19 de septiembre
NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE
NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE
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El 19 de septiembre de 1846, en La
Salette, en los Alpes franceses, la Sma. Virgen se le apareció a dos
pastorcitos, Maximin Giraud, que contaba a la sazón 9 años, y Melania Calvat,
de 14 años de edad. Los dos niños eran ignorantes y provenientes de familias
muy pobres. A ellos fue que la Reina de los Cielos escogió para desbordar Su
Corazón doloroso y «anunciar una gran noticia.» Ese sábado, temprano, los dos
niños cruzan las pendientes del monte sus-les-Baisses, cada uno llevando sus
cuatro vacas. Maximino, además, su cabra y su perro Loulou. El sol resplandece
sobre los pastos. A mitad de la jornada, el Angelus suena allá abajo en el
campanario de la iglesia de la aldea. Entonces los pastores conducen sus vacas
a "la fuente de las bestias", una pequeña represa que forma el
arroyuelo que baja por la quebrada del Seiza. Después las llevan hacia una
pradera llamada "le chômoir", en las laderas del monte Gargas. Hace
calor, las bestias se ponen a rumiar.
Maximino y Melania suben un pequeño valle
hasta la "fuente de los hombres". Junto a la fuente toman su frugal
comida: pan con un trozo de queso de la región. Otros pequeños pastores que
"guardan" más abajo se les unen y charlan entre ellos. Después de su
partida, Maximino y Melania cruzan el arroyo y descienden unos pasos hasta dos
bancos de piedras apiladas, cerca de la hondonada seca de una fuente agotada:
"la pequeña fuente". Melania pone su pequeño talego en el suelo, y
Maximino su blusa y merienda sobre una piedra.
Contrariamente a su costumbre, los dos
niños se tumban sobre la hierba... y se duermen. Se está bien bajo el sol de
este fin de verano, no hay una nube en el cielo. Al rumor del arroyo se añade
además la calma y el silencio de la montaña. pasa el tiempo...
¡Bruscamente, Melania se despierta y
sacude a Maximino! "¡Mémin, Mémin, rápido, vamos a ver nuestras vacas...
No sé dónde están!" Rápidamente suben la pendiente opuesta al Gargas. Al
volverse, perciben todo el pastizal: sus vacas están allá, rumiando
plácidamente. Los dos pastores se tranquilizan. Melania comienza a descender. A
media pendiente, se queda inmóvil y asustada, deja caer su garrote:
"¡Mémin, ven a ver, allá, una claridad!".
Cerca de la pequeña fuente, sobre uno de
los bancos de piedra... un globo de fuego: "Es como si el sol se hubiera caído
allí". Pero el sol continúa brillando en un cielo sin nubes. Maximino
acude gritando: "¿Dónde está? ¿Dónde está?" Melania señala con el
dedo hacia el fondo del barranco donde ellos habían estado durmiendo. Maximino se
acerca a ella, paralizada de miedo, y le dice: "¡Vamos, coge tu garrote!
Yo tengo el mío y le daré un buen golpe si nos hace algo". La claridad se
mueve, gira sobre sí misma. Les faltan palabras a los dos niños para indicar la
impresión de vida que irradia este globo de fuego. En él una mujer aparece,
sentada, la cara oculta entre sus manos, los codos apoyados sobre las rodillas,
en una actitud de profunda tristeza.
La Bella Señora se levanta. Ellos no han
dicho una sola palabra. Ella les habla en francés: "¡Acercaos, hijos míos,
no tengáis miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia!" Entonces,
descienden hacia ella. La miran, ella no cesa de llorar: "Parecía una
madre a quien sus hijos habían pegado y se había refugiado en la montaña para
llorar". La Bella Señora es de gran estatura y toda de luz. Está vestida
como las mujeres de la región: vestido largo, un gran delantal a la cintura,
pañuelo cruzado y anudado en la espalda, gorra de campesina. Rosas coronan su
cabeza, bordean su pañuelo y adornan sus zapatos. En su frente una luz brilla
como una diadema. Sobre sus hombros pesa una gran cadena. Una cadena más fina
sostiene sobre su pecho un crucifijo deslumbrante, con un martillo a un lado y
al otro unas tenazas.
"Ha llorado durante todo el tiempo
que nos ha hablado". Juntos, o separados, los dos niños repiten las mismas
palabras con ligeras variantes que no afectan al sentido. Y esto, cualesquiera
que sean sus interlocutores: peregrinos o simples curiosos, personalidades
civiles o eclesiásticas, investigadores o periodistas. Que sean favorables,
lleven buenas intenciones o no, he aquí lo que ellos nos han trasmitido:
" Acercaos, hijos míos, no tengáis
miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia".
"La escuchamos, no pensamos en
nada".
"Si mi pueblo no quiere someterse,
me veo obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado
que no puedo sostenerlo más". ¡Hace tanto tiempo que sufro por vosotros!
