23 de noviembre
SAN COLUMBANO, (*)
Abad (615) |
San Columbano
el Joven, monje irlandés de la segunda mitad del siglo VI y principios del VII,
es indudablemente uno de los hombres a quienes más debe la cultura, civilización
y espíritu cristiano, tan característicos de la Europa medieval. Es uno de los
pioneros de aquellos ejércitos de monjes que, saliendo de los grandes
monasterios fundados por San Patricio de Irlanda, entraron en el continente
europeo y contribuyeron eficazmente a la cristianización. del centro y del
norte de Europa. Con su inflamado amor de Dios, y del prójimo y su
espíritu de sacrificio llevado al más sublime heroísmo, realizaron una obra
verdaderamente gigantesca, de que difícilmente nos podemos hacer cargo en
nuestros días.
Entre
todos los monjes misioneros que, primero desde Irlanda y más tarde también
desde la Gran Bretaña, pasaron al continente, sobresale de un modo especial San
Columbano, en quien ponderan mucho sus contemporáneos sus dotes morales
extraordinarias y aun sus fuerzas corporales, verdaderamente hercúleas.
Un
rasgo trasmitido por los historiadores nos indica bien a las claras la energía
indomable del carácter de San Columbano, a la vez que sus fuerzas hercúleas. Teniendo ya setenta años,
ayudaba con sus propias manos a los monjes en el cortar y transportar los
troncos de los árboles que servían para la construcción del monasterio de
Bobbio, en Italia. Igualmente contaban sus discípulos cómo algunas veces,
atravesando a pie algunos bosques, entablaba luchas cuerpo a cuerpo con los osos
salvajes hasta dominarlos y rendirlos a sus pies.
No conocemos
exactamente el año del nacimiento de San Columbano, pero debió dé tener lugar
en torno al año de la Muerte de San Benito, el 543, en la región occidental de
Leinster, donde recibió una sólida educación cristiana. Es interesante un
episodio que nos refieren algunos documentos antiguos sobre las primeras luchas
que su naturaleza exuberante y fuerte tuvo que mantener contra las tentaciones
de la carne. Efectivamente, habiendo sido tentado insistentemente por algunas
mujeres, acudió angustiado en demanda de consejo a una virgen solitaria que
desde hacía muchos años gozaba ,de gran prestigio de santidad, y
ella le respondió que debía huir decididamente la tentación incluso
abandonando el lugar de su nacimiento.
Pero
de esta anécdota, de cuya autenticidad histórica no tenemos plena garantía,
lo más provechoso y positivo es la razón que, según el biógrafo Jonás, le
dio la virgen solitaria, y ha quedado desde entonces como norma práctica de la
ascética cristiana frente a este género de tentaciones. Efectivamente, le
dijo: "¿Piensas tú que podrás fácilmente resistir la tentación de esas
mujeres? ¿Recuerdas a Eva tentando y a Adán cediendo? ¿No fue también
Sansón débil frente a Dalila? ¿No perdió David su antigua rectitud seducido
por la hermosura de Betsabé? ¿No fue engañado el sabio Salomón por el
amor a las mujeres? Así, pues, márchate lejos y apártate del río en el que
tantos han caído".
Así,
pues, Columbano abandonó de hecho a su madre y su tierra y se dirigió a Sinell,
donde un experimentado solitario lo inició en la vida de consagración a Dios,
y poco después, al gran monasterio de Bangor, donde recibió la sólida educación
ascética que entonces se estilaba. De carácter serio e inclinado a la rigidez,
su grande alma lo inclinó bien pronto a emprender alguna hazaña
extraordinaria. Vencida, no sin gran dificultad, la oposición de su abad,
dirigióse con doce compañeros a tierras extrañas con el fin de trabajar por
la colonización e instrucción de los pueblos bárbaros. A los pocos días de
viaje aportaron en el continente y se internaron en el reino de los francos. Los
nuevos huéspedes debieron de llamar notablemente la atención aun por su
exterior. Mientras los monjes occidentales llevaban el pelo cortado, según la
llamada tonsura de San Pedro, de modo que les quedaba en torno a la cabeza una
corona de pelo algo más crecido, los monjes irlandeses dejaban crecer el pelo
por la parte posterior de la cabeza, de modo que les caía por encima de la
espalda. En sus manos llevaban unos bordones. Cruzados a la espalda y atados con
correas, traían consigo sacos de piel, en donde guardaban sus más preciados
tesoros: los libros litúrgicos.
Precisamente
entonces se hallaba en notable decadencia aquel espíritu religioso que tan buen
comienzo había tomado un siglo antes con Clodoveo. Describiendo la
situación del país de los francos a fines del siglo vi, nos dice el biógrafo
de San Columbano: "Allí, a causa de las frecuentes invasiones de los
enemigos exteriores, o por la negligencia de los pastores, el espíritu
religioso había casi desaparecido. Sólo quedaba en pie la fe cristiana".
En estas circunstancias tan críticas, y como medio buscado por la Providencia,
presentóse San Columbano en las Galias.
A
pesar del rigorismo con que se presentaron él y sus compañeros, en todas
partes les acompañó el éxito más lisonjero. El monasterio de Luxeuil,
fundado por el Santo, constituyóse en punto céntrico de cultura e influencia
cristiana. Bien pronto siguieron otros monasterios en todo el centro de Europa.
Los hijos de los nobles que iban a esos monasterios a recibir la educación
cristiana eran cada día más numerosos. A los monasterios de varones siguieron
otros de mujeres. En realidad, gran parte de los fundados durante los siglos VII
y VIII están relacionados con San Columbano. De más de cincuenta de todo el
Continente se puede probar que estuvieron bajo el influjo de los monjes traídos
por él. Por otro lado, precisamente ese plantel incomparable de monasterios fue
en los siglos siguientes la base de todo lo que significa civilización.
En
efecto, no era solamente la vida religiosa lo que en aquellos monasterios se
cultivaba. Muchos de ellos, fundados en medio de los bosques y regiones baldías,
anduvieron a la cabeza en el trabajo ímprobo de la roturación y cultivo de los
campos. Gran parte de la región de las Galias, inculta hasta entonces, fue
urbanizada por estos monjes. Tales son las tierras de las Ardenas, Flandes, el
bajo Sena y la Champagne. Esta actividad cultural de los monasterios fundados
por San Columbano, que puso el fundamento de innumerables poblaciones y grandes
ciudades, continuóse después durante los siglos siguientes y constituye una de
las glorias más legítimas de la Iglesia católica, uno de los frutos
culturales de la civilización cristiana. Los monjes de San Columbano—dice
acertadamente Schnürer—"sabían realizar el pesado trabajo del campo con
la misma perfección con que escribían los delicados pergaminos de sus códices
y se esforzaban en guiar las almas con su ardiente palabra".
Con
todo, no hay que creer que toda está campaña de civilización cristiana fuera
fácil a Columbano. A la dificultad que supone la lucha de la moral cristiana
con todas las pasiones humanas, añadíase la rudeza y rigidez de carácter del
Santo, que no sabía ceder ni doblegarse a ninguna clase de exigencias. Es célebre
la contienda que tuvo que mantener frente a Teuderico y su abuela Brunequilda.
El antiguo reino de Clodoveo estaba dividido a la sazón en dos partes:
Austrasia y Neustria. En Austrasia regía Teudeberto, y en Neustria su hermano
Teuderico y su abuela Brunequílda. El monasterio de Luxeuil pertenecía al
territorio de Teuderico. Entregados a toda clase de vicios, no tardaron los
dos hermanos en hacerse mutuamente la guerra. Sobre todo, Teudeberto estaba
enteramente entregado a la lujuria. Casado con una
princesa española, separóse bien pronto de ella. En estas circunstancias,
pues, su hermano Teuderico tuvo que escuchar frecuentes reconvenciones de parte
del celoso abad Columbano.
En
cierta ocasión presentóse el abad en
la villa leal de Vitry, cerca de Arras, en donde Brunequilda se entretenía con
unos nietecitos hijos legítimos del rey. Según costumbre del tiempo, envió a
los niños al encuentro del abad para que les echara la bendición. Columbano se
creyó en el deber de dar una muestra de su desagrado, y así se negó a dar la
bendición a los niños, anunciando, además, que ninguno de ellos llegaría a
empuñar el cetro. Poco después llegó de nuevo Columbano a la villa en que se
hallaba el rey. Era de noche. Teuderico, deseoso de dar al abad las maestras
debidas de respeto, ordenó a los criados que lo introdujeran en su presencia y
que le ofrecieran comida y bebida. Mas el hombre de Dios lo rechazó con toda
decisión, añadiendo que eran dádivas de un hombre impío. El monarca, junto
con su abuela, se dirigió al día siguiente al abad y trataron de aplacarlo.
Teuderico prometió mejorar su conducta, mas como no se mejorara recayó, por
fin, sobre él la excomunión. Las cosas llegaron por fin al extremo que por
iniciativa del rey se desterró al
molesto consejero.
Era
el año 610. Después
de más de treinta años empleados en la evangelización y colonización de las
Galias, salía Columbano deportado a Irlanda con un buen número de sus compañeros.
Desde Nátites, según parece, éscribió una célebre carta a los monjes que
dejaba en Luxeuil, de la que llega a decir Montalembért que contiene
"algunas de les más finas y grandes ideas que ha inspirado el genio cristiano".
Pero, una vez embarcado, vientos contrarios desviaron por completo la embarcación,
y, de hecho, la primera noticia que tenemos es que se presentó poco después en
Metz ante su amigo Teudeberto II, y con su consejo y apoyo se dirigió hacia la
región ocupada actualmente por gran parte de Suiza, y que estaba entonces
poblada por los alemanes.
