MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
  DÍA 2 
EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO DE HUMILDAD 
I 
   Mira, alma mía, la profundísima
  humildad del Corazón de Jesús. Siendo Jesucristo Dios, y como tal potentísimo
  y excelso, no le bastó hacerse Niño en las entrañas de una mujer, y nacer
  luego en una cueva de animales, y trabajar más tarde en un taller, y morir,
  finalmente, como reo miserable en una cruz. Aun después de su existencia
  mortal vive glorioso en el cielo, es verdad, pero en la tierra vive
  humillado y abatido. 
   Contémplale en este Sacramento. Ha
  escogido para vivir entre nosotros las apariencias más modestas. Déjase
  encerrar como prisionero en el fondo de nuestros pobres tabernáculos, en
  nuestras iglesias mil veces desiertas y abandonadas. ¡Ah mi buen Jesús! 
  Cómo sois Vos el mismo hoy que cuando nacíais en Belén, trabajabais en
  Nazaret, recorríais a pie los campos y aldeas de Judea, y moríais entre
  injurias y desprecios en el Calvario! No habéis mudado la condición llana y
  sencilla; no habéis dejado vuestras humildes maneras, a fin de que se
  acercasen a Vos sin temor los pobres y pequeñuelos, y aprendiesen en Vos
  sencillez y humildad los vanos y orgullosos. 
   ¡Oh! ¡humildísimo Jesús! ¡Enseñadme a
  mí, altivo y presuntuoso que soy, esta santa virtud de la humildad! 
   Medítese unos minutos. 
II 
   Me avergüenzo y me espanto ¡oh Jesús
  mío! cuando doy una mirada a mi pobre corazón. Es todo al revés del vuestro,
  tan sencillo y tan humilde. Está lleno de vanidad, presunción, necio orgullo,
  insaciable amor propio. Busca siempre el aplauso y la alabanza, sobresalir y
  brillar, obscurecer a los demás, hacerse superior a todos. 
   ¡Ah!  No son éstas las lecciones
  de vuestro humildísimo Corazón. Vos me queréis humilde para con Dios, para con mis prójimos y para conmigo mismo.
  Para con Dios, reconociéndome siervo y discípulo suyo, acatando sin murmurar
  todas sus disposiciones, sujetándome sin réplica a su dulce Providencia,
  agradeciendo como cosa suya todo lo que de bueno haya en mí. 
   Para con mis prójimos, portándome como
  si fuese el menor de todos ellos, sufriéndolos con caridad, tratándolos con
  dulzura, perdonando sus injurias, huyendo sus aplausos y alabanzas. 
   Para conmigo mismo, teniéndome por lo
  que soy, criatura miserable, indigna del polvo que piso, del cielo que
  contemplo y del aire que respiro, reconociéndome infeliz pecador que sólo por
  la divina compasión no ardo ya en los infiernos. 
   ¡Corazón de Jesús humilde! Dadme ese
  espíritu de perfecta humildad, para que consiga sentarme un día en el trono
  que reserváis a vuestro lado a los humildes como Vos. 
   Medítese, y pídase la gracia
  particular. 
Oración y Acto de Consagración  |