LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ
El Sumo Pontífice Gregorio XVI en 22 de enero de 1836 concedió a todos los fieles que, á lo menos con corazón contrito, recen devotamente las oraciones de los Gozos y Dolores en siete domingos continuos, las siguientes Indulgencias: 300 días en cada uno de los seis primeros domingos; plenaria en el séptimo, confesando y comulgando.
El Papa Beato Pío IX, en 1 de febrero de 1847, se dignó conceder una indulgencia plenaria para cada uno de los siete domingos de San José, si se observan las condiciones de confesión, comunión y visita en cualquier templo, rogando por las necesidades del Sumo Pontífice y de la santa Iglesia.
No hay época señalada para practicar la devoción de los siete domingos; pero sí se exige que sean seguidos, sin interrupción, y que en cada domingo se recen todos los siete Dolores y Gozos de San José; y quien no sabe leer rece siete veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Las indulgencias son aplicables por las almas del purgatorio.
P.S. Ver nuevo Enchiridion Indulgenciarum.
ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos
¡Dios y Señor mio, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre todas las cosas! al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido yo a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: ¡Piedad, Señor, para este hijo rebelde y perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia; pero os la pido por los méritos de vuestro padre nutricio San José. Y Vos, gloriosísimo abogado mío, recibidme bajo vuestra protección, y dadme el fervor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén.
Primer dolor y gozo
Mateo 1, 18-25
La
generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba
desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se
encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era
justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en
sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María
tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el
oráculo del Señor por medio del profeta: "Ved que la virgen concebirá y
dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido
significa: Dios con nosotros". Despertado José del sueño, hizo como el
Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la
conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
María y José, fieles al voto de virginidad que habían hecho, vivían como ángeles en su pobre casa de Nazaret. Cuando por obra del Espíritu Santo concibió María en sus castísimas entrañas al Hijo de Dios, José concibió el proyecto de separarse de su esposa, y de hacerlo ocultamente, porque no resultase infamia para María, aunque en general los Doctores explican esta resolución fundándola en que José ignoraba el misterio de la encarnación.
Turbado con estos pensamientos, pensaba el humilde José huir de su casa y de su esposa virginal, cuando he aquí que el ángel del Señor se le aparece, y le dice: «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su seno es obra del Espíritu Santo.»
San Juan Crisóstomo nos declara que el arcángel Gabriel llamó a José por su nombre para infundirle confianza, y le recordó su origen de David para que tuviera en cuenta el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho al Rey Profeta: que el Mesías nacería de su descendencia.
Las palabras del ángel inundaron el corazón de José de inefable júbilo. Recobrado de su turbación, fue tan grande su gozo, que exclamaría como el Salmista:
«Vuestros consuelos, oh Señor, han regocijado tanto el alma cuanto era grande la muchedumbre de mis padecimientos.»
Así pues, en un instante apaciguó Dios la tormenta que agitaba el corazón de José, y le restituyó acrecentada con mucho su dulce tranquilidad. Ved aquí lo que acontece a las almas que se someten a la voluntad de Dios con entera confianza.
«Por obra de vuestra misericordia, oh Señor, habéis querido que a la tempestad siga la calma, y que después de la aflicción y de las lágrimas, venga la alegría a los corazones.» Así se expresaba en su agradecimiento aquel santo varón Tobías, tan afligido con trabajos, y tan grandemente consolado por el Señor.
Así pues, en un instante apaciguó Dios la tormenta que agitaba el corazón de José, y le restituyó acrecentada con mucho su dulce tranquilidad. Ved aquí lo que acontece a las almas que se someten a la voluntad de Dios con entera confianza.
«Por obra de vuestra misericordia, oh Señor, habéis querido que a la tempestad siga la calma, y que después de la aflicción y de las lágrimas, venga la alegría a los corazones.» Así se expresaba en su agradecimiento aquel santo varón Tobías, tan afligido con trabajos, y tan grandemente consolado por el Señor.
¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de conformarnos siempre y en todas las cosas con la justísima, altísima y amabilísima voluntad de Dios. Amén.
EJEMPLO
Una
distinguida señora escribía con fecha 29 de enero de 1866, á una amiga
suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José.
Una
persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en
un completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de
treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento
ni practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas
de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a
aquella oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar su corazón
empedernido.
