Escenario de horror. - No hace aún doscientos años
los periódicos de La Habana publicaron estos avisos en sitio destacado:
"Un mulato como de treinta años,
buen cocinero, sano y con todas tachas, menos ladrón, se cambia por negro,
mulas, caballos o volanta. En el almacén que era de don Juan Rincón darán
razón." (Papel periódico 18 enero de 1785).
"Buena ocasión." "Se vende
una mulata de dieciocho años de edad, recién venida del campo, sin vicios
malos, muy dócil, 500 pesos. Otra mulata de veintiséis años, casada en la
villa de Santiago, con su cría de cinco meses, en 300 pesos, alcabala y
escritura y sin incluir la cría".
Adelante, señores; 200 piastras vale
esta linda negra, buena lavadora, 200 piastras, señores. Vedla: es joven
aún".
"¿250 piastras dijo? Es suya...
", y el dueño la empujó y siguió con ella; había
comprado también un reloj de la sucesión de M. Reynoil y dos sillas. La
escena sucede en Martinica, comienzos del XVIII.
Mercados parecidos tenían lugar en
Portobello, Jamaica, Lima, Veracruz, Cartagena. Es la esclavitud de la raza
de color. La trata negrera. El negocio era bueno. Un esclavo, "una pieza
de Indias", se compraba en África en 1683 por ocho francos y se vendía
en Cartagena en 100 pesos. Se podían permitir los negreros el lujo "de
que murieran en el camino las dos terceras partes del cargamento
humano".
El sordo rumor de los encadenados, el
ambiente fétido "de las calas de los veleros, el dolor de un presente y
el temor de un futuro sin esperanzas", pensaban que les destinaban a
morir y de su sangre teñir los navíos, dan una estampa de colores crudos.
Aragó fue un viajero que vio esta escena:
"Allá en un salón bajo y hediondo
están clavados en el suelo y en las paredes bancos negros y sangrientos. En
estos bancos y sobre este piso húmedo, se sientan desnudos, hombres, mujeres,
niños y alguna vez ancianos que esperan al comprador. Apenas se presenta éste
en la puerta, y a una señal del amo, todo el harén se levanta, gesticula, se
agita, se contrae, muge canciones salvajes, prueba de que tiene pulmones y
que ha comprendido perfectamente la esclavitud. ¡Infeliz del que no trata de
distinguirse de sus compañeros!, el látigo está preparado para surcar su
cuerpo y hacer volar por el aire los pedazos de carne negra.
Ahora, silencio: el negocio va a
tratarse, y cerrarse la venta.
-¡Eh, pst, tú, aquí...!
"Cualquiera cosa" se levanta:
esa cualquiera cosa es un ser que tiene dos ojos, una frente, sesos, un
corazón como tú y como Yo... ¡pero me engaño!, ese pecho no encierra un
corazón; pero, por lo demás, está completo.
-Mirad "esto". (Es el armo).
-Camina.
Y "eso" se pone a caminar.
-Ahora corre.
Y "eso" corre. Alza la
cabeza, agita los miembros, patea, grita, enseña los dientes.
-Vamos, bravo. ¿Cuánto vale?
-Seis cuádruplos.
-Doy cinco. Pero ahora que me acuerdo,
¿ha pasado ya la viruela?
-Ya la ha tenido; mirad bien.
"En efecto, manchas amarillas y
lucientes esparcidas sobre el cuerpo negro testifican el contacto de un
pequeño hierro candente, cuya cicatriz ha dejado una señal que engaña al
inexperto comprador".
-Está bien; he aquí vuestros
cuádruplos.
-Cantad ahora vosotros.
La cascada cae mugiendo, los compradores salen,
empujando delante de ellos a puntapiés su adquisición. El amo mete su oro en
una bolsa de cuero, y se coloca en la puerta para detener otros parroquianos
al paso: he aquí en miniatura un mercado de negros.
Estas escenas del realismo brutal
ocurrían en el Nuevo Mundo y eran eco de la gran cacería africana.
