1º de agosto
SAN FÉLIX DE GERONA,
Mártir
Abraza al Dios Amor
y abraza al Dios del amor.
(San Agustín)
y abraza al Dios del amor.
(San Agustín)
San Félix de Gerona y su compañero San Cucufate, nacieron en el continente africano, en la región Scilitana, de familias acomodadas. En Cesarea marítima cursan sus estudios y tienen sus primeros contactos con los seguidores de Cristo, tantas veces declarados enemigos del Imperio y perseguidos con saña diabólica. Las enseñanzas evangélicas hallan terreno abonado en el corazón noble, puro y generoso de los dos jóvenes, que deciden recibir el bautismo. Su decisión y su entrega es tan definitiva que llegarán incluso a dar su vida en testimonio perenne de la divinidad de Jesucristo.
Nos hallamos a finales del siglo III. La Roma pagana
empieza a fenecer, para dejar lugar a la Roma de Cristo, que cual nueva ave fénix
aparece con una vitalidad inesperada que intentarán ahogar inútilmente en su
propia sangre los crueles emperadores romanos. En estos decenios la persecución
azota sólo algunas provincias del vasto Imperio, y entre Tarragona.
La orden de exterminio ha sido dada por los poderosos Diocleciano y Maximiano,
que hace poco se han repartido los territorios imperiales, que no pueden ser
gobernados con una sola mano.
Félix y Cucufate,
saben que sólo una cosa es necesaria:
amar a Dios sobre todas las cosas y que para amarle hay que amar primero
al prójimo.
Quieren ser consecuentes, y deciden abandonar su país, donde aún no ha
llegado
la orden imperial de exterminio, para ayudar a los cristianos de
Tarragona a soportar la difícil prueba en que se hallan. Llenos de santo
amor y simulando
el oficio de mercaderes, pasan el Mediterráneo y llegan respectivamente a
Ampurias y Barcino. Félix se traslada a Gerona, que será el centro de
sus
actividades heroicas. Vienen -como dicen las actas de su martirio-
simulando ser
mercaderes, porque es el hábito más propicio en este momento y porque
llevan
entre manos el negocio mejor, que es la salvación eterna, y la mercancía
más
necesaria, la fe en Cristo.
En Gerona, Félix promueve tanta admiración entre el
pueblo por su integridad de vida y por su ferviente caridad, que convierte
muchos paganos. Pronto su presencia y actividad inquietan a las autoridades, que
le llevan ante el tribunal del Pretor. Del tribunal pasa a la cárcel y después
de recibir sentencia condenatoria, es sometido a los más atroces tormentos, de
los que es varias veces liberado por intercesión angélica. Primero es víctima
de diferentes torturas, después es atado a unos caballos y arrastrado por las
principales calles de la ciudad. Curado milagrosamente, pasa nuevamente por
diferentes pueblos y, trasladado a la playa de San Feliu de Guíxols, le echan
al mar llevando atada una rueda de molino al cuello. Nuevamente es salvado por
intercesión de unos espíritus evangélicos que suavemente le conducen a la
playa. Por último, termina heroicamente su vida cuando es sometido al terrible
suplicio de desgarrarle la carne con garfios de hierro. Esto ocurriría cerca
del año 304, poco después del martirio del apóstol de Barcelona San Cucufate
en el Castillo Octaviano, hoy San Cugat del Vallés.
Parece claro que San Félix era un simple seglar que se convirtió
en misionero. Su fervor era tan grande, que no dudó en abandonar su tierra
natal, su familia y sus riquezas, para testimoniar su fe en Cristo, para ayudar
a nuestros antepasados en la fe a permanecer fieles ante la persecución,
incluso hasta entregar su vida y ser con ello simiente de nuevos cristianos.
Pronto la fama de su martirio se extiende por toda la
cristiandad. Los Padres de la Iglesia Visigótica nos cuentan sus
milagros y los hechos extraordinarios obrados junto a su tumba y el rey Recaredo
va en peregrinación a Gerona para ofrecerle una corona votiva de oro.
Gerona continúa guardando sus preciosos despojos y sobre
su sepulcro ha construido un gran templo para recordar a la cristiandad la fe y
el amor de su apóstol mártir.