Ante
todo, pues, se estableció en Tuggen, junto al lago de Zurich, con un grupo de
discípulos venidos del monasterio de Luxeuil, entre los cuales sobresalía uno llamado Gallo. Pero el celo exagerado
de éste, que se dedicaba a quemar públicamente los ídolos de los paganos, le
atrajo la enemistad de los habitantes de aquella región, por lo cual Columbano
se vió forzado a emigrar hacia la parte oriental del lago Constanza, a un valle
tranquilo y apacible rodeado de montañas. Era la región de la actual Bregenz,
donde encontraron un viejo oratorio abandonado, y en él se acomodaron algunas
celdas. Pero aquí de nuevo la vehemencia de los métodos empleados en su
apostolado, particularmente de San Gallo, provocaron al pueblo contra él. Al
mismo tiempo cambió inesperadamente la situación política. Habiendo estallado
una guerra entre Austrasia y Neustria, fue vencido y muerto su protector
Teudeberto. Puesto entonces Columbano a merced de Teuderico, se vió obligado a
salir de aquel territorio donde se encontraba. Atravesó, pues, los Alpes,
contando a la sazón setenta años de edad, y se dirigió al país de los
lombardos y a su capital, Milán, donde fue objeto de una cariñosa
acogida de parte de su rey arriano, Agilulfo, y su esposa católica, Teodelinda.
Entretanto había quedado en Suiza su discípulo Gallo, quien posteriormente
organizó allí el célebre monasterio de Sant Gallen, que tanta fama debía
alcanzar en la posteridad.
Y
con esto entramos en la última etapa de la vida de San Columbano, que se
desarrolla al norte de Italia y se distingue, ante todo, por la fundación del
gran monasterio de Bobbio. En efecto, conociendo Agilulfo la significación de
San Columbano como padre de monjes, le entregó grandes terrenos en Ebovium o
Bobbio, situado en un valle de los Apeninos entre Génova y Piacenza, donde
inició él un monasterio dedicado a San Pedro. No obstante su avanzada edad, se
sintió rejuvenecido al ver surgir el nuevo monasterio, que
rápidamente fue tomando una extraordinaria significación. Columbano se sentía
feliz al ver reproducirse en el monasterio de Bobbio la exuberante vida monástica
de los monasterios de Luxeuil y los
demás que él había fundado en Francia.
Pero
al mismo tiempo, las circunstancias le obligaron a intervenir durante estos años
en un asunto completamente diverso. Con ocasión de la querella denominada de
los Tres Capítulos, se había formado en el norte de Italia un cisma
contra el Romano Pontífice en protesta de su condenación de los llamados Tres
Capítulos. Mal informado Columbano por los partidarios del cisma e inducido por
los reyes Agilulfo y Teodelinda, compuso un célebre escrito, en el que trataba
de defender al partido lombardo, presentándolo como defensor del concilio de
Calcedonia frente al Romano Pontífice.
Sin
embargo, en esta misma carta, no obstante lo delicado de su posición al
defender un partido cismático en su posición contra el Papa, aparece
claramente su convicción de que sólo se trataba de una cuestión secundaria
meramente disciplinar y, por otra parte, amontona las expresiones de estima y
reverencia a la Sede Romana. En efecto, dice, "la columna de la Iglesia es
siempre Roma". Por eso, añade, "nosotros, los irlandeses, viviendo en
las partes más lejanas de la tierra, somos discípulos de San Pedro y San Pablo
y de los discípulos que escribieron el Canon sagrado bajo la inspiración del
Espíritu Santo. Nosotros no aceptamos más que la enseñanza evangélica y
apostólica..." "Confieso—dice en otra parte—que siento
la mala reputación en que se tiene en esta región a la Cátedra de Pedro.
Todos estamos atados a esta Cátedra. Pues, aunque Roma es grande y renombrada,
su grandeza y gloria delante de nosotros le viene solamente de la Cátedra de
Pedro."
En
realidad, el problema del cisma lombardo, que no debe confundirse con el
de Aquilea o Grado, también ocasionados por los Tres Capítulos, siguió
su desarrollo normal hasta que poco después. se extinguió. La intervención de
San Columbano no tuvo en él ninguna importancia. Por otro lado, quiso polemizar
contra los arrianos, lo cual le malquistó con los lombardos y su rey, Agilulfo,
todo lo cual le obligó a retirarse definitivamente a la soledad del monasterio
de Bobbio y aun de una celda solitaria que en él se hizo construir.
A
los tres años de su estancia en Bobbio, cumplióse la profecía que él había
hecho sobre Teuderico. Muerto Teuderico, la anciana Brunequilda había sido
brutalmente asesinada. Acordándose Clotario, dueño ahora de Borgoña, de la
profecía de Columbano, lo invitó a ir a Suiza y a las Galias. Pero entretanto
había llegado éste a su fin. Rendido por la enfermedad y sintiendo próxima la
muerte, le recomendó el monasterio de Luxeuil y los demás de Francia, y el 23
de noviembre de 615 descansó en el Seriar.
Su
recuerdo y el fruto extraordinario que hizo con sus fundaciones dieron bien
pronto ocasión a que se iniciara su culto litúrgico, que se extendió
principalmente a las numerosas regiones por él evangelizadas.
BERNARDINO
LLORCA, S. I.
* Año
Cristiano, Tomo IV, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966