Un día del siglo XV el portugués Albiso
de Cadamosto se encontró en la Costa de Oro con unos negros. "Todos
-dice- corrieron a verme como una gran maravilla...; los unos cogían mis
manos y las frotaban con saliva para ver si mi blancura procedía de alguna
pintura o tinte que tuviera sobre mi carne..."
Más tarde hay una fecha. El 12 de enero
de 1510, segundo viaje de Colón. Su majestad manda a los oficiales de Indias
emplear negros. Asientos de negros..., palabras que esconde la tragedia de
catorce millones de seres desplazados de sus bohíos, de su tierra nativa, de
sus familiares y lanzados a un mundo nuevo. Un millón llegó a Cartagena de
Indias. Era uno de los tres puertos negreros.
El dorado Divino. - "Padre Claver: ¿cuántos
esclavos negros cree haber bautizado?
-Hermano Nicolás: según mi cuenta más
de 300.000..."
Este diálogo seco tuvo lugar hace
trescientos seis años en el colegio de los jesuitas de Cartagena de Indias.
Al protagonista no le ha cubierto el polvo de tres siglos.
En voz baja los niños de hoy, blancos y
negros, preguntan a sus padres: "¿De quién es esa calavera que va en esa
urna dorada? —Es un santo, es San Pedro Claver, y agregan: se llamó el
esclavo de los esclavos negros; les quería mucho; murió en Cartagena el 8 de
septiembre de l654".
Tres siglos no han borrado su recuerdo.
Y los niños blancos y negros unen sus rostros curiosos y se acercan al Santo
que vive hoy como ayer. La figura de Claver se agiganta. Es el patrono de
Colombia. No se piensa que ese hombre es el libertador de una raza oprimida.
El padre Pedro Claver, cuando charlaba
con el hermano Nicolás y se sometía a un verdadero reportaje, era un anciano
de setenta años; le llamaban el Santo y sus ojos eran tristes. "Era de
mediana estatura, un poco inclinado, cabeza grande, rostro descarnado, color
pálido obscuro, frente ancha y rugosa cruzada por dos profundas arrugas
horizontales, ojos hundidos, tristes, barba poblada, boca grande".
El hermano Nicolás González, cuyo
testimonio permite reconstruir algo de la vida del Santo, era un hermano
coadjutor jesuita que le acompañó durante veintidós años. Fue su gran amigo y
admirador: fue el testigo que dijo más cosas en el proceso de canonización.
La personalidad de Claver le llenaba de estupor. En él no se realizaba la
frase "No hay hombre grande para el ayuda de cámara".
Declaró con juramento, "por lo
menos hacía un acto heroico diario". Esta palabra: "heroísmo",
en aquel siglo XVII, tenía un sentido fuerte, sonaba a selva virgen y a
sangre. Pedro Claver vivió una época brillante (1580-1651).
Habían pasado tres grandes sucesos: el
Renacimiento, la Reforma y el descubrimiento de América. Era la etapa de la
consolidación de fronteras, de forcejeo de fuerzas, de cimientos de imperios.
Existía la magia fresca del Nuevo Mundo. El eco de las hazañas sonaba como
clarín en los descendientes de Pizarro, Cortés, Quesada... El Dorado brillaba
como una ilusión en los ojos ardientes de aquellos campesinos acostumbrados a
domeñar una tierra gastada. El fabuloso nuevo mundo era el ideal de las almas
selectas y de los cuerpos famélicos. América fue luz de conquista terrena y
espiritual. El soldado soñaba con su espada y su misión. Era la tierra nueva
para los conquistadores a lo humano y lo divino.
El 15 de abril de 1610 se embarcó en
Sevilla en el galeón San Pedro en la madurez de los treinta años
el silencioso Pedro Claver. Un conquistador más en su Dorado de esclavitud.
