Desaparecida
        su partida de bautismo, discuten los modernos biógrafos del Santo la
        fecha de su nacimiento, pareciendo casi seguro que éste tuvo lugar en
        Segovia el año 1533. Fue hijo de Diego Rodríguez y de María Gómez,
        dedicados al comercio de paños, y fue el segundo de los once hijos,
        siete varones y cuatro hembras, nacidos de este matrimonio. Cuando
        Alonso tenía doce años llegaron a Segovia dos de los primeros
        jesuitas, que se hospedaron en casa de Diego Rodríguez y, después de
        practicar su apostolado en la ciudad, se retiraron a una casa de campo.
        Durante todo el tiempo que estuvieron en Segovia tuvo el niño Alonso
        verdadera intimidad y trato con ellos, y los padres le enseñaron la
        doctrina cristiana, a rezar el rosario, a ayudar a misa y a confesarse.
        
   Uno de estos
        padres era nada menos que el padre Fabro, y, aunque San Alonso olvidó
        sus nombres, recordó toda su vida y evocaba en su ancianidad estas enseñanzas
        recibidas en la niñez. Su padre envió a Alonso y a su hermano mayor a
        estudiar a Alcalá en el colegio de jesuitas allí fundado por el padre
        Francisco Villanueva, amigo de la familia, y a quien fueron encomendados
        los dos hermanos. No estuvo allí Alonso mas que un año, pues,
        fallecido su padre, la madre decidió que el primogénito continuase los
        estudios y Alonso regresase a Segovia para ponerse al frente del negocio
        paterno. Parece que el Santo no reunía grandes condiciones para el
        comercio, y el negocio iba cada día peor. Por consejo de su madre se
        casó con una joven montañosa llamada María Juárez, que poseía
        algunos bienes de fortuna. De este matrimonio nacieron dos hijos, pero
        la desgracia perseguía a Alonso, que perdió primeramente a uno de los
        hijos y a su mujer. Ya viudo, se murieron el otro hijo y la madre del
        Santo, que así quedó solo.
 
   Se produce
        entonces en su alma una profunda crisis, decidiendo entregarse a una
        nueva vida, que inicia con una confesión general hecha con el padre
        Juan Bautista Martínez, predicador de la Compañía. Después pasó
        tres años de rigurosa penitencia con disciplinas cotidianas, cilicio,
        ayunos, cuatro horas y media diarias de oración y comunión cada ocho días.
        En una de sus memorias escrita en 1604 (Obras, t. l pp. 15-17) nos
        explica el Santo cómo en esta época fue ascendiendo de la oración
        vocal a la oración extraordinaria y sobrenatural, iniciándose ya las
        visitas de Jesucristo y la Virgen, tan constantes durante el resto de su
        vida. Después de seis años de esta vida hace en 1569 cesión a sus
        hermanas de sus bienes y se va a Valencia en busca de su confesor, el
        padre Luis Santander, rector del colegio de la Compañía en esta
        ciudad, y con el propósito de ingresar en la misma. Para esto se
        presentaron dificultades casi insuperables: su edad, su falta de
        estudios, su poca salud.
   El padre
        Santander lo colocó primero en casa de un comerciante, después de ayo
        de un hijo de la marquesa de Terranova. Vistas las dificultades para
        ingresar en la Compañía, y obedeciendo a la sugestión de un conocido
        en quien el Santo creía ver después una influencia diabólica, formó
        el propóstio de dedicarse a la vida eremítica. Se produce entonces una
        crisis decisiva para su futura vida espiritual, pues, cuando dió cuenta
        al padre Santander de su proyecto, éste le dijo: "Me temo, hijo,
        que os perdéis, porque veo que queréis hacer vuestra voluntad".
        Ante estas palabras la conmoción de Alonso fue extraordinaria, haciendo
        allí mismo firme propósito de no realizar nunca su voluntad en los
        restantes dias de su vida. Esto explica una de las notas características
        de la espiritualidad del Santo: la obediencia ciega y absoluta.
