FIESTA
DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY |
"Sí, Yo soy Rey -dijo
Jesús a Pilatos-, para eso precisamente he nacido y venido a este
mundo: para dar testimonio de la Verdad". Su reino no es de este
mundo, es decir, no es un reino temporal; "es el reino de la Verdad
y de la vida, el reino de la gracia y de la santidad, el reino de la
justicia, del amor y de la paz". (Prefacio). Es el reino
divino de la Santa Iglesia, en el que se proporciona la salud a los
enfermos, la luz a los ciegos, la libertad a los cautivos. Sus
habitantes tienen poder para hacerse hijos de Dios, para vivir una vida
divina, para gozar de la libertad; aparta del yugo de Satanás y nos
comunica los bienes divinos. Todo ello, en virtud de nuestra unión
vital, de nuestra unidad de ser con Cristo, que es nuestra Cabeza, el
Fundador de este reino, el que lo constituyó con sus enseñanzas, con
sus ejemplos y, sobre todo, con su muerte de cruz. "Adquirió la
Iglesia con su sangre". "Digno es el Cordero que fue inmolado,
de recibir poder y riqueza, y sabiduría y fortaleza, y honor. A Él la
gloria y el imperio por todos los siglos de los siglos
amén."
Este debe ser un día de acción de gracias al Padre, por haber constituido Rey y Señor de todo a su divino Hijo; un día de homenaje y acatamiento y de acción de gracias al Hombre-Dios, que se dignó trasladarnos a su reino. Y, con la Redención, con la liberación del dominio del pecado, poseemos también la vida de la gracia, la filiación divina, el poderío sobre el mundo, sobre la carne, y sobre el poder de las malas pasiones y, con todo esto, la esperanza de ser admitidos un día en el futuro reino de la bienaventuranza eterna. Debemos, por tanto, decir con San Pablo: "Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar de la herencia de los santos en la luz. Él nos arrancó de la potestad de las tinieblas, y nos trasladó el reino de su amado Hijo".