Desde
Jerusalén, viajó Santiago, a través de las islas griegas y de Sicilia,
hasta España, deteniéndose en Gades. Como no fue recibido bien en esta
región, se dirigió a otra. Con todo, no le fue mejor en este lugar. Lo
tomaron preso y hubiera sido asesinado, si un ángel no lo hubiese
librado milagrosamente de las manos de sus opresores. Dejó en España a
siete discípulos y se trasladó, pasando por Marsella, en el sur de
Francia, a Roma. Más tarde volvió a España y se dirigió desde Gades, a través
de Toledo, a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos de los naturales del
lugar; barriadas enteras reconocieron a Cristo y se despojaron de sus
objetos de idolatría. He visto aquí a Santiago en grandes peligros.
Fueron lanzadas víboras contra él; pero el apóstol las tomaba
tranquilamente en sus manos. Nada le hacían. Al contrario, se volvían
furiosas contra los sacerdotes de los ídolos, que empezaron desde
entonces a temerle y a respetarlo. He visto después cómo empezando
apenas a predicar en Granada, fue preso con todos sus discípulos y
convertidos. Santiago llamó en su ayuda a María, que entonces vivía aún
en Jerusalén, rogándole le ayudase, y he visto cómo, por ministerio de
los ángeles, fue librado de modo sobrenatural, él con sus discípulos, de
la prisión. Le fue impartida la orden de María, por medio de un ángel,
de ir a Galicia a predicar allí la fe, y luego volver a su residencia de
Zaragoza.
He
visto más tarde a Santiago en gran peligro por causa de una persecución
y tempestad contra los fieles de Zaragoza. He visto al apóstol rezando
de noche con algunos discípulos junto al río, cerca de los muros de la
ciudad; pedía luz para saber si debía quedarse o huir. El pensaba en
María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir consejo y ayuda a
su divino hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De pronto vi
venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él
los ángeles que entonaban un canto muy armonioso, mientras traían una
columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un
lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.
La
columna era bastante alta y esbelta, de un resplandor rojizo, con vetas
de varios colores y terminaba arriba como en un lirio abierto, que
echaba lenguas de fuego en varias direcciones; una de ellas iba al
Occidente, hacia Compostela; las demás, en diversas direcciones. En el
resplandor del lirio vi a María Santísima, de nívea blancura y
transparencia, de mayor hermosura y delicadeza que la blancura de
una fina seda. Estaba de pie, resplandeciente de luz, en la forma en
que solía estar en oración cuando aún vivía sobre la tierra. Tenía las
manos juntas, y el largo velo sobre la cabeza, la mayor parte del cual
colgaba hasta los pies, como si estuviese envuelta en él. Posaba sus
pies menudos y finos sobre la flor que resplandecía con sus cinco
lenguas. Aparecía todo el conjunto maravillosamente delicado y hermoso.
Vi
que Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas,
recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato
una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz
y expandirse. Le dijo María que debía, una vez terminada la iglesia,
volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo
acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró
lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el
resplandor de la aparición. Después que Santiago realizó en Zaragoza lo
que María le había ordenado, formó un conjunto de doce discípulos, entre
los cuales he visto que había hombres de ciencia. Estos debían
proseguir la obra comenzada por él con tanta fatiga y contradicciones.
Santiago
partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había
ordenado. En este viaje visitó a María en Éfeso. María le predijo la
proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran
manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se
dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue decapitado.
Visiones y Revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerick