22 de Mayo
SANTA RITA DE CASIA,(*)
Viuda
SANTA RITA DE CASIA,(*)
Viuda
"¿Quién eres Tú, Señor?"
Pregunta acuciante y angustiosa que nos
hacemos muchas veces en la vida ante el roce de Dios. Porque, como dice Müller,
"Dios es, en verdad, nuestro único tú en el cielo y en la tierra".
Nos hacemos esa pregunta siempre que Él
se cruza con nosotros y tenemos la sensación de lo trascendente sobre nuestra
pobre barraca humana. Entonces la presencia de Dios "se hace carne y
habita entre nosotros". Como niños medrosos en la noche clamamos:
"¿Quién eres Tú, Señor?", sin atrevernos a creer que es Él quien se
ha metido de rondón en nuestras vidas. Dios mismo asiste emocionado a nuestro
asombro y se cumplen aquellas palabras de Martín Descalzo en uno de sus poemas:
y Dios posó su mano sobre el alma del
hombre, y todos los rincones comenzaron de pronto a tener su sentido.
Dios tiene infinitas maneras de hacerse
presente. Pero casi siempre se le adivina. Y, dentro de esas infinitas maneras,
tiene como modos que le son más propios y característicos. Hay un estilo de Dios.
Uno de los rasgos que le distinguen, una
de las formas de hacerse presente es la de tomarse "revanchas a lo
divino". Entonces Dios es más grande, más majestuoso, más inaccesible a
nuestra raquítica talla que cuando despide rayos desde el Sinaí. Porque entonces
es el Dios del Evangelio, el Dios que, a fuerza de ser bueno, hace el milagro
de hacernos buenos a nosotros.
¡Revanchas de Dios! ¿Quién no las ha
experimentado en su vida personal y no las ha presenciado en el mundo y en la
Iglesia?
Los santos suelen ser las figuras
representativas de esas "revanchas a lo divino" porque sólo ellos se
prestan a colaborar con absoluto desinterés en los planes de Dios.
Un escenario: Italia. Una época: últimas
décadas de la Edad Media. Unos personajes: Urbano VI, el antipapa Roberto,
Pedro de Luna...
Las ausencias de los papas en Roma por la
falta de seguridad de Italia y por la lucha de los partidos en Roma provocan el
cisma de Occidente, con todas sus consecuencias de relajación, indisciplina y
desorientación de los espíritus.
Wenceslao tenía entre sus manos el
Imperio de Occidente. Manuel Paleólogo había sucedido a su padre en el Imperio
de Oriente, que había entregado al sultán Bayaceto. Casia, después de su
rebelión a la Santa Sede, se vio obligada a combatir con los güelfos.
La Iglesia tenía razón para llorar su
unidad rota, las costumbres licenciosas de sus hijos, la servidumbre de los
papas al poder real.
Los derechos de Dios son conculcados.
Urge una revancha por parte de Dios, pero Él se la toma a lo divino.
Para confundir a los fuertes y "a
los que son" saca de "los que no son" una espada que ha quedado
blandiéndose en los siglos sobre aquel gris informe de tormentas y vejaciones.
La saca de Roca Porrena, aldeílla próxima a Casia, perteneciente a la Umbría,
para que tenga sólo la luz y la fuerza recibidas de Dios.
Rita de Casia es una revancha a lo divino
contra los abusos del Medioevo italiano.
Es una manera de hacerse Dios presente.
Bien se podían preguntar en Italia ante aquélla niña ignorante y extraordinariamente
poderosa: "¿Quién eres Tú, Señor?".
Se sentía a su contacto el contacto de
Dios.
Vivió Rita setenta y seis años. Y fue
santa en todas las penosas alternativas de su vida. Pasó por todos los estados:
matrimonio, viudez, consagración a Dios en el claustro.
Dice Thomas Merton que "cada llamada
especial confiere al hombre un lugar particular en el misterio de Cristo, le
otorga algo que hacer por la salvación de la Humanidad". Pues bien; a
Santa Rita le otorgó Dios mucho quehacer
por la salvación de la Humanidad al hacerla pasar sucesivamente por todos los
estados.