Infancia sin historia. - Verdú es un pueblo catalán del
valle del Urgel. 2.000 habitantes en tiempos del Santo. Célebre entonces y
ahora por sus ferias de mulas y sus cántaros redondos que conservan el agua
fresca. Paisaje de viñedos, olivos y cereales. El horizonte es amplio en la
llanura. La silueta que se destaca desde la carretera de Lérida-Barcelona es
simple en su simbolismo. La torre -Verdú era una villa amurallada, militar-
del homenaje, que domina el castillo, gloria de los Cerveras antes, hoy
depósito de cereales y una iglesia románica. Verdú fue durante mucho tiempo
una ciudad levítica, de abadengo. Perteneció a la abadía de Poblet. Una
sardana popular dice de la villa: "Brillas en primavera la púrpura con
sus amapolas, en verano con el oro de tus trigales, en otoño con el rojo de
los viñedos y el verde obscuro de los olivares". Verdú es gloria de dos
grandes hombres: Juan Teres, que fue virrey de Cataluña, y Pedro Claver, el misionero
de la Nueva Granada. Los amigos de la leyenda agregan un tercer personaje:
Colom... Este apellido es frecuente entre los payeses, y un padrino de Claver
calcetero se apellidaba Colom.
En la calle mayor de la villa, en una
masía grande, nació el 26 de junio de 1580 Pedro Claver. Sus padres eran unos
campesinos acomodados, tenían dieciocho fincas y un patronato con otras once:
no pertenecían a la nobleza como se ha dicho. Los padrinos eran calceteros y
canteros. Los padres del Santo se llamaban Pedro Claver y Juana Corberó.
Tuvieron 6 hijos, de los cuales, Catalina y Catalina María murieron en la
infancia, Jaime a los veintiún años. Quedaron tres: Juan Martín, el mayor;
Isabel, la más pequeña, y el Santo, que era el penúltimo. El jefe de la
familia no era muy instruido, apenas sabía firmar, pero era de juicio recto y
singular bondad; figura como albacea en muchos testamentos y fue "jurat
encap" en 1601 y 1605. La fe de bautismo que se conserva hoy día en el
despacho parroquial de Verdú dice así: "El 26 de junio de 1580 fue
bautizado Juan Pedro, hijo de Pedro Claver, de la calle mayor, y Ana, mujer
de aquél. Fueron padrinos Juan Borrel, cantero, y Magdalena, mujer de Flavian
Colom, calcetero, todos de Verdú. Dios le haga buen cristiano." Dios le
hizo algo más: un gran santo.
Su infancia fue la de un campesino. No
tiene historia. A los diecinueve años inició su vida eclesiástica. Más tarde
entró en la Compañía de Jesús. En la maravillosa isla de Mallorca se encontró
con un santo anciano, San Alfonso Rodríguez. Era un místico, su figura de
castellano viejo se parecía a un sarmiento retorcido por la penitencia, tenía
fuego interior. Un día tuvo una visión que se refería a su amigo. Vio un
trono en el cielo para Claver, "porque allá en las Indias tendría que
padecer mucho".
"¡Ay!, Pedro, cuántos están
ociosos en Europa mientras en América perecen tantas almas..., allá está tu
misión". Pedro Claver sintió una luz en su camino y un gran ardor
conquistador. Desde ese momento su alma grande soñó con el nuevo mundo. Tres
ciudades de Colombia fueron el escenario de su vida:
Santa Fe de Bogotá, con sus casonas,
sus patios, sus claustros viejos de San Bartolomé. Pedro Claver vivió en la
capital dos años. Es el único santo canonizado que ha pisado estas calles y
recorrido estos caminos.
Tunja, envuelta en su paisaje ascético
y místico, dureza serena y elevación profunda. Es otra ciudad claveriana.
Allí estuvo un año.
Cartagena, la metrópoli cálida de la
colonia, llena de luz y de contrastes, ciudad militar, mística y popular. Por
sus calles y plazas el Santo de los esclavos anduvo treinta y ocho años.
El día 20 de marzo de 1616 Pedro Claver
se ordena de sacerdote en la catedral de la ciudad heroica. Unos años más
tarde, el 3 de abril de 1622, tuvo lugar una escena silenciosa pero
trascendental. En un papel ordinario, vasto, con su letra clara un poco
inclinada a la derecha y con trazos rectos, escribió las palabras que se han
hecho inmortales, Petrus Claver aethiopum semper servus. "Pedro Claver, esclavo para
siempre de los etíopes" (es decir, de los negros).
