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Yo os digo que de cualquier palabra  ociosa
que hablaren los hombres han de dar
cuenta en el día del juicio.(Mateo, 12, 36).
que hablaren los hombres han de dar
cuenta en el día del juicio.(Mateo, 12, 36).
   San Gregorio, obispo de Langres, no se contentó  a con librar posesos y curar enfermos mientras vivió; en el momento en que  llevaban a enterrar sus despojos mortales, hizo que se rompiesen las cadenas, de  los prisioneros que se encontraban a su paso. Fue su vida una oración continua.  En medio de la noche iba a la iglesia a orar a Dios, y, en llegando, abríanse  las puertas por sí solas. Constituía su alimento un poco de pan de cebada y su  bebida un poco de agua. ¡Qué fácil es dar cuenta a Dios de nuestros actos cuando  hemos conformado nuestra vida con la que Él mismo vivió sobre la tierra! San  Gregorio murió en el año 539.    
MEDITACIÓN SOBRE  
EL JUICIO PARTICULAR 
   I. Después de tu muerte darás cuenta de toda tu vida. Es lo  que enseña el Evangelio. No lo dudas, puesto que eres cristiano. Pero,  ¿comprendes bien que entraña esta verdad? Dios sabe todo lo que has hecho, lo  que has dicho y lo que has pensado, aun lo más secreto: te pedirá cuenta sobre  ello. ¡Ay! el momento de mi muerte, conoceré el estado en que ya debo permanecer  eternamente. ¡Oh momento terrible! Pensemos en él, preparémonos para ese  juicio. 
   II. Es Dios quien nos juzga; es tan clarividente que nada  escapa a su conocimiento; tan justo, que castigará severamente todas nuestras  faltas; tan poderoso, que nadie puede sustraerse del rigor de su justicia. Toma  medidas. ¿Qué le responderás? ¿Cómo excusarás tus pecados? ¡Ah, Señor, olvidaos  de los desórdenes de mi vida pasada, para no acordaros ya sino de vuestra  infinita misericordia! 
   III. La sentencia que pronunciará este juez es inapelable;  será ejecutada de inmediato. Ni las lágrimas, ni las dádivas, ni la privanza  tienen poder ante Dios, para hacerlo revocar este funesto decreto, o para  impedir su ejecución. Depende de mi únicamente el prepararme la sentencia tal  como la deseo; es preciso que sea mi acusador y mi juez, y que me castigue a mi  mismo. Debo mantenerme preparado a dar cuenta de mi vida en cualquier momento. ¿Qué haré yo cuando Dios me juzgue? ¿Qué responderé cuando me interrogue? (Job). 
El pensamiento del juicio 
Orad por los presos. 
Os suplicamos, Dios todopoderoso, que esta  solemnidad de San Gregorio, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el  espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Amén 
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