Cayó
enfermo el infeliz, y púsose de cuidado: entonces fue cuando la caritativa
señora, alarmada por el estado crítico de su querido anciano, buscaba
medios para que no se perdiese aquella alma, que tanto había costado al
divino Redentor; y acordándose del grande poder del Patriarca Señor
San José (de quien era muy devota) para socorrer a los moribundos, le
suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la
devoción de los Siete Domingos en memoria de sus dolores y gozos,
esperando que le alcanzase la conversión del enfermo que ella
tanto deseaba. ¡Cosa admirable! Ya en el primer domingo sintió la
eficacia de su oración: fue un sacerdote á visitar al enfermo; éste lo
recibió muy bien; le insinuó que quería confesarse; hizo en efecto una
confesión entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen los demás
sacramentos al día siguiente. Á pesar de su extrema debilidad, el
buen anciano recibió de rodillas en la cama á su Dios, á quien había
olvidado por tan largo tiempo, y desde entonces no cesó de demostrar la
alegría de que estaba llena su alma.
Había
perdido la fe, pero la recobró y con ella una prenda de la gloria. ¡Ojalá
este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete Domingos,
mueva á otras buenas almas a practicarla para conseguir la conversión
de aquellas personas por las cuales se interesan!
Primer Domingo
Obsequio. Callaré y sufriré sin replicar cuando me culpen sin motivo.
Jaculatoria. Glorioso Señor San José, sed mi abogado en esta vida mortal.
Abundantísimo fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos consagrados á honrar al excelso Patriarca Señor San José, si los obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con cuidado en todos los días de la semana.
Para mas agradar al santo Patriarca, puédese rezar la letanía que va al fin.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
Segundo dolor y gozo
Lucas 2, 1-7
Sucedió
que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se
empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar
siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a
su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a
Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y
familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba
encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron
los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en
el alojamiento.
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
Llegados María y José á Belén para cumplir el mandato de César Augusto, buscan en vano de puerta en puerta el abrigo de un techo hospitalario: el mundo cierra sus moradas a los huéspedes pobres, y niega asilo a la santidad y a la inocencia, como lo refiere el santo Evangelio, que dice: «El Hijo de Dios vino a los suyos, y los suyos rehusaron recibirle». José se vio reducido a buscar un establo abandonado, y en tal lugar plugo al Hijo del Eterno nacer, lejos de los resplandores de la gloria en que reina.
¡Cuál sería el dolor del corazón de José, mirando al divino Niño en lugar propio de bestias, y como ellas reclinado en pajas húmedas y heladas por los rigores del invierno! ¡Cómo se conmovería lo íntimo de sus paternales entrañas con aquel primer llanto del Salvador, ocasionado por el padecimiento! Si fueron tiernas, no fueron en verdad menos amargas las lágrimas que el Patriarca mezcló con las que derramaba el Niño Dios en expiación de nuestras culpas. José inclina la frente al suelo y adora como a su Dios, como a Criador del cielo y de la tierra y como a Salvador y Redentor del mundo a aquel niño tan pobre, tan humillado, tan débil y tan rechazado de los hombres; ofrécele su corazón, su alma, su vida; le bendice mil y mil veces y le da gracias por haber sido escogido y adoptado como padre.
María, tomando al niño en sus brazos, lo pondría en los de José, quien lo estrecharía contra su corazón, lo bañaría con sus lágrimas, le besaría los sagrados piececitos, y lo ofrecería al Padre Eterno como víctima, por la salvación del mundo.
¡Oh, qué feliz fue aquel instante para el Patriarca, hijo de David, a pesar de su pobreza y de sus penas; y ¡cómo le deleitaron los cantos angélicos que celebraban el nacimiento del niño, a quien José podía llamar hijo suyo! Más opulento en su pobreza que sus reales ascendientes, poseía el tesoro infinito de los cielos; y su gloria, aunque escondida al mundo, estaba eclipsando a toda la que brilló en el trono de sus progenitores. ¡Oh dicha! ¡Oh sumo bien! ¡Oh delicias escondidas en apariencias de miseria y de dolores!
Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos, oh Patriarca Señor San José, la gracia de apartar nuestro corazón de las pompas y vanidades del mundo, y poner nuestra dicha en la posesión de Jesús, que es el único bien durable y verdadero. Amén.
EJEMPLO
Una
piadosa señorita muy devota del santo Patriarca, a quien obsequiaba con
las prácticas de piedad más gratas al Santo, como son la oración,
confesión y comunión frecuentes, cayó en una grave y penosa enfermedad, y
a pesar de distar más de ocho meses de su fiesta, le pedía al Santo
tres gracias: 1ª morir en su fiesta; 2ª morir con todo el conocimiento e
invocando los nombres de Jesús, María y José, y 3ª que le asistiese en su
última hora quien esto escribe. Pues todo se lo concedió el bendito Santo.
Contra el parecer de los médicos, alargóse su enfermedad hasta el día del
Santo (19 de marzo); conservó claro el conocimiento hasta el último
instante, invocando con gran devoción los dulcísimos nombres de Jesús,
María y José; y, cosa providencial, para que nada faltase a sus súplicas, retirándose
el confesor para tomar un poco de alimento, quien esto escribe tuvo
precisión de quedarse para consolar a la enferma y animarla en aquella
última hora y no dejarla sola, y contra la previsión de todos expiró en el mismo
día del Santo, en nuestros brazos, con la paz de los justos, yendo sin
duda, piadosamente pensando, a cantar con los bienaventurados las
misericordias del Señor San José en el cielo en su misma fiesta. ¿A quién
no animan estos hechos? En otros devotos de San José hemos visto
lo mismo, esto es, morir plácidamente o el día de San José, o en días
que en algún modo están consagrados á San José.
Animémonos
con nuestras buenas obras a merecer del Santo bendito este favor de morir
bajo su amparo, el más grande de todos sus favores.
Segundo Domingo
Obsequio. Mortificaré principalmente mi vista y mi lengua, para merecer la dicha de ver y alabar en el cielo a Jesús, María y José.
Jaculatoria. Bondadoso Señor San José, hacedme niño por la pureza, sencillez y candor.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
Tercer dolor y gozo
Lucas 2, 21
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el
nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el
seno.
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
Habiendo venido el Mesías para dar cumplimiento a la ley, quiso someterse humildemente al martirio de la circuncisión; terminada la ceremonia, impuso al Niño Dios el adorable nombre de Jesús, según mandato que de lo alto había recibido.
Y ¡con qué dulzura, con qué amor, con qué afectos de confianza, con qué reverencia pronunciaría José, por vez primera, este nombre de salud, consuelo de nuestra vida y esperanza de nuestra muerte!. Jesús, nombre dulcísimo, nombre sobre todo nombre, por el cual nos será concedido todo lo que pidamos; nombre obrador de milagros, que al oírlo, se postran en adoración los cielos, salta de júbilo y esperanza la tierra, tiemblan de pavor los infiernos. Jesús, nombre del que brota leche suavísima y casto vino para las almas puras, pan de fortaleza para los débiles, manantial de delicias infinitas para los santos, y esperanza y amor y salud de todos. Grábese este nombre en nuestras almas, palpite en nuestros corazones, sea la miel de nuestros labios, el adios de nuestra despedida del mundo, y el saludo y principio de nuestra glorificación perdurable.
¡Oh Patriarca, Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de cumplir en todo con nuestros deberes, por grandes que sean los sacrificios que en ello hayamos de hacer; y otorgadnos también el favor de pronunciar siempre con mérito el santísimo y dulcísimo nombre de Jesús. Amén.
EJEMPLO
Uno
de los asuntos más importantes de la vida es sin duda alguna la elección
de estado, pues de su acierto depende casi siempre la felicidad temporal y
aun eterna de los hombres. San José, socorredor en toda necesidad, no
se hace sordo a sus devotos, que de él quieren aconsejarse, como lo
demuestra el caso siguiente, escogido entre millares.
Una
joven suspiraba por acertar en la elección de estado, y no sabiendo qué
resolver, si abrazar el estado religioso, o dar su mano en ventajoso
matrimonio, determinó con el consejo de su confesor hacer los
Siete Domingos á San José para conocer con certeza su vocación.
No
se hizo sordo el Santo bendito, pues tan suavemente la inclinó a seguir la
vocación religiosa y deshizo todo lo que parecía ligarla al mundo, que
ella misma no llegaba a comprender tan súbita claridad.