Nace la niña el 22 de mayo de 1381 de una
madre estéril. Sin duda, Amada Ferri, como Sara o Isabel, dio saltos de júbilo
al sentir sus entrañas fecundas. Y se siguen los prodigios que, contemplados
hoy desde la atalaya de su santidad, son como lucecillas de Dios en el camino
doloroso de su vida. ¿Qué le cuesta a Dios rebasar el orden de la naturaleza
por amor a sus escogidos o por amor a cualquiera de sus hijos? Lo raro es que
no lo rebase mas veces. ¿Será porque nuestra fe no es ni como un grano de
mostaza?
Y, como a todos, le llegó a Rita esa edad
en que canta la sangre en las entrañas, y los dientes en sonrisas blancas, y la
mirada en una luz nueva... Trece años. Sus padres la casaron. Con ello su
carrera hacia Dios se hizo más consciente, más crucificada.
Los procesos de canonización recorren
esos caminos intrincados y luminosos. ¡Cuántas virtudes! ¡Cuánta maravilla!
¡Cuánto de Dios! Me estremecía tenerlos en las manos, porque allí se me hacían
vida fresca e inmolada desde el amanecer hasta el ocaso. Y era mucho el peso de
tanta santidad.
Santa Rita vive su matrimonio ungida con
la mirra más amarga. Fernando Pablo es cruel. Y la reduce a una vida dura y
penosa. Así dieciocho años. Hasta que él muere asesinado. Los santos aman con
una intensidad y con una pureza extraordinarias, porque su amor es la
quintaesencia del amor, y el corazón de la Santa sufre.
La encina nacida entre los riscos de la
Umbría tiene estremecimientos terriblemente dolorosos. Es fuerte, pero se
siente sacudida hasta las raíces más íntimas de su ser. Sus hijos Juan Santiago
y Pablo María quieren vengar la muerte de su padre. Ella ofrece sus vidas antes
de que lleguen a consumar el crimen y mueren los dos. No quedan ya lágrimas en
los ojos de aquélla mujer, que templa su fortaleza en la Madre de un Hijo que
murió por todos. Ahora ya puede realizar sus primeras aspiraciones; consagrarse
totalmente a Dios en el retiro de un convento de agustinas. Pero es rechazada
porque no es virgen.
¡Qué madurez maravillosa la de Rita!
Huele su campo a espigas granadas y en la quietud serena de sus treinta y dos
años puede ya contemplar su vida fecunda a lo humano y a lo divino.
Es preciso que vuelva Dios a intervenir
con un prodigio para que Rita sea admitida en el convento. Tres santos la
introducen en él milagrosamente. Tommaso Nediani describe así este pasaje de la
vida de la Santa:
"Non c'e nessuno a la finestra e la
via è silente e deserta, ma una gran luce meridiana tiene il cielo. Infine ella
vide, no, non sogna, è ben desta: i suoi Santi Patroni in una luminosa aureola
d'oro, Yaustero Giovanni Battista nella pelle di camello, Sant'Agostino nel
ieratico paludamento episcopale, e San Nicole da Tolentino nel nero saio
agostiniano, che I'invitano ad andare con loro."
Viene después la época de intensas
efusiones divinas. El dolor pasado ha concentrado y purificado el amor, y ahora
su unión con la voluntad divina, su oración, su amor a la Eucaristía, su
entrega al prójimo, su fortaleza, su prudencia, su justicia, alcanzan unas
cimas insospechadas.
Hemos dicho que Santa Rita era "una
revancha a lo divino". Allí, en un rincón de la Umbría, como un gigante,
mientras la Iglesia se desangra, lucha ella las grandes batallas de Dios.
Porque estas batallas no se ganan con fuego y con acero, sino con la sangre del
propio corazón a costa de un holocausto secreto y constante.
Allí vivió pobre, obediente y casta. Bien
se le podían aplicar aquellas palabras de San Agustín: "Custodi obedientiam, ut percipias sapientiam et percepta
sapientia, noli deserere obedientiam" (S. AUGUST., In Ps. 118, XXII,
12). Ella adquirió esa sabiduría ignorada, pero nunca abandonó la obediencia.
Penetró hondamente el misterio de la cruz. Como Francisco de Asís, se ve
sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina en la frente, que le
produce dolores insoportables y el martirio de ser enojosa a los demás por el
repugnante olor que despedía.
¿Alucinación? ¿Histerismo? ¿Fantasía?
No; es el misterio de la cruz incorporado
a su vida, que es ya un tejido indescifrable de dolores. Pero esta crucifixión
interior no se manifiesta al exterior más que por un derroche casi infinito de
dulzura y de caridad. El amor ha llegado a su plenitud y se desborda en
entregas.
