San Gabriel había sido ya enviado a Daniel para anunciarle la época en que el Cristo había de nacer; y a Zacarías, cuando estaba ofreciendo en el templo el incienso, para avisarle del nacimiento del Bautista Precursor del Mesías. "Sólo San Gabriel, cuyo nombre significa Fortaleza de Dios, fue hallado digno, entre todos los Ángeles, de anunciar a María el plan divino respecto a Ella", dice San Bernardo.
San Gabriel se acerca con un santo respeto a la Virgen escogida desde toda la
eternidad para ser en la tierra la madre de Aquél de quien Dios es Padre en el
cielo. Dícele, con las palabras que le fueron dictadas por el Altisimo y que la
Iglesia gusta de repetir a menudo: "Dios te salve, llena de gracia; el
Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres".
Y, como ve el Ángel que María se asombra de semejante salutación, explícale cómo
ha venido a pedir su Fiat, para que se cumpla el gran misterio, que es
la condición de la redención del humano linaje. "Yo soy Gabriel, el que
estoy delante del Señor Dios, y que he venido a hablarte y a traerte esta feliz
nueva".
Pero Maria quiere permanecer siempre Virgen; y entonces el Ángel la
ilustra acerca del misterio, y dícele cómo ha de concebir por obra del
Espíritu Santo, Y que dará a luz un Hijo, al cual llamará Jesús, es decir,
Salvador. Todo ello sin detrimento alguno del lirio virginal que ofreciera a
Dios desde su más tierna infancia.
Maria entonces obedece sin titubeo y con la más profunda humildad, diciendo: He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y
en este momento se obró el más estupendo de todos los milagros, elevando Dios
hasta SÍ, en unión personal, al fruto bendito del seno de la Virgen. "Y el
Verbo se hizo carne, habitando entre nosotros"; se desposó con la
humanidad, con nuestra pobreza, con nuestra nada, y en cambio de ellos nos dio
su divinidad.
Puesto que por la voz de Gabriel hemos conocido la Encarnación del Verbo,
quiera Dios que, por su valimiento, consigamos los beneficios de esa misma
Encarnación.