   Finalmente,
        todas las dificultades para el ingreso de Alonso en la Compañía fueron
        vencidas por la decisión del padre Antonio Cordeses, uno de los grandes
        espirituales jesuitas y provincial a la sazón, que dijo que "quería
        recibir a Alonso Rodríguez en la Compañía para que fuese en ella un
        santo y con sus oraciones y penitencias ayudase y sirviese a
        todos". Fue admitido en 31 de enero de 1571. En este mismo año, el
        10 de agosto, llegaron a Palma, enviados desde Valencia para ingresar en
        el colegio de Monte Sión, dos padres y un hermano. Era éste el hermano
        Alonso Rodríguez, que desde este momento residió en Monte Sión,
        desarrollándose allí todos los acontecimientos de su vida religiosa.
        En 5 de abril pronunció sus votos del bienio o votos simples. Doce años
        más tarde, en 1585. también en 5 de abril, hizo sus últimos votos de
        coad jutor.
   En este lapso
        de tiempo entre los dos votos hay que situar el periodo más duro y
        doloroso de su vida espiritual: los siete años llenos de sufrimiento y
        de terribles tentaciones, que el Santo nos relata en sus escritos. A
        partir de 1572 se hizo cargo del puesto de portero, que desempeñó sin
        interrupción durante más de treinta años, hasta mediados de 1603. Según
        nos relata el padre Colín, habiendo pasado ya de los setenta y dos años,
        "consumida su salud con la lucha perpetua de su carne y espiritu, y
        quebrantadas las fuerzas..., advirtiendo los superiores que no tenia
        sujeto para tanto trabajo ni pies para tantos pasos, habiéndole eximido
        primero de subir escaleras y otras cargas pesadas del oficio, se lo
        hubieron finalmente de quitar todo y encomendaron otros más
        llevaderos... Y esto hasta el año 1610, que los siete restantes ni para
        esto estuvo".
   Un conjunto
        de enfermedades le obligó en el año 1617 a guardar cama, no levantándose
        ya más, falleciendo en medio de acerbos sufrimientos en 31 de octubre
        de 1617 con el nombre de su amado Jesus en los labios.
   En la
        manuscrita Historia de Monte Síón se nos cuenta cómo desde 1635 se
        inició con limosnas la construcción de una capilla de traza y
        arquitectura "curiosa y magnífica" para, además de a otros
        servicios religiosos, destinarla a guardar en ella el cuerpo del
        venerable hermano Alonso Rodríguez. Esto no se realizó sino mucho
        después. Hasta 1760 no declaró Clemente XIII heroicas sus virtudes. La
        causa de beatificación del hermano Alonso fue interrumpida en razón de
        las vicisitudes sufridas en esta época por la Compañía con las
        persecuciones, que culminaron en la supresión, llevada a cabo por el
        papa Clemente XIV. El proceso se activó cuando en 1816 Pío VII
        restableció la Compañía y los padres volvieron al colegio de Palma en
        1823. El 25 de mayo de 1825 León Xll le proclamaba Beato y, finalmente,
        León XIII, en 15 de enero de 1888, canonizó al Beato Alonso Rodríguez
        al mismo tiempo que a su amado discípulo San Pedro Claver, el apóstol
        de los negros esclavos.
   El conjunto
        de los opúsculos de San Alonso no obedece a un plan sistemático: pero
        pueden clasificarse en tres grupos, conforme a los fines para que fueron
        escritos: a) consejos espirituales, que el Santo daba por escrito, unas
        veces espontáneamente, otras atendiendo peticiones, y estos papeles
        fueron tan solicitados que los superiores llegaron a prohibir su salida
        del convento sin su autorización; b) notas en las que el Santo recogía
        sus inspiraciones para tenerlas presentes y conseguir su progreso
        espiritual, denominándolas Avisos para mucho medrar; c) la cuenta de
        conciencia, que, obedeciendo a sus superiores, debía dar periódicamente
        por escrito, de las gracias recibidas de Dios, de su espíritu, de sus
        sentimientos. Así se formó su Memorial o Autobiografía, que, empezada
        en mayo de 1604, llega hasta junio de 1616. El conjunto de los escritos
        reproducidos en la edición del padre Nonell está constituido por trece
        cartapacios en cuarto y cinco en octavo. Los elementos antes indicados
        están agrupados formando algunos trataditos. Por ejemplo: Tratadito de
        la oración, Tratado de la humildad..., Amor a Dios..., Contemplación y
        devoción a la Virgen, Avisos para imitar a Cristo, etc. Si a esto añadimos
        las cartas, tenemos el panorama de la producción literaria del Santo.