Va a Roma. Aquella Roma combatida
recibiría con la visita de la Santa un impacto nuevo.
No faltan en el último período de la vida
de Rita detalles deliciosamente poéticos. Cuando su alma es como una viña
cargada de frutos maduros, en un día blanco y adusto de enero, fue a visitarla
una amiga. Al despedirse le dijo que si quería algo para su aldea.
-Sí le contestó-. Os ruego que,
apenaas lleguéis al pueblo, vayáis al huerto de mi casa, cortéis allí una rosa
y me la traigáis.
También le pidió dos higos maduros.
La mujer creyó que la Santa deliraba. No
sabía que los delirios de los santos, Dios los hace realidades. En el jardín
encontró milagrosamente florecida una rosa y maduros los higos.
¡Qué significativo es este pasaje de su
vida! Tiene conmovedoras resonancias del Cantar de los Cantares, cuando el
Esposo, ansioso ya de la plena posesión de la Esposa, le canta:
"Levántate, amiga mía, esposa mía, y
ven, que ya ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. Ya, han brotado en
la tierra las flores.... ya ha echado la higuera sus brotes... Levántate, amada
mía, esposa mía, y ven" (3, 10-13).
¡Qué importa que la naturaleza esté de
invierno, si el alma de Rita está como los trigales, rojos y granados por el
sol!
El 22 de mayo, al cumplir cabalmente setenta y
seis años, en el año de gracia de 1457, entregó a Dios su espíritu.
Sirvió de edificación en su muerte, como
había servido en su vida, porque la
muerte de los justos es preciosa a los ojos de Dios.
Fue santa hasta la hora de nona... y ¡qué
difícil resulta eso a la frágil naturaleza humana!
Una santa de la Edad Media que podría
emplazarse muy bien en el siglo XX.
Una maravillosa conjugación de valores
divinos y humanos, de estados de vida.
La noche de la fe de los santos, y por
extensión de los cristianos, es la contrapartida más lograda a la noche de
desesperanza y angustia de la época actual.
Los modernos pensadores hablan de
"un hálito oscuro" que impregna los años que están por vivir. Ese
vaho todo lo vuelve negro y amargo, monótono y vacío. Es el paso de la
angustia, que troncha de raíz la vida del espíritu.
En cambio, en las noches de la fe, aunque
más torturantes porque el alma ha experimentado en otros tiempos algo de la luz
de Dios, "estamos llenos de presentimientos, experimentamos una proximidad
muy grande como de brazos abiertos y desde las estrellas un interminable advenimiento..."
"Nos hallamos envueltos por este nocturno
raudal de la luz de la fe, y allí estamos y vivimos, amando como se ama con
sencillez, sin buscar la razón o la esencia de la vida" (MÜLLER, Angustia y esperanza).
La fe es la que tiene poder para cambiar
el "hálito oscuro" de los modernos pensadores en hálito de esperanza.
Y ya con la esperanza se superan obstáculos, se allanan los caminos.
Los santos están revestidos de un cierto
sentido de infinitud y producen en el alma la impresión de lo que está muy cerca
de Dios. Dijimos que Él les constituye en sus colaboradores, y por ello se
obliga a regalarles más con sus dones. Los santos son un eco de la eternidad de
Dios. Por eso para ellos no hay tiempos ni lugares, aunque también respondan,
en el orden de la Providencia, a la necesidad concreta de un tiempo y un
espacio.
Santa Rita, como todos los santos, es un
triunfo definitivo de la fe y del amor. De ese amor que nunca se da por
vencido.
Mª DEL PILAR ALASTRUÉ CASTILLO
ORACIÓN
¡Oh gloriosa Santa Rita de Casia! Con el
alma llena de confianza por los continuos favores que alcanzas del cielo, en
bien de tus fieles devotos, vengo hoy a tu presencia, a rogarte que intercedas
con tu Amado Esposo y Redentor del mundo, a fin de que oiga benigno lo que
solicito de su gran poder e infinita misericordia. A ti, que recibiste en el
transcurso de tu larga y santa vida, tantas y tan repetidas muestras de ser un
alma privilegiada de su Amor, te atenderá bondadoso, si le ruegas por mí con
ese ardiente fervor que siempre te animaba cuando te postrabas a orar a los
pies del santo Crucifijo. Por J. C. N. S. Amén.
- * Año Cristiano, Tomo II, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.