Desde este momento, la vida de este
hombre no será sino una cadena de sacrificios, de entregas al hermano, que
sufre abandonado. Olvidará todo lo brillante de la vida.
Ataúdes flotantes. - La humanidad siempre ha sido
cruel; hoy hay campos de concentración, ayer había barracones negreros.
El padre Sandoval fue el primer apóstol
de los negros que de una manera sistemática trabajó en Cartagena de Indias.
Escribió un libro genial: De la salvación de los negros, que en su género es único por su
valor sociológico y valiente. El galeón negrero se acerca al puerto. Ya las
velas se recogen. Ha pasado el fuerte del Pastelillo y se puede oír el rumor
del puerto. En el fondo del navío un terrible murmullo. Gritos de angustia,
miradas ansiosas, los negreros muestran un rostro más benévolo. Ha llegado
una tercera parte de su mercancía y hay interés en que dé buena impresión.
"Rían, esclavos..., rían".
"Cautivos estos negros con la
justicia que Dios sabe -dice Sandoval- los echan luego en prisiones
asperísimas, de donde no salen hasta llegar a este puerto de Cartagena. A
veces llegan doce o catorce navíos al año, hediondos, y les da tanta tristeza
y melancolía por la idea que tienen que les traen para hacer aceite de ellos
o comérselos, que mueren un tercio de la navegación. Vienen apretados,
asquerosos y tan mal tratados que me certifican los que los traen que vienen
de seis en seis con argollas en el cuello, con grillos en los pies de dos en
dos, de modo que de los pies a la cabeza vienen aprisionados. Debajo de la
cubierta, cerrados por fuera, donde no ven sol ni luna, que nadie puede
atreverse a meterse allá sin marearse ni resistir una hora.
"Comen cada veinticuatro horas, no
más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo o millo crudo y con
él un pequeño jarro de agua, y no otra cosa sino mucho palo, mucho azote y
malas palabras".
"Con este tratamiento llegan unos
esqueletos, sacándolos luego a tierra en carnes vivas, pónenles en un gran
patio corral, acuden luego a él innumerables gentes, unos llevados de la
codicia, otros de curiosidad y otros de compasión; éstos son los misioneros,
y aunque van corriendo siempre hallan algunos muertos".
Página terrible de un testigo del
maestro y antecesor de San Pedro Claver. El mismo confiesa que, ante esta
humanidad repugnante, sentía espasmo y su naturaleza quería huir.
La gran manada. - Sólo se conserva un retazo de
carta del 31 de marzo de 1617. De ella son estas líneas:
"Ayer saltaron a tierra un gran
navío de negros de los Ríos de Guinea. Fuimos allá cargados de naranjas,
limones, tabaco. Entramos en sus barracones, remeros de una y otra parte. Fuimos
rompiendo hasta llegar a los enfermos, de que había gran manada echados en el
suelo, muy húmedo y anegadizo. Echamos manteos fuera, terraplenamos el lugar,
llevamos en brazos a los enfermos..."
La sociología de Claver no era
complicada ni recargada de incisos. Tuvo un amor supremo: "Señor, te amo
mucho, mucho...". Una voluntad de acero: cuando el cuerpo se rebelaba
ante una llaga abierta, ante el horror de un leproso hecho pedazos, su rostro
demacrado y amarillento como las olivas de su pueblo se encendía, sacaba una
disciplina que termina en pequeños pedazos de hierro y allí mismo, ante el
enfermo, desgarraba sus carnes magras. "Así, así, pues ya verás", y
la tempestad pasaba, Su rostro, como el mar Caribe que lamía los muros de su
cuarto, se volvía sereno y se inclinaba al enfermo, besaba una y otra vez sus
llagas, "hasta dejarlas limpias con sus propios labios".
"Retírese, hermano".-
El hermano Nicolás, su compañero de veintidós años, dijo: "Yo le
acompañé -declara en el proceso-, la enferma está en un cuarto obscuro, hacía
un calor terrible y un hedor insoportable. A mí se me alborotó el estómago y
me caía por tierra. El padre me dijo: "Retírese, hermano mío" y vi
sus labios en las llagas de la pobre esclava negra". Una vez, una
enferma no pudo soportar esta postración y gritó con angustia: "No, no,
mí padre, no hagáis esto". Pocas veces la tierra ha visto a un hombre
amar tanto a unos seres rotos y abandonados. como el padre Claver.
