo para oponerse a la
herejía avasalladora, a fin de que la Esposa de Cristo, lejos de ver disminuir
su amor a Jesús, lo sintiese acrecentado cada día más y más.
En el culto católico, en esa norma tan
segura de nuestra creencia, fue donde se verificó tal manifestación, al
instituirse la festividad del Corazón sacratísimo de Jesús.
Un autor anónimo del siglo XII, tenido
por S. Bernardo, nos habla en el Oficio de este día de la majestad de este Santo
de los Santos, de esta Arca del Testamento del Corazón de Jesús, tierno amigo
de las almas.
Las dos vírgenes benedictinas Santa
Gertrudis y Santa Matilde (siglo XIII) tuvieron una visión muy clara de toda la
magnitud de la devoción al Sagrado Corazón. San Juan Evangelista. apareciéndose
a la primera, le anunció que " la revelación de los dulcísimos latidos del
Corazón de Jesús, que él mismo había oído al recostarse sobre su pecho, estaba
reservada para los últimos tiempos, cuando el mundo, envejecido y enfriado en
el divino amor, tendría que calentarse con la revelación de estos
misterios". Este Corazón, dicen las dos santas, es un altar sobre el que
Cristo se ofrece al Padre como hostia perfecta y en todo agradable. Es un
incensario de oro, del que se elevan hasta el Padre tantas columnas de
incienso, cuantos son los hombres por los cuales Cristo padeció. En este
Corazón se ennoblecen y se tornan gratas al Padre las alabanzas y acciones de
gracias que a Dios damos y todas cuantas buenas obras hacemos.
Mas para hacer que este culto fuese
público y oficial, la Providencia suscitó primeramente a San Eudes, el cual
compuso ya en 1670 un Oficio y misa del Sagrado Corazón.
La solemnidad del Sagrado Corazón resume
todas las fases de la vida de Jesús, que la liturgia había
recorrido desde Adviento hasta el Corpus, y constituye un tríptico
admirable con todos los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de la
existencia del Salvador, gastada toda ella en amar a su Padre y a los hombres.
De ahí que esta fiesta se halle colocada en un punto culminante, desde donde se
puede abarcar de una sola mirada el pasado trabajoso de los actos redentores de
Cristo, y el glorioso porvenir de las victorias que obtendrá mediante la acción
del Espíritu Santo en las almas hasta la consumación de los siglos.
Viene esta fiesta después de las de
Cristo, y así las completa condensándolas todas en un objeto único material,
que es el Corazón de carne de un Dios, y otro formal, o sea, la inmensa caridad
de Cristo simbolizada en ese Corazón. Esta festividad no se relaciona con
ningún misterio en particular de la vida del Salvador, sino que los abarca
todos; y, por ende, la devoción al Sagrado Corazón se extiende a todos los
beneficios que durante todo el año nos ha prodigado la caridad divina. Ésta es
la fiesta del amor de Dios a los hombres. Lejos de compartir la Iglesia la
esterilizadora frialdad jansenista, que concibe a Dios como un genio dañino y
temible, nos invita a considerarle ante todo como a bondadoso Padre,
diciéndonos que sintamos del Señor en bondad, que le llamemos Padre a boca llena
y a Jesús Hermano nuestro mayor, que ha tenido a bien compartir con nosotros la
herencia eterna.
Cualquiera que sea la función que el
corazón desempeñe en el organismo humano, cierto es que se ha tomado por sabios
e ignorantes como centro de las emociones que producen en esa víscera su
correspondiente sacudida, considerándole, por lo mismo, como asiento del amor.
y no hay en este culto tan extendido, tan fecundo en frutos espirituales, pugna
alguna con ninguno de los principios dogmáticos, ni es una condescendencia con
el sentimentalismo moderno, ni una devoción de niños y mujerzuelas. Jesús
quiere y pide se honre a su sacratísimo Corazón, porque con ello se honra
también a toda su persona divino-humana, toda vez que el culto va directa o
indirectamente a la persona.
Las manifestaciones del amor de Cristo, haciendo resaltar más la ingratitud de los hombres, que no corresponden sino con frialdad e indiferencia, son causa de que esta solemnidad ofrezca también un aspecto de reparación.
Vayamos a la escuela del Corazón de Jesús, cuyo amor dulce y humilde a nadie rechaza, y en él encontraremos descanso para nuestras almas.
Las manifestaciones del amor de Cristo, haciendo resaltar más la ingratitud de los hombres, que no corresponden sino con frialdad e indiferencia, son causa de que esta solemnidad ofrezca también un aspecto de reparación.
Vayamos a la escuela del Corazón de Jesús, cuyo amor dulce y humilde a nadie rechaza, y en él encontraremos descanso para nuestras almas.
Dos pensamientos dominantes hay en la
misa de la fiesta, lo mismo que en el nuevo Oficio: el amor que Jesús nos tiene
y la reparación que se le debe por el desamor y las ofensas de los hombres.