Si quiero que mi Hijo no os abandone, estoy encargada de rogarle sin cesar por
vosotros, y vosotros no hacéis caso. Por más que recéis, por más que hagáis,
jamás podréis recompensar el dolor que he asumido por vosotros. Os he dado seis
días para trabajar; me he reservado el séptimo, ¡y no se quiere conceder! Esto
es lo que hace tan pesado el brazo de mi Hijo. Y también los que conducen los
carros no saben jurar sin poner en medio el nombre de mi Hijo. Son las dos
cosas que hacen tan pesado el brazo de mi Hijo. Si la cosecha se pierde, sólo
es por vuestra culpa. Os lo hice ver el año pasado con las patatas, !y no
hicisteis caso! Al contrario, cuando las encontrabais estropeadas, jurabais,
metiendo en medio el nombre de mi Hijo. Van a seguir pudriéndose, y este año,
por Navidad, no habrá más". La palabra "pommes de terre" (patatas)
intriga a Melania. En el dialecto de la región se dice de otra forma ("là
truffà"). La palabra "pommes" evoca para ella el fruto del
manzano. Ella se vuelve a Maximino para pedirle una explicación. Pero la Señora
se adelanta: "¿No comprendéis, hijos míos? Os lo voy a decir de otra
manera". La Bella Señora repite en el dialecto de Corps desde "si la
cosecha se pierde...", y ya prosigue todo su mensaje en este dialecto:
"Si tenéis trigo, no debéis sembrarlo. Todo lo que sembréis, lo comerán
los bichos, y lo que salga se quedará en polvo cuando se trille. Vendrá una
gran hambre. Antes de que llegue el hambre, a los niños menores de siete años
les dará un temblor y morirán en los brazos de las personas que los tengan. Los
demás harán penitencia por el hambre. Las nueces saldrán vanas, las uvas se
pudrirán".
De repente, aunque la Bella Señora
continúa hablando, sólo Maximino la oye, Melania la ve mover los labios, pero
no oye nada. Unos instantes más tarde sucede lo contrario: Melania puede
escucharla, mientras que Maximino no oye nada, y se entretiene haciendo girar
su sombrero en una punta de su cayado mientras que con el otro extremo lanzaba
pequeñas piedras. "¡Ninguna tocó los pies de la Bella Señora!", dirá
algunos días más tarde. "Ella me contó algo diciéndome: No dirás esto ni
esto. Después no entendí nada, y durante este tiempo, yo me entretenía".
Así la Bella Señora habló en secreto a
Maximino y luego a Melania. y de nuevo los dos juntos escuchan sus palabras:
"Si se convierten, las piedras y las rocas se cambiarán en montones de
trigo y las patatas se encontrarán sembradas por las tierras. ¿Hacéis bien
vuestra oración, hijos míos?"
"No muy bien, Señora",
responden los dos niños.
¡Ah! hijos míos, hay que hacerla bien,
por la noche y por la mañana. Cuando no podáis más, rezad al menos un
padrenuestro y un avemaría, pero cuando podáis, rezad más. Durante el verano no
van a misa más que unas ancianas. Los demás trabajan el domingo, todo el
verano. En invierno, cuando no saben qué hacer; no van a misa más que para
burlarse de la religión. En Cuaresma van a la carnicería como perros. ¿No
habéis visto trigo estropeado, hijos míos?".
"No, Señora", responden.
Entonces ella se dirige a Maximino:
"Pero tú, mi pequeño, tienes que haberlo visto una vez, en Coin, con tu
padre. El dueño del campo dijo a tu padre que fuera a ver su trigo estropeado.
Y fuisteis allá, tomasteis dos o tres espigas de trigo en vuestras manos las
frotasteis, y todo se quedó en polvo. Después, al regresar; como a media hora
de Corps, tu padre te dio un pedazo de pan, diciéndote: "¡Toma, hijo mío,
come todavía pan este año que no sé quién lo comerá al año que viene si el
trigo sigue así!"
Maximino responde: "Ah sí, es
verdad, Señora, ahora me acuerdo, lo había olvidado".
Y la Bella Señora concluye, no en el
dialecto, sino en francés: "Bien, hijos míos, hacedlo saber a todo mi
pueblo".
El 19 de septiembre de 1851, Mons. Filiberto de
Bruillard, Obispo de Grenoble, publica finalmente su "carta
pastoral". He aquí el párrafo esencial:
"Juzgamos que la aparición de la
Santísima Virgen a dos pastores, el 19 de septiembre de 1846, en una montaña de
la cadena de los Alpes, situada en la parroquia de La Salette, del
arciprestazgo de Corps, contiene en sí todas las características de la verdad,
y que los fieles tienen fundamento para creerla indudable y cierta".
La resonancia de esta carta pastoral es
considerable. Numerosos obispos la hacen leer en las parroquias de sus
diócesis. La prensa se hace eco en favor o en contra. Es traducida a numerosas
lenguas y aparece notoriamente en el Osservatore Romano de 4 de junio de 1852.
Cartas de felicitación afluyen al Obispo de Grenoble.
La experiencia y el sentido pastoral de
Filiberto de Bruillard no se detienen aquí. El 1 de mayo de 1852, publica una
nueva carta pastoral anunciando la construcción de un santuario sobre la
montaña de La Salette y la creación de un cuerpo de misioneros diocesanos que
él denomina "los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette". Y
añade: "La Santa Virgen se apareció en La Salette para el universo entero,
¿quién puede dudarlo?" El futuro iba a confirmar y sobrepasar estas
expectativas, el relevo estaba asegurado, se puede decir que Maximino y Melania
han cumplido su misión.
El Santuario de Nuestra Señora de La Salette está
situado en plena montaña, a 1800 mts. de altitud en los Alpes franceses. De la
atención del Santuario y su hospedería es responsable la Asociación de
Peregrinos de La Salette por encargo de la diócesis de Grenoble. Los Misioneros
y las Hermanas de Nuestra Señora de La Salette aseguran la animación y el
funcionamiento, ayudados por capellanes, sacerdotes religiosos o diocesanos,
religiosas, laicos asociados y por empleados asalariados y voluntarios.
El 19 de septiembre de 1855, Mons.
Ginoulhiac, nuevo Obispo de Grenoble, resumía así la situación: "La misión
de los pastores ha terminado, comienza la de la Iglesia".