MARIA SANTÍSIMA, 
  NUESTRA AUXILIADORA 
  
   Cuando San Juan se llegó a Éfeso, y
  desde allí regía la Iglesia de Asia, fundada por él, María Santísima, en
  memoria del testamento de Cristo siguió al discípulo predilecto, al hijo
  predilecto. 
   De todas partes la gente venía a María.
  Los paganos, atraídos por la fama de su sabiduría y virtudes y no hay duda de
  que muchos de éstos, o por la eficacia persuasiva de sus palabras, o sólo por
  aquélla luz divina que iluminaba toda su persona, se convirtiesen a la fe de
  Cristo. Los creyentes, para venerar a la Madre del Salvador, al ver, a María
  se hacían la ilusión de ver a Jesús; en las facciones de la Madre
  resplandecía la belleza del Hijo. Muchas jóvenes partieron de la casa de
  María con el propósito de consagrar a Dios su virginidad; los vacilantes se
  confirmaron en la fe; los débiles cobraron ánimo, prontos a medirse con los
  perseguidores y sufrir el martirio; los perezosos se animaron a una santa
  actividad; los tibios se sintieron enfervorizados; todos se separaron de Ella
  mejorados. Porque -aseguran los santos padres- bastaba fijar los ojos en el
  rostro de María para sentir en el corazón deseos del bien, propósitos de
  virtud, llama de caridad. 
   María Santísima recibe entre sus brazos
  a esta Iglesia recién nacida, la alimenta, la calienta con su afecto, la
  defiende de sus enemigos y la lleva a aquélla plenitud de vida, a aquel
  desarrollo de fuerzas que la harán la Reina de los pueblos. Así actúa la
  Auxiliadora en el plan de Dios.
 
  
  
Historia de la devoción a 
  María
  Auxiliadora en la Iglesia Antigua. 
   Los cristianos de la Iglesia de la
  antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas
  acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que
  en su idioma, el griego, se dice con la palabra "Boetéia", que
  significa "La que trae auxilios venidos del cielo". Ya San Juan
  Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama "Auxilio
  potentísimo" de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se
  leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son:
  Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran
  orador Proclo decía: "La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos
  trae auxilios de lo alto". San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la
  Virgen "Auxiliadora de los que sufren" y narra el hecho de un
  enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó
  la salud y que aquélla imagen de la "Auxiliadora de los enfermos"
  se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo. El gran poeta griego
  Romano Melone, año 518, llama a María "Auxiliadora de los que rezan,
  exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles" e
  insiste en que recemos para que Ella sea también "Auxiliadora de los que
  gobiernan" y así cumplamos lo que dijo Cristo: "Dad al gobernante
  lo que es del gobernante" y lo que dijo Jeremías: "Orad por la
  nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien". En las
  iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se
  celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se
  celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año
  560: "María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de
  los que ya están en el cielo". San Juan Damasceno, famoso predicador,
  año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: "María Auxiliadora
  rogad por nosotros". Y repite: "La "Viren es auxiliadora para
  conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en
  la hora de la muerte". San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733,
  dijo en un sermón: "Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres,
  valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los
  ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para
  que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de
  tu ayuda". 
  
La batalla de Lepanto. 
   En el siglo XVI, los mahometanos
  estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas
  religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza
  su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos
  territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que
  ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces
  cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los
  Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión.
  Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de
  octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el
  Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los
  cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los
  soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron
  el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se
  lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la
  batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en
  dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran
  todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego - de manera
  admirable - el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los
  barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves
  enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato
  derrotaron por completo a sus adversarios. Es de notar, que mientras la
  batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles
  recorría a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las
  calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida
  victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se
  celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo
  Rosario, y que en
  las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS,
  RUEGA POR NOSOTROS. 
  
El Papa y Napoleón. 
   El siglo pasado sucedió un hecho bien
  lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se
  atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años
  llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener
  la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces.
  Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el
  vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa:
  "Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré
  decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica". Y muy pronto vino
  lo inesperado. Napoleón que había dicho: "Las excomuniones del Papa no
  son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados", vio con
  desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a
  batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba
  cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió
  humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con
  que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó
  y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes
  se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el
  resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24
  de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este
  noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de
  mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias
  a la madre de Dios. 
  
San Juan Bosco y María Auxiliadora. 
   El 9 de junio de 1868, se consagró en
  Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores
  de la Madre de Dios. su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16
  de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de
  padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo
  limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que
  adquiriera "ciencia y paciencia", porque Dios lo destinaba para
  educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió
  que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora. 
   Empezó la obra del templo con tres
  monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María
  Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo
  terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: "Cada ladrillo de
  este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen". Desde
  aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de
  Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra
  Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha
  llegado a ser una de las más populares. 
   San Juan Bosco decía: "Propagad la
  devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros" y recomendaba
  repetir muchas veces esta pequeña oración: "María Auxiliadora, rogad por
  nosotros". El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria
  consiguen grandes favores del cielo. 
  
ORACIÓN 
   Oh Dios omnipotente y misericordioso
  que en la Santísima Virgen María Auxiliadora estableciste maravillosamente
  una continua ayuda para defensa del pueblo cristiano; concédenos propicio que
  luchando en esta vida al amparo de tal protección, en la hora de la muerte
  podamos alcanzar la victoria sobre el maligno enemigo. Por J. C. N. S. Amén 
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