        La manera de escribir, que hemos indicado, dió ocasión a numerosas
        repeticiones de conceptos e ideas, como puede comprobarse en la copiosa
        edición del padre Nonell. Para remediar este inconveniente elaboró el
        padre Borrós su Tesoro ascético, donde en solas 183 páginas recoge lo
        fundamental de la producción del Santo. Finalmente, su doctrina ha sido
        plenamente sistematizada en la obra del padre Tarragó.
   San Alonso,
        que escribió por estricta obediencia sus confesiones más íntimas,
        nunca habla de sí, refiriéndose siempre a una cierta persona, cuyas
        vicisitudes espirituales se relatan. Dentro de la Compañía la obra de
        San Alonso puede ser considerada como el símbolo y modelo de la
        espiritualidad de los hermanos coadjutores, que, alcanzando la santidad
        con sus trabajos humildes y obscuros, representan una especial faceta
        del apostolado y espiritualidad del organismo a que pertenecen.
   Aunque ningún
        aspecto de las etapas y manifestaciones de la vida espiritual dejan de
        tener su representación en el conjunto doctrinal de los escritos del
        Santo, creo que tres notas principales se destacan como las más
        caracteristicas y personales de esta espiritualidad: el ejercicio
        permanente para lograr la constante y auténtica familiaridad con Dios,
        la ciega obediencia y profunda abnegación de sí mismo, el amor y deseo
        de la tribulación, que el Santo consideraba el mayor bien que se puede
        recibir de Dios. Desde aquella promesa que hizo al confesarse en
        Valencia con el padre Santander, el Santo consideró la ciega obediencia
        como el primer deber. Él mismo, hablando de sí dice: "Lo que le
        pasa a esta persona con Dios sobre esta materia de la obediencia es que
        era tan cuidadosa en obedecer a ciegas que un padre le dijo que obedecía
        a lo asno". Se cuentan de él sucedidos que recuerdan por su
        ingenua simplicidad los relatos referentes a los humildes compañeros de
        San Francisco de Asís. En una ocasión, hallándose enfermo, el
        enfermero le lleva la comida, ordenándole de parte del superior que
        coma todo el plato. Cuando regresa el enfermero le encuentra deshaciendo
        el plato y comiéndoselo pulverizado.
   Los
        beneficios de la tribulación los expuso San Alonso en un encantador
        escrito titulado Juegos de Dios y el alma. Un breve texto nos explica
        las ganancias del alma beneficiándose con la tribulación. "Y el
        juego es de esta manera: que juega Dios con el alma, su regalada y
        querida, y el alma con su Dios, al cual ama con amor verdedero, y juega
        con Él a la ganapierde. Y es que, perdiendo en esta vida, según el uso
        del mundo, gana ella; y es que permitiendo Dios que sea maltratada,
        perdiendo, gana, callando y sufriendo el mal tratamiento, no se
        vengando, como se venga el mundo."
   "Pasa
        adelante el juego, y es que el alma va siempre perdiendo de su derecho,
        según su carne y el mundo le enseña; y así, perdiendo, gana, porque,
        si ganase según el mundo y la carne le enseña, quedaría perdida. ¡Oh
        juego enseñado por Dios al alma, cuan digno sois de ser
        ejercitado!"
   El Santo
        escribe en el sabroso castellano popular y corriente de la época y sin
        pretensiones literarias. A veces logra páginas de verdadera belleza,
        cuando expone doctrinas por las que siente apasionado entusiasmo: tal
        ocurre al explicar los frutos que se obtienen con el Ejercicio de la
        presencia de Dios: "Pues así como todas las plantas y criaturas de
        la tierra, con la comunicación y presencía del sol reciben de él gran
        virtud y las causa que crezcan y den fruto, así las almas que andan
        siempre en la presencia de Dios reciben de este Señor gran virtud y es
        causa que crezcan y den gran fruto de virtudes y buenas obras, enseñándolas
        grandes cosas de perfección. Y si las flores, y rosas, y los árboles
        reciben de parte del sol con su presencia y comunicación tanta
        hermosura y lindeza, y si él les faltase pondrían luto, como si fuesen
        sensibles. Como se ve en algunos géneros de rosas o flores, que cuando
        el sol quiere salir dan muestra de alegría descubriendo su hermosura y
        belleza con la venida y presencia del sol, que parece que le salen a
        recibir alegres; y cuando el sol se va de su presencia parece que ponen
        luto, porque luego cubren su hermosura, que parece a nuestra tristeza,
        por su ausencia, hasta que vuelva y le salgan a recibir con su
        acostumbrada hermosura y alegría; así, ni más ni menos, el alma que
        no reside y anda delante de su Dios, ¿cómo vivirá con tanta tristeza?
        ¿Quién alegrará su corazón? ¿Quién dará luz a su entendimiento?
        ¿Quién la encenderá en el amor divino?" (Obras, III p. 493).
   Pero la
        verdadera influencia espiritual no la ejerció San Alonso Rodríguez con
        sus obras, que permanecieron inéditas hasta el siglo XIX. El humilde y
        santo portero de Monte Sión fue durante su vida un foco radiante de
        espiritualidad. Dentro del convento los superiores, so pretexto de poner
        a prueba su obediencia, le obligaban a pronunciar pláticas en el
        refectorio y a contestar a consultas sobre temas arduos de doctrina, que
        eran siempre esclarecidos por la luminosa experiencia de su vida
        espiritual. Mediante su correspondencia con personalidades de Palma y de
        España entera ejerció un verdadero magisterio: pero aún sería mas
        importante la lista de cuantos recibieron directamente su enseñanza,
        desde los padres superiores del colegio hasta los novicios que por él
        pasaban.
  
        Representativa de esta influencia del humilde portero es la gran figura
        de San Pedro Claver. Cuando llegó como novicio tuvo San Alonso la
        revelación de que aquel joven había de ser santo por los merecimientos
        de su apostolado en las Indias. Es uno de los episodios más
        conmovedores de la historia de la espiritualidad española esta profunda
        y tierna intimidad entre los dos santos. Cuando el joven Pedro Claver
        partió de Monte Sión consiguió licencia para poder llevarse el
        cuadernito de avisos espirituales que le había dado el hermano portero
        Alonso. Estas hojas, que hoy se conservan piadosamente en el Archivo de
        Loyola, acompañaron al Santo en todas las tremendas vicisitudes de su
        vida. Su última gran alegría fue recibir en Cartagena de Indias, poco
        antes de su muerte, la Vida de San Alonso Rodríquez, publicada por el
        padre Colín. Paralítico y clavado en un sillón escuchaba la lectura
        de este libro, que evocaría en su mente recuerdos de su juventud en el
        colegio de Monte Sión, haciéndole sentir la nostalgia de aquellas
        tierras y de aquellos mares impregnados del recuerdo de Raimundo Lulio,
        que marcó a la cristiandad aquella ruta de apostolado heroico en cuya
        práctica consumió su vida abnegada el santo apóstol de los negros
        esclavos.
   Finalmente
        San Alonso Rodríguez es uno de los grandes santos de la Compañía de
        Jesús. Hombre de pocas letras, aunque muy dado a piadosas lecturas, su
        doctrina no es producto de una cultura libresca, sino el resultado de
        una experiencia espiritual, que logró elevarse a las más altas cimas
        de la vida mística. Como hemos visto, por circunstancias que parecen
        providenciales, toda su formación estuvo vinculada desde la niñez a la
        Compañía de Jesús, viniendo a ser este humilde hermano portero una de
        las pruebas vivientes de que se equivocan los que sostienen que la
        espiritualidad jesuítica es casi exclusivamente ascética.
PEDRO SAINZ RODRIGUEZ