Beato
Padre Damián de Molokai
(José de Veuster)
Padre Damián de Molokai
(José de Veuster)
Apóstol de los Leprosos
"Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o
temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio
es demasiado grande si se hace por Cristo".
SU VIDA
Lo han llamado "el leproso voluntario", porque con tal de poder
atender a los leprosos que estaban en total abandono, aceptó volverse leproso
como ellos.
Lo beatificó el Papa Juan Pablo II en el año 1994.
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.
Lo beatificó el Papa Juan Pablo II en el año 1994.
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.
De pequeño en la escuela ya gozaba
haciendo como obras manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas.
Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar.
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes".
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes".
Un día siendo apenas de ocho años dispuso
irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a
dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su
desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los
devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le
espera en el futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la
capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos
acampesinados que tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con
paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los
hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos
rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se
ganó las simpatías de sus compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de
religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge se
burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas
(el tal hermano perdió la fe más tarde).
Una gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San
Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de Dios la
gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de la
comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó, y
los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo
que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo
del capitán del barco, el cual le dijo: "yo nunca me confieso. soy mal
católico, pero le digo que con usted si me confesaría". Damián le
respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea
sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años mas tarde
esto se cumplirá de manera formidable.
Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado
sacerdote y enviado a
una pequeña isla de Hawai. las
Primeras noches las pasó debajo de una palmera,
porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran
protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una
capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se
dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron
pasando casi todos al catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos
de la isla y acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes
y reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la
curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables:
eran los leprosos.
Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del
gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta
isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos,
perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni
ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los
vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.
Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le
permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía
casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue.
En 1873 llego a la isla de los leprosos.
Antes de partir había dicho : "Sé que voy a un perpetuo destierro, y que
tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado
grande si se hace por Cristo".
Los leprosos lo recibieron con inmensa
alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque
no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los
enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados.
Trabajo y distracción. El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos
estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los
enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero.
Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un
sitio agradable para vivir.
Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le
llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas,
los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban
medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se
conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.
Confesión a larga distancia. Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió
al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los
barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al
acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote
se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí
viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última
confesión, y recibió la absolución de sus faltas.
Leproso para siempre. El santo para no demostrar desprecio a sus
queridos leprosos, aceptaba fumar en la
pipa que ellos habían
usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos
en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se
contagió de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada.
La señal fatal. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y
él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso. Enseguida se
arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor. por amor a Ti y por la
salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me
ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me
encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo".
Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era
el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le
había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con
él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre
Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró
notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo
sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 "el leproso
voluntario", el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio
tan merecido por su admirable caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de
haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero,
lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.
ORACIONES.
1.
Dios, Padre Nuestro, Tú nos has manifestado tu amor en tu hijo Jesús que vino para servirnos y dar su vida por nosotros. Te damos gracias por las maravillas que realizaste en la vida del Bienaventurado Damián de Molokai. Él escuchó el llamado de Jesús a seguirlo y entregó su vida por los más pobres, los leprosos, a quienes hizo recuperar su dignidad de personas humanas. Animados por su ejemplo y confiados en su intercesión, venimos a Ti con nuestros sufrimientos, nuestras penas, y con nuestras esperanzas.
Que el Espíritu Santo abra nuestros
corazones ante la miseria del mundo, entonces, como Damián, te encontraremos en
los rostros marginados por la sociedad y podremos revelarles el amor que Tú
tienes por cada uno de ellos Bendito seas Tú, Señor, Padre lleno de ternura y amor,
Tú que eres nuestro Dios, desde siempre y por toda la eternidad. Amén.
2.
Glorioso y venerado Beato Damián: Sois modelo y patrono de los leprosos. Por vuestro amor os entregásteis en cuerpo y alma al cuidado de los leprosos de Molokai. Yo, impulsado por la confianza que me inspira tu valimiento poderoso ante Dios y tu caridad hacia los más necesitados, acudo a ti. Llena mi corazón de amor hacia los más necesitados, alcánzame un gran espíritu de fe, saber aceptar y ofrecerte todas las contrariedades de la vida y poder gozar un día de vuestra compañía en el cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Glorioso y venerado Beato Damián: Sois modelo y patrono de los leprosos. Por vuestro amor os entregásteis en cuerpo y alma al cuidado de los leprosos de Molokai. Yo, impulsado por la confianza que me inspira tu valimiento poderoso ante Dios y tu caridad hacia los más necesitados, acudo a ti. Llena mi corazón de amor hacia los más necesitados, alcánzame un gran espíritu de fe, saber aceptar y ofrecerte todas las contrariedades de la vida y poder gozar un día de vuestra compañía en el cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Fuente: EWTN