MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 3
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO DE OBEDIENCIA
I
El Sagrado Corazón de Jesús es
modelo de la más perfecta obediencia. Para dar el mayor y más fino ejemplo de
ella, baja el Verbo a este valle de lágrimas, y toda su vida mortal puede
compendiarse en esta sola palabra, obedecer. Es rey de los cielos, y obedece.
Es dueño de todo lo criado, y obedece. Es árbitro poderoso de cuanto existe,
y no obstante obedece.
¿Y, a quién obedece? Además de la
obediencia de continuo prestada al Padre celestial, los demás a quienes
obedeció fueron siempre criaturas suyas, y por tanto infinitamente inferiores
a El. Mandábale María, mandábale José, mandábale el juez impío, mandábanle
los crueles verdugos. Y a todos obedecía. Hoy mismo, en este augusto
Sacramento obedece a la voz de sus ministros, a quienes ha dado en cierto modo
la facultad de mandarle colocarse en nuestros altares.
¡Oh confusión de mi insoportable y
orgullosa independencia! El gusano vil no gusta sino mandar y hacer su propia
voluntad, cuando Dios mismo le da el ejemplo de tan rendida obediencia!
Avergüénzate aquí, corazón mío, y aprende del Sagrado Corazón tal excelente
virtud.
Medítese unos minutos.
II
¡Oh Señor! Si toda vuestra vida fue obedecer, la
mía, infeliz y desdichada, fue siempre continua desobediencia. Soy un
miserable esclavo que nunca ha sabido más que rebelarse contra vuestra
suavísima voluntad. Mi rey ha sido mi gusto, mi regla los vanos antojos de mi
veleidoso corazón. Obedecíais Vos, y yo insolente y loco pretendía alzarme
con el mando. Os hacíais Vos esclavo, y yo quise darme en todo, aires de
señor.
En mi corazón he levantado tronos y
altares; pero no han sido para Vos, sino para dar culto en ellos a mis
ambiciosas pretensiones, a mi insensata arrogancia. ¿Qué freno hubo que me
contuviese? ¿Qué valla me pusisteis que yo no saltase? ¿Qué precepto me
dictásteis que yo no rompiese?
¡Oh siervo rebelde, digno del más
infame castigo! ¡Oh mal vasallo, merecedor de la cárcel perpetua! ¡Oh hijo
contumaz, indigno de la herencia de tan buen padre! Pero, perdonadme, Jesús
mío; perdonad al extraviado, que sumiso ya y lloroso vuelve a Dios. Mandad,
Señor, que a mí me toca obedecer. Prometo desde hoy a vuestra ley, a vuestras
inspiraciones, a vuestros ministros, a mis superiores, formal, perpetua
y decidida obediencia.
Medítese, y pídase la gracia particular.
Oración y Acto de Consagración |