4 de diciembre
SAN JUAN DAMASCENO,
Doctor de la Iglesia
SAN JUAN DAMASCENO,
Doctor de la Iglesia
San Juan Damasceno, el último Padre de la Iglesia de Oriente, nació en Damasco (por eso se le llama "Damasceno"), hacia el 675, fue ordenado sacerdote antes del 726 en Jerusalén, predicador de la iglesia del Santo Sepulcro, murió en el 749. León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia.
Su fama se debe principalmente a que él fue el primero que escribió
defendiendo la veneración de las imágenes.
Era hijo de un alto empleado del Califa de Damasco, y ejerció también el
importante cargo de ministro de Hacienda en esa capital. Pero de pronto dejó
todos sus bienes, los repartió entre los pobres y se fue de monje al monasterio
de San Sabas, cerca de Jerusalén, y allí se dedicó por completo a leer y
escribir.
Juan se dio cuenta de que Dios le había concedido una facilidad especial
para escribir para el pueblo, y especialmente para resumir los escritos de otros
autores y presentarlos de manera que la gente sencilla los pudiera entender.
Al principio sus compañeros del monasterio se escandalizaban de que Juan se
dedicara a escribir versos y libros, porque ese oficio no se había acostumbrado
en aquella comunidad. Pero de pronto cambiaron de opinión y le dieron plena
libertad de escribir (dice la tradición que este cambio se debió a que el
superior del monasterio oyó en sueños que Nuestro Señor le mandaba dar plena
libertad a Damasceno para que escribiera).
En aquel tiempo un emperador de Constantinopla, León el Isaúrico, dispuso
prohibir el culto a las imágenes, metiendose él en los asuntos de la Iglesia,
cosa que no le pertenecía, y demostrando una gran ignorancia en religión, como
se lo probó en carta famosa el Papa Gregorio II. Y fue entonces cuando le salió
al combate con sus escritos San Juan Damasceno. Como nuestro santo vivía en
territorios que no pertenecían al emperador (Siria era de los Califas
mahometanos), podía escribir libremente sin peligro de ser encarcelado. Y así
fue que empezó a propagar pequeños escritos a favor de las imágenes, y estos
corrían de mano en mano por todo el imperio.
El iconoclasta León el Isaúrico, decía que los católicos adoran las imágenes
(se llama iconoclasta al que destruye imágenes). San Juan Damasceno le respondió
que nosotros no adoramos imágenes, sino que las veneramos, lo cual es
totalmente distinto. Adorar es creer que una imagen es un Dios que puede
hacernos milagros. Eso sí es pecado de idolatría. Pero venerar es rendirle
culto a una imagen porque ella nos recuerda un personaje que amamos mucho, por
ejemplo Jesucristo, la Santísima Virgen o un santo. Los católicos no adoramos imágenes
(no creemos que ellas son dioses o que nos van a hacer milagros. Son sólo yeso
o papel o madera, etc.) pero sí las veneramos, porque al verlas recordamos
cuanto nos han amado Jesucristo o la Virgen o los santos. Lo que la S. Biblia
prohíbe es hacer imágenes para adorarlas, pero no prohibe venerarlas (porque
entonces en ningún país podían hacerse imágenes de sus héroes y nadie podría
conservar el retrato de sus padres).
El icono de "La
Virgen de tres manos" honra la memoria de este santo. Según la
hagiografía, el emperador León III habría hecho llegar al Califa una carta
falsificada en la que el santo incitaba al emperador a conquistar Siria. Por
orden del Califa al santo le fue amputada la mano derecha. Víctima del
suplicio, éste corrió a rezar frente al ícono de la Virgen con el Niño.

Gracias a la intercesión de la Madre recuperó de forma milagrosa la mano
amputada, y en señal de agradecimiento, San Juan hizo añadir una mano votiva
en la parte interior del icono. Este icono sería el prototipo de todos los
denominados "La Virgen de las tres manos". Basa en un recuerdo histórico,
la tercera mano recibe una interpretación alegórica: mano auxiliadora de la
Madre de Dios que siempre ayuda a los fieles como se manifestó milagrosamente
a este santo.
Subrayando el papel de los textos de las
Escrituras, San Juan Damasceno revaloriza el papel de los sentidos del hombre
en la vida espiritual. Decía en sus escritos: "lo que es un libro para los
que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con
palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el
catecismo de los que no leen".
En palabras de este santo, santificados el oído
y la vista conducen hacia la gloria de la divinidad: "los apóstoles han
visto corporalmente a Cristo, sus sufrimientos y sus milagros y han oído sus
palabras; también nosotros queremos ver y oír para ser beatos. Ellos lo
vieron cara a cara ya que estaban presentes corporalmente; también nosotros;
puesto que no está presente corporalmente, escuchamos sus palabras a través
de los libros y por ellos somos santificados y beneficiados y los adoramos
venerando los libros que nos han hecho oír sus palabras. Lo mismo ocurre para
el icono dibujado; nosotros contemplamos sus trazos y por cuanto Él está
entre nosotros captamos el espíritu de la gloria de su divinidad. Somos
dobles, hechos de alma y cuerpo y nuestra alma no es desnuda sino como
envuelta por un manto; nos es difícil llegar a lo espiritual sin lo corpóreo.
Habiendo palabras sensibles escuchamos con nuestros oídos corpóreos y
recogemos las cosas espirituales; del mismo modo a través de la contemplación
corpórea alcanzamos la contemplación espiritual".