Mas
no era esto lo más difícil. Los padres de la joven, mirando, como sucede
casi siempre, antes a su conveniencia que a la felicidad temporal y eterna
de sus hijos, no quisieron darle su consentimiento de ningún
modo para hacerse religiosa. «Cásate, le decían, te daremos buen
dote, y así estarás siempre a nuestro lado.» Pero como cuando es de Dios
el llamamiento, si no le resistimos, al fin se vence todo, así sucedió en
esta ocasión por intercesión de San José. Hizo la joven otra vez los Siete Domingos,
y antes de concluirlos, el padre de la joven, que era el que más se
oponía, estaba, como escribía un devoto de San José, chocho de alegría,
porque su hija había escogido la mejor parte, haciéndose religiosa.
Quedaron todos maravillados de tan inesperada mudanza, mas no la joven
devota, que agradecida al Santo decía con gracia: «¿Por qué se maravillan?
Nombré agente de este negocio a mi Padre y Señor San José, y él lo había
de hacer y lo ha hecho mejor que yo supe encargárselo. ¡Gloria a San
José!»
Tercer Domingo
Obsequio. Haré actos de caridad espiritual o corporal con el prójimo.
Obsequio. Haré actos de caridad espiritual o corporal con el prójimo.
Jaculatoria. ¡Bondadoso Señor San José, maestro de oración! enseñadme a orar y conversar con Jesús.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
Cuarto dolor y gozo
Lucas 2, 22-35
Cuando
se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como
está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito será
consagrado al Señor" y para ofrecer en sacrificio "un par de
tórtolas o dos pichones", conforme a lo que se dice en la Ley del
Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este
hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y
estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu
Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron
al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó
en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu
palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos
tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz
para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y
su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les
bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y
elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a
ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones.»
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
El Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para padre nutricio de Jesús, atesoró en su corazón un amor incomparablemente más grande que el que han tenido y tendrán a sus hijos todos los padres de la tierra. Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor que traspasó el alma de José, cuando oyó que el santo anciano Simeón profetizaba a María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de contradicción entre los hombres. Entonces se le representó al vivo y con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles clavos; que aquella frente infantil se vería coronada de espinas; que aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con sombras de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, sería abierto con una lanza. Los futuros dolores de María traspasada con una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar a su Hijo, ya recibiéndole muerto en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de padecerlos en amarga soledad y abandono.
Pero este dolor tan acerbo de San José se convirtió luego en gozo deliciosísimo, cuando consideró el copioso fruto de la redención, y vio como de lejos innumerables ejércitos de mártires que llevaban palmas de triunfo, coros brillantes de cándidas vírgenes coronadas de inmortales guirnaldas, ejércitos de pecadores que lavaron sus estolas en la sangre redentora, doctores de la Iglesia, santos levitas, e inmensa muchedumbre de todas las naciones y lenguas, cantando en celestiales himnos las glorias de Jesús y las alabanzas de María.
¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de inflamarnos de tal modo en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas, que para ganarlas, tengamos en nada las penas de la tierra y aun el sacrificio de nuestra vida. Amén.
EJEMPLO
El
siguiente ejemplo podrá servir de norma a los que han de tomar estado de
matrimonio, mayormente en nuestros días en que sólo se atiende a los
intereses y a las cualidades exteriores, cuando del acierto depende
el bienestar en la presente vida y muchísimas veces la salvación
eterna.
Un
joven noble, hijo de padres virtuosos que nada omitieron para formarle un
corazón sólidamente piadoso, después de haber rogado mucho a Dios para
conocer bien su vocación, se persuadió de que no era llamado
al sacerdocio. No obstante continuó haciendo con mucho fervor sus
devociones particulares, confesando y comulgando cada semana, y siendo
exacto en todas estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una distinguida familia,
relacionada con la alta sociedad, se apartó siempre de aquellas
diversiones peligrosas, en las que muchos jóvenes, atolondrados se dejan
seducir del brillo exterior que tan fácilmente se pierde, y comprometen su porvenir,
eligiendo sin ningún consejo, como objeto de su amor un corazón que no
conocen, ligando ya el suyo con lazos difíciles luego de deshacer. Bien
convencido de que los buenos matrimonios están ya escritos en el cielo,
este excelente joven no se olvidaba cada día de rogar a San José que
le hiciese encontrar una compañera de una piedad sólida y a prueba de las
seducciones del siglo.
