
Así como habéis empleado los
miembros
de vuestro cuerpo en servir a la impureza y
a la injusticia para cometer la iniquidad,
así ahora empleadlos en servir
a la justicia para santificaros.
(Romanos, 6, 19).
de vuestro cuerpo en servir a la impureza y
a la injusticia para cometer la iniquidad,
así ahora empleadlos en servir
a la justicia para santificaros.
(Romanos, 6, 19).
San Bonifacio vivía en pecado, en compañía de una dama romana llamada Aglae, de quien era
administrador. Un día esta mujer, movida por la gracia, lo envió al Oriente para
que procurase reliquias de mártires. "¿Qué dirías, - le dijo Bonifacio al
partir-, si te trajesen mi cuerpo por el de un mártir? ¿Lo
recibirías?" Llegado a Tarso, vio cómo un gran número de mártires
soportaban jubilosamente los más crueles tormentos. "¡Ah -exclamó- qué
grande es el Dios de los cristianos, qué grande el Dios de
los mártires! Servidores de Cristo, rogad por mí para que, unido a vosotros,
yo también combata a los demonios". Y, en efecto, confesó que era
cristiano y, después de muchas torturas valientemente soportadas, fue
decapitado.
I. Por muy
entregado que estuviera al pecado, Bonifacio se distinguía por su caridad.
Daba hospitalidad a los viajeros sin recursos, e iba, de noche, por calles y
plazas, socorriendo a los pobres. ¿No te has hecho culpable de faltas
contrarias a la pureza? Trata, mediante una tierna caridad para con los pobres,
de atraer sobre ti la gracia de Dios. La limosna libra del pecado y de la
muerte, e impide que el alma caiga en las tinieblas. (Tobías).
II. El arrepentimiento de su cómplice
dio principio a la conversión de Bonifacio; la vista de los mártires la
terminó. Acaso leyendo el relato de los suplicios de los mártires hayas
exclamado: "¡Qué grande es el Dios de los cristianos!" Pero, ¿te ha
conducido esta admiración a imitarlos sufriendo con paciencia, por lo menos
las pruebas ordinarias de la vida? Las solemnidades de los mártires son
exhortaciones al martirio. Tengamos la valentía de hacer lo que nos complacemos
en alabar. (San Agustín).
III. Cuanto más grande sea la falta,
más severa debe ser la penitencia. Contempla a Bonifacio recién convertido. Se
le destroza el cuerpo, húndensele agudas cañas por debajo de las uñas, se
le vierte en la boca plomo derretido, y no cesa él de repetir: Gracias
os doy, Señor Jesús, Hijo de Dios. Recuperemos, como él, el tiempo
perdido, mediante el fervor de nuestra penitencia. Y si fuimos para los
demás ocasión de pecado, tratemos de reparar con nuestros buenos ejemplos,
el mal que les hayamos hecho. Así fue como Aglae quedó firme en el bien por
el martirio de Bonifacio. Colocó sus venerables restos en una tumba en la vía
Latina, y, junto a ella, hizo construir una celda donde en medio de
austeridades pasó los últimos quince años de su vida.
El buen ejemplo
Orad por los que habéis
escandalizado.
Orad por los que habéis
escandalizado.
ORACIÓN
Dios omnipotente, haced, os lo suplicamos, que
celebrando la solemnidad del bienaventurado Bonifacio, vuestro mártir,
merezcamos ser ayudados por su intercesión ante Vos. Por J. C. N. S. Amén.
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* Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo II, (Ed. ICTION, Buenos Aires, 1982)