El capitán Barahonda testifica: "Y
los negros a su vez le amaban, pues les tenía mucho amor y siempre que lo
veían iban a besarle la mano y se postraban arrodillados en su
presencia".
Llega un buque negrero. - Un día cualquiera de 1622 a
1654. La escena era muy conocida en el colegio de San Ignacio, situado junto
a las murallas, a pocos pasos del desembarcadero de los esclavos. Un
mensajero llegaba jadeante al cuarto de Claver. El Santo había prometido
oraciones especiales al que diera la primera noticia. Gran don. Su cuarto era
muy pobre: una silla desvencijada, una cama con una estera y allá, en el
rincón -cosa singular- una despensa abastecida: naranjas, limones, tabaco,
aguardiente o aguafuerte.
Al primer anuncio todo es movimiento.
Los intérpretes negros "su brazo derecho"; uno, llamado Calapino,
hablaba doce lenguas de África. ¿Sus nombres? Andrés Sacabuche, Aluanil, de
Angola; Sofo y Yolofo, de Guinea; Viafara Manuel y Juan Moniolo... y con
ellos el hermano Nicolás González, el viejo amigo. Al puerto, pronto. Cada
uno con su carga. Decía Pedro Claver: "Navío de negros ha venido, es
necesario anzuelo".
Su facha era singular: una bolsa de
cuero amarrada al brazo izquierdo, en ella un revoltijo: un manual
eclesiástico, los cirios, aceite santo, una cruz, tabaco, vestidos...
El padre Claver era melancólico en sus
últimos años, pero su natural era colérico. Había sufrido mucho y visto mucha
miseria. Allá se veían en la borda unas figuras negras, él saludaba con
ansia. A veces no esperaba, tomaba la primera barquichuela que encontraba. El
espectáculo era triste, en el ambiente fétido, mezcla de pez y desperdicios,
un rebaño de seres desnudos; en su mirada, el recuerdo de un pasado de horror
y terror indisimulado.

Pensaban que les iban a matar y por eso
gritaban en su lengua aguda. ¿Habría llegado la hora de la matanza? "No temáis -gritaban los
intérpretes-, es el padre Pedro; él os ama". Y Claver, en la
imposibilidad de hacerse entender en todas las lenguas, les iba abrazando uno
a uno, era el lenguaje común. Primero a los niños moribundos: "yo te
bautizo", y allí mismo muchos volaban a la eternidad. Luego los
enfermos. A veces un sorbo de aguafuerte les hacía volver en sí. Claver era
muy humano para los demás, sólo para él reservaba el rigor. Su cuerpo estaba
lleno de cilicios "desde los dedos del pie al cuello". El hermano
Lomparte dijo un día:
-¿Qué es eso, padre? Hasta cuándo ha de
tener amarrado el borrico?
-Hasta la muerte, hermano -fue la
respuesta.
El borrico era su Propio cuerpo
atormentado.
Esclavo, de los esclavos. - Y seguía la gran carrera de la
caridad. La enseñanza del catecismo, maravillosa; cinco, ocho horas en
lóbregos barracones. El bautismo, 300.000. La rudeza de los hospitales donde
su cuerpo y su alma se entregaban. La idea fija de la liberación de sus
"señores esclavos". Este fue Claver durante cuarenta años. El santo
heroico. El maravilloso santo de Cartagena que hacía milagros con su Cristo
de madera y sabía poner esperanzas en los que habían llegado de África sin
ellas. Tuvo contradicciones. Le llamaron ignorante. "El prefería a sus
negros, y las señoras de Cartagena doña Isabel de Urbina y doña Mariana de
Delgado debieron aguardar horas en la fila de esclavas que esperaban junto al
confesionario del padre Claver". Dice un intérprete: "Tenía gran
compasión de estas pobres negras que no tenían a nadie. Para las otras no
faltaban confesores".
