27 de noviembre
NUESTRA SEÑORA
DE LA
MEDALLA MILAGROSA
NUESTRA SEÑORA
DE LA
MEDALLA MILAGROSA

¡Oh María concebida sin pecado!,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos
rogad por nosotros que recurrimos a Vos
En 1830 la Santísima Virgen se apareció a
una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se
hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la
medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con
esta plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que
recurrimos a vos".
Las curaciones y milagros de todo orden
obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada
Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las
Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las
mismas.
He aquí cómo relata la propia sor
Catalina su primera aparición:
"Vino después de la fiesta de San
Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una
instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la
Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me
acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre.
¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había
distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado
el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de
que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.
Por fin, a las once y media de la noche,
oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que
había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño
vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima
Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me
va a oír! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media;
todo el mundo está profundamente dormido, venid, yo os aguardo.
Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia
el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho.
Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien, yo le seguí a él en todos
sus pasos. Las luces de todos los lugares por donde pasábamos estaban
encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando,
al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño
con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y
candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No
veía, sin embargo, a la Santísima Virgen.
El niño me condujo al presbiterio, al
lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño
permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen
a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela.
Al fin llegó la hora. El niño me lo
previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de
un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San
José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en
un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen
no era como el de aquella Santa.
Dudaba yo si sería la Santísima Virgen,
pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a la Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que
sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía.
Entonces el niño habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y
con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen,
me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las
manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora...
"En ese instante experimenté la
emoción más dulce de mi vida y que me es absolutamente imposible describir, La
Santísima Virgen me explicó la manera como debía haberme en medio de mis penas
y, señalándome con la mano izquierda las gradas del altar, me dijo que viniera
siempre, en semejantes ocasiones, a postrarme allí, y abrir allí mi corazón
para desahogarlo y recibir todos los consuelos de que tenía necesidad. Y
agregó: Hija mía, quiero confiarte una misión. Tendrás grandes
amarguras para llevarlas a cabo, pero las sobrellevarás con el pensamiento de
que todo irá encaminado a la mayor gloria de Dios. Padecerás contradicción,
pero no temas porque no te faltará la gracia que necesitas; y no dejes de
manifestar ingenua y sencillamente todo lo que pase. Has de ver algunas cosas,
y has de recibir particulares inspiraciones en la oración. Pero, mira, da
cuenta de todo a tu padre espiritual.
"Entonces supliqué a la Santísima
Virgen que me explicara las cosas que había visto, Hija mía -me respondió-, los tiempos que corren son malos y
van a traer grandes calamidades sobre Francia. El trono va a ser echado por
tierra. El mundo entero será azotado por toda suerte de males. La Santísima
Virgen mostraba un aire tristísimo diciendo esto: Pero, mira, en aquellos
tiempos de tribulación, venid, venid al pie de este santo altar. Aquí, mis
gracias serán derramadas sobre todos. ..todas las personas que las pidieren,
grandes y pequeñas.
Llegarán a tal extremo las cosas que
parecerá que ya no habrá remedio; todo se creerá perdido; pero tened buen
ánimo, no desconfiéis un momento; yo estaré con vosotros; experimentaréis
sensiblemente mi presencia, y la protección de Dios y de San Vicente descenderá
sobre sus dos Familias. (La de los Sacerdotes de la Misión y la de las Hijas de la Caridad).
Después, los ojos arrasados en lágrimas,
añadió: En otras comunidades igual que en el clero de París,
habrá víctimas. El Ilustrísimo Señor Arzobispo morirá. Al proferir estas palabras, sus
lágrimas rodaron, Hija mía, la Cruz será vilipendiada y arrojada al
suelo. Será abierto de nuevo el costado de mi Divino Hijo. Las calles se
inundarán de sangre; el mundo entero quedará sumido en la tristeza. Aquí la Santísima Virgen ya no
pudo hablar, y un dolor profundo dibujóse en su semblante, entonces Sor Labouré
púsose a pensar: "Cuándo sucederán todas estas cosas?" y una lumbre
interior claramente le indicó que dentro de cuarenta años, vaticinando así los luctuosos acontecimientos
que se desarrollaron entre los años 1870 y 1871.
La Santísima Virgen le encargó además que
trasmitiera a su Director varias recomendaciones referentes a las Hijas de la
Caridad y le anunció que un día se vería investida de una autoridad que le
permitiría poner en ejecución lo que ella le pedía. Luego concluyó:
Grandes calamidades, pues, habrán de
sobrevenir. Máximo será el peligro. Con todo, no temáis vosotras; la protección
de Dios, particularmente, os acompañará siempre, y San Vicente os protegerá
también. Yo misma permaneceré con vosotras y en vosotras siempre tendré puestos
mis ojos para concederos gracias en abundancia.
La Santa añade: "Las gracias serán
derramadas particularmente sobre las personas que las pidieren; pero, es preciso
orar, ..orar mucho. . ."
"No podría decir -continúa la
confidente de María- cuánto tiempo permanecí con la Santísima Virgen. Todo lo
que puedo afirmar es que, después de haberme hablado largo tiempo, desapareció
de mi vista como una sombra que se desvanece".