Cierto
día, con motivo de una buena obra que llevaba entre manos, tuvo que
avistarse con una respetable señora, que con sus dos hijas vivía muy cristianamente.
Al verlas, experimentó cierto presentimiento de ser una de
aquellas dos jóvenes la destinada por Dios para compartir con él
su suerte; en su consecuencia la pidió á su madre, la
cual, constándole las buenas prendas que adornaban á aquel joven, dio
gustosa su consentimiento. La señorita confesó después sencillamente, que
ella desde mucho tiempo hacía la misma súplica, y que al entrar aquel
joven, presintió a la vez que Dios se lo enviaba como a quien había de ser
su futuro esposo. Pero fue el caso que, repugnándole muchísimo al padre de
la señorita aquel enlace e interponiendo toda clase de obstáculos, para
vencerlos y conocer la voluntad de Dios en asunto de
tanta trascendencia, determinaron todos empezar la devoción de los
Siete Domingos en honor de San José a últimos de mayo de 1863. El favor de
este glorioso Patriarca no se hizo esperar, pues en el siguiente agosto se
celebró el casamiento con gran contento de ambas partes. Lo
que prueba que el cielo se complace en bendecir aquellos desposorios
para cuyo acierto se ha pedido su luz y gracia, en especial si ha mediado la
eficaz intercesión de aquel Santo a quien Jesucristo se complació en estar
sujeto sobre la tierra.
Cuarto Domingo
Obsequio. Velar contra las tentaciones, y al sentir alguna, decir: Viva Jesús, mi amor.
Obsequio. Velar contra las tentaciones, y al sentir alguna, decir: Viva Jesús, mi amor.
Jaculatoria. Poderoso protector y padre mío Señor San José, asistidme y amparadme en la vida y en la muerte.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
Quinto dolor y gozo
Mateo 2, 13-18
Después
que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José
y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a
Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar
al niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su
madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes;
para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "De
Egipto llamé a mi hijo". Entonces Herodes, al ver que había sido burlado
por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los
niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el
tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el
oráculo del profeta Jeremías: "Un clamor se ha oído en Ramá, mucho
llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere
consolarse, porque ya no existen."
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
Pocos días después de la presentación de Jesús en el templo, un ángel se apareció a San José, y le ordenó que huyera a Egipto para librar al Niño divino de la persecución de Herodes. Riguroso era entonces el invierno, larguísimo el viaje y muchos eran los peligros que en él se ofrecían; por otra parte, la pobreza de San José y la premura con que había de ponerse en camino la santa Familia, le impidieron hacer provisión siquiera de lo más necesario. María Santísima era doncella de poco más de quince años, Jesús estaba recién nacido, y sin embargo tuvieron que salir al punto, y a toda prisa para poner en salvo el gran tesoro que se les había confiado. La Santa Escritura no nos refiere ninguna circunstancia de este viaje, pero su silencio mismo nos está diciendo que en él hubo de padecer la sagrada Familia las penas del cansancio y fatiga, del hambre y de la sed, del calor y del frío, del destierro y del abandono.
Largos días tardaron en llegar al sitio de su refugio, y allí ¡cuánto padeció el corazón de San José, al ver a los demonios adorados como dioses, desconocida la verdadera religión y reinante una groserísima idolatría!
Pero esta amargura se cambió en júbilo cuando, a la presencia del Niño Dios, cayeron los ídolos por tierra; vacilaron sus templos y los oráculos callaron, dando así testimonio claro de la divinidad de Jesucristo nuestro Señor. En esa región de destierro oyeron también María y José por vez primera la voz dulcísima del Redentor, que se desataba en tiernos acentos con los nombres de madre y de padre, dichos con la dulzura de niño y con el amor del corazón de Dios.
Pero esta amargura se cambió en júbilo cuando, a la presencia del Niño Dios, cayeron los ídolos por tierra; vacilaron sus templos y los oráculos callaron, dando así testimonio claro de la divinidad de Jesucristo nuestro Señor. En esa región de destierro oyeron también María y José por vez primera la voz dulcísima del Redentor, que se desataba en tiernos acentos con los nombres de madre y de padre, dichos con la dulzura de niño y con el amor del corazón de Dios.
¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de huir prontamente no sólo del pecado, sino de las ocasiones de cometerlo, por remotas que sean, para que, derribados en nuestra alma los ídolos de los vicios; reine en ella sólo y sin competencia el divino Jesús, nuestro Rey y nuestro Dios. Amén.
EJEMPLO
De
una persona que nos merece toda confianza por su carácter y por la amistad
con que nos honra, publicamos la siguiente carta que no es de poca
edificación para todos los devotos josefinos. «Sé, nos escribe,
que trata Ud. de recoger ejemplos en honra de San José, y yo se los
puedo suministrar a cientos y a millares, y no de casa ajena, sino de la
propia. Con más razón tal vez que la santa josefina Teresa de Jesús, puedo
decir que me cansaría y cansaría a todos, si hubiese de referir muy
por menudo las gracias que debo a San José. Apuntaré algunas. Molestado
de una grave tentación contra la santa pureza, acudí al Santo, y hasta hoy no
me ha molestado más, pareciendo haberse extinguido el estímulo de
la carne. Pedíle conocimiento, amor y trato íntimo con Jesús, y hallo
mi espíritu inundado a veces de tal conocimiento y luz interior, que sin
sentirlo, me hallo todo movido a alabanzas y amor de Dios. Cada año en su
día le pido alguna gracia, y siempre la veo cumplida mejor que yo
la he sabido pedir. En dos o tres graves enfermedades, el Santo
bendito me ha dado salud mejor que los médicos y cuidados de los hombres».
En algunos apuros de honra, y fama y necesidades temporales, San José me
ha socorrido siempre, y a veces de un modo casi portentoso, que,
hasta los mismos que tienen poca fe, se han visto obligados a confesarlo.
Una vez, sobre todo, que todos los caminos en lo humano estaban cerrados,
el Santo, mostró gallardamente que ninguno de los que han acudido
con confianza a su protección, ha quedado burlado. Creo que esto
basta, para que pueda servirle en algo para mover á la devoción del santo
Patriarca, toda vez que a mi, pecador ruin y miserable, así me ha asistido
siempre. Otro día, concluye, le daré más detallada relación
de algunas gracias bien singulares que me ha dispensado el glorioso
San José. ¡Quién no se anima con estos ejemplos a acudir con confianza a
la protección del Santo!
Obsequio. Huir de las malas compañías y de las ocasiones de pecar.
Jaculatoria. Glorioso Señor San José, guardadme; del enemigo maligno defendedme.
Jaculatoria. Glorioso Señor San José, guardadme; del enemigo maligno defendedme.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
Sexto dolor y gozo
Mateo 2, 19-23
Muerto
Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le
dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino
de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del
niño.» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en
tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en
lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños,
se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada
Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: "Será llamado
Nazoreo".
Palabra de Dios
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
En los siete años que duró el destierro de la santa Familia, iba creciendo el Niño Jesús; y al cabo de este período, el ángel del Señor se apareció de nuevo a San José, y le avisó que el cruel Herodes había muerto y que podía volver sin recelo a Nazaret. «Volvamos, se dijeron, volvamos a la casa del Señor llenos de gozo.»
¡Qué dulce es el regreso á la patria, después de largos y amarguísimos años de destierro! ¡Con qué santos afectos Jesús, María y José desandarían aquel largo camino tan penoso, acortado ahora con la esperanza de volver al suelo natal, regado ya con la sangre preciosísima de Jesús!
¡Qué dulce es el regreso á la patria, después de largos y amarguísimos años de destierro! ¡Con qué santos afectos Jesús, María y José desandarían aquel largo camino tan penoso, acortado ahora con la esperanza de volver al suelo natal, regado ya con la sangre preciosísima de Jesús!
Este gozo se turbó con la inquietud que inspiraba a José la tiranía de Arquelao, hijo de Herodes, que reinaba en Judea, quien ciertamente hubiera dado muerte al Niño Jesús, si le hubiera descubierto. José determinó por esto establecerse con su divino hijo y su castísima esposa en Galilea para librar al Niño de la persecución, y el cielo aprobó la prudencia de José y premió el celo paternal con que le defendía. Así es cómo las almas piadosas de delicada conciencia andan siempre temerosas de perder a Jesús.
¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de caminar alegres hacia la Patria celestial, iluminados con una fe viva, alentados con una esperanza firme, abrasados con una ardorosa caridad, uniendo estas virtudes con aquel temor saludable que debe nacer en nosotros del conocimiento de nuestra flaqueza y miseria. Amén.
EJEMPLO
El
siguiente caso infundirá valor á las almas débiles que, después de haber
tenido la infelicidad de caer en culpa grave, dominadas por la vergüenza
de confesarla, huyen del único remedio para su eterna vida, que es
una buena y contrita confesión. Acudan estos infelices al amparo de
San José, y en su protección hallarán fuerza para vencer esa cobarde
timidez y mal entendida vergüenza. Esta gracia recibió un pecador
vergonzante de la bondad del santo Patriarca, según lo refirió el mismo favorecido
al P. Barry, en tiempo que éste escribía la vida de San José.
Habiendo
dicha persona tenido la desgracia de cometer un enorme sacrilegio,
violando un voto con que estaba ligada al Altísimo, no supo, o mejor, no
quiso vencer la maldita vergüenza de confesarlo, para salir
del precipicio en que había caído. De este modo permaneció algún tiempo
enemistada con Dios, siempre destrozada por los remordimientos
de conciencia, agitada de continuo por fundados temores de perderse,
consecuencia inevitable de la culpa. Bien sabía ella que para el que ha
infringido gravemente la ley de Dios no hay término medio: o confesión o
condenación; que no podía sanar, sin querer eficazmente descubrir su llaga
al médico espiritual; que no podía apagar el dolor y los torcedores
de su alma, sin arrancar la espina que le hería; pero la cobardía la
alejaba de la piscina de salud, y la vergüenza cerraba tristemente sus
labios. ¿Qué hacer en lance tan apurado? Por la divina misericordia
ocurrióle llamar á San José al socorro de su miserable debilidad, e
invocarlo contra las repugnancias que le atormentaban y le impedían
triunfar de sí misma. Con esta mira resolvió obsequiar al
Santo, consagrando nueve días continuos al rezo del himno y oración
propios del ayo del Salvador. Dios bendijo sus buenos deseos, pues
terminado el novenario se sintió el sacrílego completamente trocado,
y revestido de tal fuerza y valor que, sobreponiéndose a sus locas y
temerarias repugnancias, fue a arrojarse a los pies de un confesor, al
cual, sin dudas, ambages ni reserva, manifestó lo más íntimo de su
atribulada conciencia. Con esto respiró su alma; y desde este feliz
momento reverenció a San José como a su libertador y consuelo, le confió
el difícil cargo de su espíritu y se impuso el deber de
llevar siempre consigo la imagen del Santo, a fin de que le sirviera
de impenetrable escudo contra los ataques luciferinos. No hay duda que
esta filial devoción fue por mucho en la paz y fervor de que gozó en lo
sucesivo. San José le recompensó su devoción y fidelidad con
favores señalados, y en especial librándole de los peligros
que rodeaban su alma.
Sexto Domingo
Obsequio. Fidelidad en las prácticas espirituales.
Jaculatoria. San José mío, haga yo lo que debo, y suceda lo que Dios quiera.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
Jaculatoria. San José mío, haga yo lo que debo, y suceda lo que Dios quiera.
Séptimo dolor y gozo
Lucas 2, 40-52
El
niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de
Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la
fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de
costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús
se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. Pero creyendo que estaría
en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los
parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén
en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el
Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles;
todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus
respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo:
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados,
te andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no
comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret,
y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las
cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y ante los hombres.
