19 de julio
 
SAN ARSENIO EL GRANDE *
Eremita
(450 d. C.)
  
  
    
      
  
      SAN ARSENIO EL GRANDE *
Eremita
(450 d. C.)
   Cuando el emperador
      Teodosio el Grande buscaba a un hombre a quien confiar la educación de
      sus hijos, el Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, un senador tan
      versado en las ciencias sagradas como en las profanas. Arsenio se trasladó
      a Constantinopla para ejercer el cargo de tutor de los hijos del
      emperador. Se cuenta que en cierta ocasión Teodosio el Grande fue a ver a
      Arcadio y Honorio y los encontró sentados, mientras Arsenio les explicaba
      las lecciones de pie; al punto ordenó a sus hijos que en adelante
      escuchasen de pie las lecciones y pidió a Arsenio que tomase asiento.
      Pero Arcadio y Honorio no hicieron nunca honor a su tutor, quien, por otra
      parte, se sentía llamado a retirarse del mundo. Finalmente, después de
      haber pasado diez años en la corte, Arsenio oyó claramente la voz de
      Dios, que le decía: "Huye de la compañía de los hombres para
      salvarte." Arsenio partió, pues, de Constantinopla y se trasladó
      por mar a Alejandría. Después de la muerte de Teodosio, los monjes con
      quienes Arsenio vivía se burlaban de él llamándole "Padre de los
      Emperadores"; Arsenio, que sufría por no haber conseguido hacer
      hombres decentes de sus dos pupilos, huyó al desierto para olvidar su
      fracaso. [Refiriéndose a Arcadio, el historiador Gibbon escribía:
      "Un osado escritor satírico, que se ha dedicado a atacar parcial y
      apasionadamente a los emperadores cristianos, comparaba al hijo de
      Teodosio con una de esas bestias que, en su inocente simplicidad, ni
      siquiera se dan cuenta de que son propiedad del pastor. La comparación no
      peca contra la verdad, pero su bajeza es un atentado contra la dignidad de
      la historia."]
      
   Los superiores de los
      monjes de Esquela, ante quienes se presentó, le confiaron al cuidado de
      San Juan el Enano. Cuando los monjes se sentaron a comer, Juan el Enano se
      sentó con ellos, dejando a Arsenio de pie y sin saber qué hacer. Tal
      recepción era un rudo golpe para la vanidad de un antiguo miembro de la
      corte. Pero lo que siguió fue todavía peor: San Juan el Enano, tomando
      una rebanada de pan, se la arrojó a los pies y le dijo con aire de
      indiferencia que comiese si tenía hambre. Arsenio se sentó alegremente
      en el suelo a comer. San Juan quedó tan satisfecho al ver ese gesto, que
      consideró que no hacía falta probar más a Arsenio antes de recibirle y
      dijo a los monjes: "Este hombre será un buen fraile." Por falta
      de atención, Arsenio conservaba al principio ciertas costumbres
      cortesanas, como la de sentarse con la pierna cruzada, y sus compañeros
      veían en ello cierta ligereza o falta de recogimiento. Pero los monjes más
      antiguos, que tenían gran respeto por Arsenio, no querían humillarle en
      público haciéndoselo notar; así pues, se pusieron de acuerdo en que uno
      de ellos cruzaría la pierna en una reunión y soportaría sin replicar la
      reprensión de otro. Arsenio comprendió al punto la lección y no volvió
      a cruzar la pierna. El nuevo monje pasaba el tiempo tejiendo esteras con
      hojas de palma. En vez de cambiar el agua en la que humedecía las hojas,
      se contentaba simplemente con añadir más según se iba consumiendo.
      Algunos monjes preguntaron a Arsenio por qué no tiraba el agua sucia, y
      el santo respondió: "con el mal olor del agua sucia hago penitencia
      por haber empleado, en otro tiempo, perfumes lujosos." Arsenio vivía
      en la mayor pobreza; durante una enfermedad, hubo de mendigar la pequeña
      suma que necesitaba para procurarse medicinas. Como la enfermedad se
      prolongase, el sacerdote del desierto de Esquela trasladó a Arsenio a su
      propia celda y le recostó en un lecho de pieles de bestias salvajes, con
      una almohada en la cabecera. Algunos ermitaños condenaron el hecho como
      un lujo. En cierta ocasión, un empleado del emperador llevó a Arsenio el
      testamento de un senador que le había dejado por heredero de su fortuna.
      El santo tomó el documento y lo hizo pedazos, a pesar de que el enviado
      imperial le previno de que ello podría acarrearle dificultades. Arsenio
      se contentó con responder: "Yo morí antes que el senador y, por
      consiguiente, no puedo ser su heredero." El santo debía practicar,
      sin duda, ayunos muy severos, pues, aunque se le daba una ración muy
      reducida de grano para lodo el año, él se las arreglaba para regalar a oíros
      una parte de ella.
      
