Grande inestimable dignidad dan al pueblo cristiano los inmensos
beneficios que de la divina largueza ha recibido. Porque no hay ni hubo
jamás tan esclarecida nación, que tuviese dioses tan allegados y vecinos
como lo es para nosotros nuestro Dios. Queriendo el Unigénito del Padre
celestial hacernos participantes de su divinidad, revistióse de nuestra
naturaleza, para que hecho hombre, hiciese dioses a los hombres. Y aun
esto que tomó de nuestro linaje, todo lo empleó para nuestra salud y
remedio: su cuerpo ofreció como hostia de reconciliación a Dios Padre en
el ara de la cruz: su sangre derramó como precio de nuestro rescate, y
como agua en que nos limpiásemos de todas nuestras culpas; y para que
tuviésemos un continuo recuerdo de tan gran beneficio, nos dejó su
Cuerpo y Sangre, para que debajo de las especies de pan y de vino, le
recibiesen los fieles. ¡Oh precioso y admirable convite, saludable y
lleno de toda suavidad! En él, el pan y el vino se convierten
substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo; y Cristo verdadero
Dios y hombre, está debajo de las especies de un poco de pan y de vino.
De esta suerte es comido por los fieles, y no es despedazado; antes,
dividido el Sacramento, permanece entero en cada partícula. Los
accidentes subsisten en él sin la substancia; no hay sacramento más
saludable que éste, con el cual se limpian los pecados, se acrecientan
las virtudes, y el alma se alimenta con la abundancia de todos los
espirituales carismas. Ofrécese en la Iglesia por los vivos y por los
difuntos, para que a todos aproveche lo que para la salud de todos fue
instituido. Finalmente, la suavidad de este Sacramento nadie puede
explicarla; pues en él se gusta la dulzura espiritual. en su misma
fuente, y se renueva la memoria de aquélla infinita caridad que mostró
Cristo en su Pasión. Y así para que más hondamente se imprimiese en los
corazones de los fieles la inmensidad de aquel amor, instituyó este
Sacramento en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con
los discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre: y lo dejó para que
fuese memorial perenne de su Pasión, cumplimiento de las figuras de la
ley antigua, el mayor de los milagros que obró, y particular consuelo de
los que habían de entristecerse con su ausencia. Conviene, pues, a la
devoción de los fieles, hacer solemne memoria de la institución de tan
saludable y tan maravilloso Sacramento, para que veneremos el inefable
modo de la divina presencia en este Sacramento visible y sea ensalzado
el poder de Dios, que obra en él tantas maravillas, y se le hagan las
debidas gracias por merced tan saludable y regalo tan dulce. (Serm. de Sto. Tomás de A., opúsc. 57).
HISTORIA DE ESTA CELEBRACIÓN *
En 1208, habitaba en un monasterio de religiosas hospitalarias, una
joven de 16 años, llamada Juliana de Monte Cornillon. Devotísima del
Santísimo Sacramento, gustaba meditar profundamente en ese misterio de
amor. Una noche vio en sueños una especie de luna llena, pero
desportillada y oscura en uno de sus radios. La visión se repitió en
adelante en otras muchas veces. Al cabo de dos años de oraciones y
penitencias, le pareció entender que el disco luminoso figuraba el ciclo
de fiestas litúrgicas, y que el espacio vacío y oscuro acusaba en él la
falta de una solemnidad importante, que era la de Santísimo Sacramento.
Animada por sobrenatural impulso, trabajó con las autoridades
eclesiásticas para que dicha fiesta se estableciera en la Iglesia, y en
1264 el Papa Urbano IV la extendió a la Iglesia universal(1);
Clemente V, en 1311, la declaró obligatoria para toda la cristiandad, y
Juan XXII; en 1316, la completó con una Octava privilegiada y una
solemne Procesión.
"Aunque
ya se hace memoria (de la institución de la sagrada Eucaristía) en el
cotidiano Sacrificio de la Misa, creemos no obstante que, para confundir
la perfidia de los herejes, es digno de que, por lo menos una vez al
año, se celebre en su honor una fiesta especial. De esta manera se
podrán reparar todas las faltas cometidas en todos los sacrificios de la
Misa y pedir perdón de las irreverencias en que se haya incurrido
durante su celebración y del descuido en asistir a ella...". Así se expresaba el Papa Urbano IV en su bula, indicando a la vez el objeto y el espíritu de esta nueva solemnidad.
Como se ve, todo gira aquí en torno a la idea del Santo Sacrificio de
la Misa, que es el objeto principal de la devoción eucarística en
general u de la fiesta del Corpus en particular. Es un toque de atención
para encarecer la importancia de la Misa, y una fiesta de reparación y
desagravio por la defectuosa asistencia, por parte de unos, y la
inasistencia, por parte de otros, al augusto Sacrificio.
REFLEXIÓN
¡Con cuánta solemnidad celebra la Iglesia este santo día! Para él
guarda la procesión más solemne del año en la cual es llevado en triunfo
Jesucristo Sacramentado, como a Rey de todos los hombres. Desea que
nadie se dispense de asistir a ella: sino con grave causa. Pero una vez
que asistamos, sea no por humanas miras o respetos que tanto desagradan a
Dios, sino por agradecerle de corazón el inmenso beneficio de quedarse
entre nosotros hasta el fin del mundo.
ORACIÓN
Oh Dios, que en un admirable Sacramento nos dejaste memoria de tu
Pasión, rogámoste nos concedas, que Veneremos los sagrados misterios, de
tu cuerpo y sangre, de manera que experimentemos continuamente en
nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas por los siglos de
los siglos. Amén.
- * "La Flor de la Liturgia", R. P. Andrés Azcárate O.S.B., pag 539, 5ª ed., 1945.
- (1) Mucho debieron animar al Papa a la institución de la fiesta los varios milagros eucarísticos confirmando la Real Presencia acaecidos en los últimos años, y sobre todo el más reciente y ruidoso de Bolsena, donde en 1262, celebrando un sacerdote incrédulo la Santa Misa, después de la Consagración manó verdadera sangre de la Hostia empapando los corporales, manteles y mesa del altar.