Palabra de Dios
MEDITACIÓN
¿Quién podrá concebir lo acerbo del dolor de San José cuando al regresar del templo echó de menos á Jesús? Consideren los que son padres, qué amargura sentirían en su alma al perder un hijo tierno y muy querido; y si ese hijo es el único, y si es la hermosura, la bondad, la sabiduría mismas, ¿qué palabras habrá que expresen lo sumo del padecimiento?. Madres ha habido que, habiendo desaparecido su hijo por sólo una hora, llegaron a perder el juicio de dolor. Orígenes asegura que San José, en los tres días que perdió al divino Jesús, padeció más que todos los mártires; pero en aflicción tan grande ni murmuró, ni perdió la paz del alma, ni la parte superior de su espíritu se vio turbada por movimientos de impaciencia o de tristeza desordenada. Los dolores de María acrecentaban los del santo Patriarca, y solícito y diligente buscó al divino Niño noche y día, preguntando por él con las palabras del Cantar de los Cantares: «¿No habéis visto al amado de mi alma? Conjuróos, oh hijas de Jerusalén, que si hallareis a mi amado, le digáis cómo desfallezco de amor.»
A medida de tan grande pena fue el gozo que experimentó San José, cuando halló al sapientísimo Niño en el templo disputando con los doctores. Con qué ternura le abrazaría bañado en lágrimas de amor y gratitud; con qué palabras afectuosas le declararía los padecimientos de su madre santísima y los suyos propios; con qué vigilante cuidado le llevaría a la paterna casa, sin apartar los ojos del tesoro infinito que acababa de recobrar.
¡Oh gloriosísimo Patriarca Señor San José por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos a nosotros los pecadores la gracia de buscar a Jesús con amor y dolor de perfecta contrición; y la de hallarle para no perderle jamás, mediante el don preciosísimo de la perseverancia final. Amén.
EJEMPLO
De
la venerable Sor Prudencia Zañoni, una de las heroínas más eminentes en
virtud, del orden de San Francisco, se dice que después de haber venerado
durante su vida a San José, recibió en su muerte la gracia
más singular que jamás hubiese podido desear; pues que en ella, según
cuenta su Vida, se le apareció el Santo y se le acercó a la cama, llevando
en sus brazos al Niño Jesús. Es imposible referir la abundancia de afectos
que inundaron el corazón de Prudencia. Baste decir que llegó a difundirse
en el corazón de aquellas religiosas compañeras que la asistían, al
oírla hablar, ya con el Santo anciano, ya con el dulce Niño; con aquél,
dándole gracias porque se había dignado visitarla y hacerla disfrutar
anticipadamente de la gloria del paraíso: con éste, porque con tanta
amabilidad se había dignado invitarla a ir consigo a las
celestiales nupcias. En la actividad de las manos y del rostro se conocía
que San José había puesto en los brazos de su devota el celestial Niño,
concediéndole aquella muerte feliz que tuvo él en los brazos de Jesús en
su casa de Nazaret.
Séptimo Domingo
Obsequio. Conformidad con la voluntad de Dios.
Jaculatoria. Glorioso padre mío San José, ¡cuándo os contemplaré en el cielo!
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria )
LETANÍAS DE SAN JOSÉ
Señor, ten piedad de nosotros
-Cristo, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros
-Señor, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros
-Cristo, óyenos.
Cristo, óyenos
-Cristo, escúchanos.
Cristo, escúchanos
-Dios, Padre celestial
Ten misericordia de nosotros
-Dios Hijo, Redentor del mundo
Ten misericordia de nosotros
-Dios Espíritu Santo
Ten misericordia de nosotros
-Santa Trinidad, un solo Dios
Ten misericordia de nosotros
-Santa Maria,
Ruega por nosotros
-Ilustre descendiente de David
-Luz de los patriarcas
-Esposo de la Madre de Dios
-Custodio purísimo de la Virgen,
-Nutricio del Hijo de Dios
-Diligente defensor de Cristo
-Jefe de la Sagrada Familia
-José justo
-José casto
-José fuerte
-José obediente
-José fiel
-Espejo de paciencia
-Amante de la pobreza
-Modelo de obreros
-Gloria de la vida doméstica
-Custodio de vírgenes
-Sostén de las familias
-Consuelo de los desdichados
-Esperanza de los enfermos
-Patrono de los moribundos
-Protector de la santa Iglesia
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo
Perdónanos, Señor.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo
Escúchanos, Señor.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo
Ten piedad de nosotros.
V. Lo nombró administrador de su casa.
R. Y señor de todas sus posesiones.
ORACIÓN
¡Oh
Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a San José para
esposo de tu Santísima Madre!; te rogamos nos concedas tenerlo como
intercesor en el cielo, ya que lo veneramos como protector en la tierra.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.