Abandonado. - Misterios de la vida y de la
ingratitud humana. El padre Claver cayó un día paralítico, "entró,
después de una misión en Tolú, al colegio con el color del rostro más pálido,
las facciones desencajadas, las fuerzas débiles". Estaba herido de
muerte.
Cuatro años en este aposento que
visitan hoy los turistas en Cartagena de Colombia, allí, junto al rumor del
mar Caribe. El dinámico estaba inmóvil. El santo de la ciudad estaba
abandonado. Todos habían huido y sólo el negro Manuel estaba a su lado. El
negro Manuel, sin embargo, era esclavo nuevo. Le hizo sufrir mucho y no se
quejó. "El mismo confesó luego que le dejaba sin pan ni ración. No
quería vestirle, le gobernaba a empellones y sólo pudo notar que cuando
bajaba a la cocina el anciano paralítico, con su mano temblorosa, tomaba una
disciplina sobre sus carnes moribundas. "Más merecen mis culpas",
solía decir. Era la suprema purificación del abandono y el olvido.
Paz. - Y llegó un día, 6 de
septiembre de 1654, en que un murmullo potente se oyó en la ciudad.
Despertaba de un sueño de olvido. ¿Qué sucedía? El Santo muere. El Santo
muere. Y ante el moribundo empezó la apoteosis más gigantesca que los hombres
hayan conocido. El 7 de septiembre perdió el habla y el día 8, entre "la
una y las dos de la mañana -dice el padre Arcos, su superior y testigo-, sin
hacer acción ni movimiento alguno, con la misma paz, tranquilidad y quietud
que había vivido. dio su alma a Dios".
El hermano Nicolás escribía
sublimemente más tarde:
Quedó con el mismo semblante que
siempre tuvo, Y yo conocí que había muerto porque de repente se le mudó la
cara pálida y muy macilenta en un esplendor y belleza extraordinarias; conocí
que su alma gozaba de Dios separada del cuerpo. Me arrodillé, besé sus pies
muertos, muy bellos y muy blancos y lo mismo hicieron los que estaban allí,
sacerdotes, españoles, moros...
Han pasado tres siglos desde aquel día
memorable. San Pedro Claver no es para su ciudad, Cartagena, ni para el mundo
un personaje muerto. Vive irradiando beneficios y amor. Sus reliquias van
triunfales por los caminos de Colombia y en su santuario de Cartagena pasan
todos los años más de 100.000 personas venidas de todo el mundo.
Hoy se oye también la palabra
maravillada: "el Santo, el Santo". Es el patrono de todas las
misiones con negros, el patrono de los obreros de Colombia, en especial. Es
una de las mayores figuras del mundo hispánico. El primer misionero del siglo
XVII (Astrain).
"Columna inexpugnable de la
Iglesia" (Tarraconense).
"Su nombre queda grabado con
letras de oro en la historia" (Pastor).
"La vida que mas nos ha
impresionado después de la de Cristo" (León XIII).
Reconciliación. - Margarita era una esclava negra
de Caboverde; su dueña era la gran señora cartagenera doña Isabel de Urbina,
devotísima de Claver. La esclava era predilecta del Santo, pues le ayudaba a
cocinar platos especiales para los leprosos de San Lázaro y en los últimos
días ella preparaba, por mandato de su ama, algo nuevo para el moribundo. En
la mañana del 8 de septiembre doña Isabel se acercó llorosa a la esclava.
Leyó en sus ojos la noticia. El padre Pedro había muerto. "Margarita -le
dijo- desde hoy eres libre". Abrió sus grandes ojos y cayó en los brazos
de la gran señora. Sintió dolor por su libertad. Era la reconciliación
simbólica de dos razas sobre la tumba de Claver.
Esta es una de las mayores grandezas de
este Santo. Fue el libertador de una raza, sobre todo porque supo infundir en
aquellas almas desgarradas un ideal de esperanza. Les enseñó a reír de nuevo
con esa risa fresca de la raza de color. En estos tiempos de inquietudes, de
odios, de egoísmos, San Pedro Claver trae un mensaje.
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