MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 25
PIDAMOS AL SAGRADO CORAZÓN, POR LOS POBRES AGONIZANTES
I
Más de ochenta mil almas, según
cálculo aproximado, pasan cada día de este mundo a la eternidad. De consiguiente,
más de ochenta mil personas están a todas horas en dolorosa agonía. Y ¿qué es
la agonía? Son los últimos instantes concedidos a aquélla alma antes de
presentarse al tremendo tribunal: Son las últimas luchas entre la gracia de
Dios y la sugestión del diablo, en aquel corazón que ambos se disputan toda
la vida. Son momentos preciosos, de los cuales, así puede salir una eternidad
feliz, como una eternidad desventurada. Al paso que se le van acabando al
cuerpo sus fuerzas; mientras va faltándole al pecho la respiración, a los
ojos la luz, a los miembros el calor y el movimiento, va acercándose el alma
a aquélla región pavorosa de la cual no se puede volver atrás.
Esto es agonizar, esto es morir. ¡Y más de ochenta
mil hermanos nuestros están cada día, ahora mismo, en este preciso instante,
en trance tan angustioso! Roguemos por ellos hoy y cada día al Sagrado
Corazón de Jesús!
¡Oh Corazón Divino, que agonizaste en
el Huerto y en el Calvario! sed luz y consuelo de estos hermanos
nuestros en su dolorosa agonía. Mirad bondadoso a estas almas privadas de
todo humano consuelo, y que pendientes entre el cielo que desean y el
infierno que temen, colocadas entre el tiempo que les huye y la eternidad que
se les viene encima, no tienen ya a quien volverse más que a Vos.
¡Corazón agonizante de nuestro divino
Salvador! Sed Vos el bálsamo Cordial para esos hermanos nuestros en su
angustiosísima situación!
Medítese unos minutos.
II
Un día seremos nosotros los que nos
hallaremos en agonía. Lo que varias veces hemos presenciado con horror en
tantos otros, por nosotros pasará y en nosotros lo verán entristecidos
nuestros amigos. El color pálido, la respiración difícil, la vista fija o
extraviada, el entendimiento anublado, la voz anudada a la
garganta, dirán que llegó el fin para nosotros, la hora de abandonar este
mundo, al que hemos entregado, quizás con demasía, nuestro pobre corazón.
¡Oh adorable Corazón de Jesús! Cuando
me falte todo, y todo me huya, y todo me desampare no me dejaréis Vos. ¡Oh
dulce Amigo mío! De Vos espero la gota mejor de cordial que ha de fortalecer
mi espíritu acongojado y calmar su agitación y zozobra; de Vos aguardo, por
medio de los Santos Sacramentos, el último abrazo de paz y reconciliación.
Pero entretanto, ochenta mil hermanos
míos se hallan cada día en estas angustias, y os ruego los socorráis.
Mientras como, descanso, trabajo, rezo o me divierto, ochenta mil almas se
hallan pendientes en su eterna suerte de este último combate decisivo. ¡Oh
amado Corazón de Jesús! Por aquellas tres amarguísimas horas que en el lecho
de la cruz os vieron cielos y tierra agonizante y moribundo, socorred en
tales apreturas a los hijos de vuestro Corazón
Medítese, y pídase la gracia particular.
Oración y Acto de Consagración |