Habiéndose levantado, la Santa volvió a
hallar al niño en el mismo sitio en que lo había dejado, Entonces él le dijo:
La Virgen ya se fue. y otra vez, colocándose a la izquierda, la llevó lo mismo
que la había traído, derramando claridades celestiales en tomo suyo.
"Creo -concluye el relato de la
Santa Hermana- que este niño era el Ángel de mi Guarda, porque yo le había
rogado encarecidamente que me alcanzase el favor de ver a la Santísima Virgen.
Vuelta a mi cama, oí sonar las dos, y no volví a dormir,.."
LA APARICIÓN DEL 27 DE NOVIEMBRE
Lo que acaba de ser referido no es más
que una parte de la misión confiada a Sor Labouré, o más bien, una preparación
de la entrega del preciosísimo legado que iba a depositar en sus manos, como
prenda de su amor a la humanidad, la bondadosa Reina de los cielos.
A fines de noviembre de este mismo año de
1830, nuestra Santa dio cuenta a su Director de una nueva visión. Esta vez no
es ya la madre afligida que llora sobre los males que amenazan a sus hijos; es
la mirífica Reina de los cielos que baja trayendo la promesa de las
bendiciones, de la salud eterna y de la paz.
He aquí su relación, escrita de la propia
mano de Sor Labouré:
"El 27 de noviembre de 1830, víspera
del primer Domingo de Adviento, a las cinco y media de la tarde, en medio
profundo silencio de la meditación, oí del lado derecho del altar, un ruido de
sedas que se rozan, e inmediatamente vi a la Santísima Virgen junto al cuadro
de San José. De estatura mediana, su rostro era tan hermoso que me sería imposible describir, aún pálidamente, su belleza. Estaba de pie, vestida con una túnica
blanca, nacarada, color de aurora, sin escote y mangas lisas, a la moda que hoy
se llama de la Virgen. Tenía cubierta la cabeza con un velo blanco que le caía
a cada lado hasta los pies; los cabellos recogidos y por encima una especie de
manteleta, guarnecida de un corto encaje, ajustada a la cabeza. El rostro
quedaba bastante descubierto y los pies descansaban sobre un globo terráqueo,
del cual sólo veíase la mitad. Las manos, levantadas a la altura del pecho, sostenían,
naturalmente, otro globo, que también representaba el mundo. Su mirada se
elevaba dulcemente al cielo en actitud de ofrecer a Dios la esfera
representativa del Universo.
"De repente sus dedos
cubriéronse de anillos adornados de piedras preciosísimas de sin igual belleza.
Los haces de rayos que despedían, iluminaban a la Virgen de tal suerte que su
claridad deslumbradora ya no dejaba ver ni su vestido ni sus pies. Las gemas
eran de diferentes tamaños y asimismo los rayos que lanzaban eran proporcionalmente
de diversa claridad.
"No podré decir lo que entonces
experimenté ni todo lo que aprendí de ello en tan poco tiempo.
"Como estuviese yo completamente
embebida en su contemplación, la Santísima Virgen inclinó sus ojos sobre mí y
una voz me dijo en el fondo del corazón: Este globo que aquí ves representa
al mundo entero, pero especialmente a Francia y aun a cada persona en
particular.
"Aquí ya no sé describir de ningún
modo la espléndida belleza ni el brillo que cobraron los rayos luminosos,
cuando la Santísima Virgen añadió: Estos rayos son figura de las
gracias que derramo sobre las personas que imploran mis favores, haciéndome comprender así cuán
generosa es con las persornas que a ella se dirigen. ¡Cuántas gracias concede a
quienes se las piden! En estos instantes inefables, ¿existía yo o no existía?
No lo sé. ¡Yo gozaba... gozaba inmensamente!
"De pronto la aparición tomó la
forma de óvalo, en cuya parte superior se dibujó esta inscripción en caracteres
de oro: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que
recurrimos a Vos!
Este vivo cuadro que Sor Catalina tenía:
delante de sus ojos, de pronto se cambió sensiblemente. Las manos de María como
abrumadas por el peso de las gracias de que eran símbolo las radiantes sortijas
y sus piedras preciosísimas, se bajaron y extendieron en el ademán gracioso que
hoy ostenta la medalla. Luego, la Virgen dejó oír estas palabras: Haz acuñar, una medalla según este
modelo. Cuantos piadosamente la llevaren, recibirán gracias particularísimas,
sobre todo si la llevaren suspendida al cuello. Las gracias serán muy
abundantes para cuantas la llevaren animados de confianza.
Un instante después -dice la Santa- el
retablo se volvió, dejando ver en el reverso la letra M; sobre la que se
levantaba una Cruz que descansaba en una barra horizontal, y debajo, los
Sagrados Corazones de Jesús y María; el primero rodeado de una Corona de
Espinas y el segundo atravesado por una espada".
Aunque los apuntes de la vidente nada
dicen de las doce estrellas que circundan el monograma de María y los dos
Sagrados Corazones, sin embargo, siempre han figurado en el reverso de la
Medalla, pues es moralmente seguro que este detalle lo manifestó de viva voz la
Santa en tiempo de las apariciones.
