Novena al Niño Jesús - Niño Dios
Día cuarto- Diciembre 19
Consideración
Consideración
Desde el
seno de su Madre comenzó el Niño Jesús a poner en práctica su entera sumisión a
Dios, la cual continuó sin la menor interrupción durante toda su vida. Adoraba
a su Eterno Padre, lo amaba, se sometía a su voluntad; aceptaba con resignación
el estado en que se hallaba, conociendo toda su debilidad, toda su humillación,
todas sus incomodidades. Quién de nosotros quisiera retroceder a un estado
semejante, sin pleno goce de la razón y de la reflexión? Quién pudiera sostener
a sabiendas un martirio tan prolongado, tan penoso de todas maneras? Por ahí
entró el Divino Niño en su dolorosa y humillante carrera; así empezó a
anonadarse delante de su Padre; a enseñarnos lo que Dios merece por parte de su
criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos nuestros pecados, y a
hacernos sentir toda la criminalidad y el desorden de este orgullo.
Deseamos hacer una verdadera oración? Empecemos por formarnos de ella una exacta idea contemplando al Niño en el seno de su Madre. El Divino Niño ora del modo más excelente. No habla, no medita, no se deshace en tiernos afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios merece, y de qué modo quiere ser adorado por nosotros.
Deseamos hacer una verdadera oración? Empecemos por formarnos de ella una exacta idea contemplando al Niño en el seno de su Madre. El Divino Niño ora del modo más excelente. No habla, no medita, no se deshace en tiernos afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios merece, y de qué modo quiere ser adorado por nosotros.
Unámonos a la oración del Niño Dios en el seno de María, unámonos a su profundo abatimiento, y sea éste el primer efecto de nuestro sacrificio a Dios, no para ser algo, como lo pretende continuamente nuestra vanidad, sino para no ser nada; para estar eternamente consumidos y anonadados; para renunciar a la estimación de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra grandeza, aunque sea espiritual, a todo movimiento de vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios ojos y que Dios sea todo para nosotros.