Nacido en 1815, San Juan Bosco, hijo de
humildes campesinos, perdió a su padre a la edad de dos años y fue educado por
su piadosa madre Margarita. Desde que fue elevado al diaconado, comenzó a
reunir, los domingos, a los obreros y niños abandonados de Turín. Construyó para
ellos un asilo y una iglesia, dedicada a San Francisco de Sales. En 1854, sentó
las bases de una nueva congregación, la de los salesianos, que hoy se llaman
sacerdotes de Don Bosco; en 1872, fundó las Hijas de María Auxiliadora. Murió el
31 de enero de 1888, venerado por todo el mundo por su santidad y sus
milagros.
MEDITACIÓN SOBRE LA
NECESIDAD DE MORTIFICARNOS
I. Aquél que odia su alma en este mundo, la conserva para la
vida eterna. Estas palabras de Nuestro Señor indican la necesidad que se nos
impone de mortificarnos. La ciudad de Babilonia, es decir, de los réprobos,
comienza por el amor a sí mismo y termina por el odio a Dios, dice San Agustín.
La ciudad de Jerusalén, es decir. de los predestinados, comienza por el odio al
cuerpo y termina por el amor a Dios. El amor a Dios crecerá en ti en la misma
proporción que el odio a tu cuerpo. Mide con este metro: para conocer en qué
medida eres perfecto, considera en qué medida te mortificas.
II. Tu mortificación debe comenzar cortando por lo vivo todos
los placeres y deseos que pudieran impedirte cumplir los mandamientos de Dios.
Corta todo lo que pueda impedirte cumplir con los deberes que te impone el
estado de vida que hayas abrazado. En fin, hay una mortificación que no es como
la anterior, obligatoria, sino sólo de consejo; consiste en abstenerse aun de
los placeres permitidos. Es la que practican las almas santas; ¿las
imitas?
III. La mortificación será para ti cosa fácil, si consideras
que ella te impide caer en muchas faltas. Además, eres pecador: debes, pues,
hacer penitencia y mortificarte para disminuir, por compensación, lo que debes a
la justicia de Dios en el purgatorio. Eres cristiano: ¿concuerda acaso el vivir
en el placer y adorar a un Dios crucificado? No temas los rigores de la
mortificación; ella posee dulzuras escondidas que sólo pueden gustar los que la
abrazan decididamente. Ves la cruz pero no conoces sus consuelos. (San
Bernardo).
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