En otras notas, escritas igualmente por
la misma Hermana, que completan esta relación, se añade que algunas de las
piedras de los anillos no despedían rayo ninguno, y, admirándose de esto la
Vidente, se le respondió que las piedras que quedaban en la sombra
representaban las gracias que los hombres no piden a María.
TERCERA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
E1 Padre Aladel acogió con indiferencia,
casi pudiera decirse con severidad, las comunicaciones de su penitente,
llegando hasta prohibirle el darles crédito alguno. Pero la obediencia de la
Santa, atestiguada por su mismo Director, no tuvo la eficacia para borrar de su
memoria el dulce recuerdo de lo visto. Postrarse a los pies de María,
constituía para ella toda su felicidad.
A María iba continuamente el giro de sus
pensamientos, y estaba íntimamente persuadida de que volvería a ver a la Reina
de los cielos.
Y en efecto, no quedaron frustradas sus
esperanzas. En el mes de Diciembre fue favorecida con una nueva aparición,
exactamente igual a la del 27 de Noviembre, y a la misma hora, con la única
diferencia, sin embargo por otra parte notable, que la Santísima Virgen no se
colocó junto al cuadro de San José, como la vez anterior, sino sobre el
sagrario, un tanto hacia atrás, en el mismo lugar en que hoy está su imagen.
La mensajera escogida por la Inmaculada
recibió de nuevo la orden de hacer acuñar una medalla, según este modelo. Sor
Catalina termina su relación con estas palabras: "Deciros lo que sentí en
el momento en que la Santísima Virgen ofreció a Nuestro Señor el globo que
representaba el universo, es imposible, como también lo que experimenté en los
instantes en que la contemplaba. Una voz que se dejó oir en el fondo de mi
corazón, me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la
Santísima Virgen obtiene a las personas que se las piden.
Después, contra su costumbre, se le
escapa una exclamación de júbilo al pensar en los homenajes que le serían
tributados a María: "Oh, qué hermoso será oír decir un día: María es la Reina del Universo. Y cuando los niños exclamen: ¡María es la Reina de cada persona
en particular! ¡Será llevada en triunfo y dará la vuelta al mundo!"
Cuando la Venerable Hermana refirió esta
nueva aparición de la Medalla al Padre Aladel, éste le preguntó si en el
reverso había alguna inscripción, así como la había alrededor de la Inmaculada.
La Hermana contestó que no había inscripción ninguna. "Pero, entonces
-replicó su Director-, pregunte usted a la Virgen qué es lo que allí se ha de
poner".
La Hermana obedeció y después de haber
orado largo tiempo, un día, estando en oración, le pareció oír una voz que le
decía: Bastante dicen la letra M y los Sagrados Corazones.
DIFUSIÓN DE LA MEDALLA
Con verdad, puede decirse que desde el
momento en que se acuñó la primera medalla, ésta comenzó a recorrer el mundo,
convirtiendo una cantidad innumerable de almas, volviendo la paz a infinidad de
familias, restaurando la sólida piedad cristiana en todos lados, abriendo el
camino a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y luego
confirmando esta verdad de nuestra fe en los corazones de todos los bautizados.
El mundo se escandaliza como siempre, del
modo de proceder de Dios, el cual, al decir de San Pablo, se complace en
realizar sus más grandes maravillas; con los medios más humildes y hasta,
despreciables.
¿Cómo es posible -murmuran engreídos- que
un trocito de metal, más o menos precioso, pueda tener la tan decantada virtud
que se le atribuye? ..; esto es simplemente ridículo.
Esta arma, la Medalla con la imagen de.la
Santísima Virgen, en efecto, es insignificante en sí misma, mas no lo es
ciertamente, con la virtud que María Santísima ha puesto en ella.
El naturalismo y el sensualismo serán
heridos de muerte en muchos creyentes con este piadoso procedimiento Nuestra
Inmaculada Madre quiere combatirlos valiéndose de su Medalla.
Llevemos, pues, nuestra Medalla al
cuello, rezando confiadamente la oración que lleva inscripta y recordando las
palabras que Nuestra Señora en su aparición a Santa Catalina Labouré:
Y sólo, cuando Yo, bajo este emblema sea
reconocida como Reina del Mundo, llegarán los días de Paz, de Alegría y de
Felicidad, que han de ser muy largos...
CONSAGRACIÓN
A NUESTRA SEÑORA
DE LA
MEDALLA MILAGROSA
A NUESTRA SEÑORA
DE LA
MEDALLA MILAGROSA
Postrado ante vuestro acatamiento,
¡Virgen de la Medalla Milagrosa!, y después de saludaros en el augusto misterio
de vuestra Concepción sin mancha, os elijo, desde ahora y para siempre, por mi
Madre, abogada, Reina y Señora de todas mis acciones, y protectora ante la
majestad de Dios. Yo os prometo, Virgen purísima, no olvidaros jamás, ni
vuestro culto, ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo
también promover en los que me rodean, vuestro amor.
Recibidme, Madre tierna, desde este
momento, y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la
muerte. Amén.