   Con frecuencia pasaba toda
      la noche en oración. Los sábados tenía por costumbre asistir a los
      rezos del crepúsculo y permanecer con los brazos en cruz hasta la salida
      del sol. Dos de los discípulos de Arsenio vivían cerca de él; se
      llamaban Alejandro y Zoilo. Algo más tarde, se añadió a esos dos discípulos
      un tercero llamado Daniel. Los tres se distinguieron por su santidad y sus
      nombres aparecen con frecuencia en las historias de los padres del
      desierto de Egipto. San Arsenio admitía rara vez a los visitantes. En
      cierta ocasión, fue a visitarle Teófilo, el obispo de Alejandría, con
      algunos compañeros y le rogó que le diese algunos consejos para bien de
      sus almas. El santo les preguntó si estaban dispuestos a seguir sus
      consejos. Cuando los visitantes le respondieron afirmativamente, Arsenio
      les dijo: "Bien, entonces os mando que, cuando alguien os pregunte dónde
      vive Arsenio, no se lo digáis o bien, decidles que se eviten la molestia
      de ir a visitarle y que le dejen en paz." El santo no visitaba nunca
      a sus hermanos, a los que veía de cuando en cuando en las conferencias
      espirituales. El abad Marcos le preguntó un día por qué rehuía de esa
      manera la compañía de sus hermanos. Arsenio replicó: "Dios es
      testigo de que os amo de lodo corazón. Pero, como no puedo estar con Dios
      y con los hombres al mismo tiempo, prefiero dedicarme a conversar con
      Dios." Sin embargo, no dejaba por ello de dirigir espiritualmente a
      sus hermanos, y todavía se conservan algunos de sus dichos. Con
      frecuencia repelía: "Muchas veces he tenido que arrepentirme de
      haber hablado, pero nunca me he arrepentido de haber guardado
      silencio." Solía también traer a colación lo que San Eutimio y San
      Bernardo se repetían para renovar su fervor: "Arsenio, ¿por qué
      abandonaste el mundo y para qué has venido a la religión?" En
      cierta ocasión, los monjes le preguntaron por qué pedía consejo a un
      iletrado, puesto que él era tan versado en las ciencias. Arsenio replicó:
      "Es cierto que conozco un poco de las culturas griega y romana; pero
      todavía me queda por aprender el "ABC" de la ciencia de los
      santos, y este monje ignorante lo conoce a la perfección." Evagrio
      del Ponto, que se había retirado al desierto de Nitria el año 385, después
      de haberse distinguido en Constantinopla por su saber, preguntó al santo
      por qué tantos hombres muy versados en las ciencias hacían tan pocos
      progresos en la virtud, en tanto que algunos egipcios analfabetas
      alcanzaban un alto grado de contemplación. Arsenio respondió: "Si
      nosotros no progresamos, es porque nos gloriamos de la vana ciencia que
      poseemos; en cambio, esos analfabetas egipcios, que conocen perfectamente
      su debilidad, ceguera e insuficiencia, avanzan en la virtud por el
      verdadero camino de la humildad." Los autores antiguos hablan muy
      frecuentemente del gran don de lágrimas de San Arsenio, que lloraba sus
      propios pecados y los del prójimo, particularmente la debilidad de
      Arcadio y la falta de juicio de Honorio.
      
   San Arsenio era bien
      parecido y muy alto, aunque con los años se encorvó un poco. Era de
      figura elegante y su rostro reflejaba a la vez la majestad y la
      mansedumbre. Su cabello era muy blanco y la barba le llegaba hasta la
      cintura; pero las lágrimas que derramaba continuamente le habían
      carcomido los párpados. Tenía cuarenta años cuando abandonó la corte y
      vivió hasta los noventa y cinco años en la mayor austeridad. Estuvo
      cuarenta años en el desierto de Esquela, hasta que la irrupción de los bárbaros
      le obligó a salir de ahí, hacia el año 434. Entonces se retiró a la
      roca de Troe, que dominaba la ciudad de Menfis y, diez años más tarde, a
      la isla de Canopo en las costas de Alejandría; pero, no pudiendo soportar
      la proximidad de dicha ciudad, se retiró a morir a Troe. Sus hermanos, viéndole
      llorar en sus últimas horas, le preguntaron: "Padre, ¿por qué
      lloras? ¿Tienes miedo de morir, como tantos otros?" Arsenio respondió:
      "Sí, tengo miedo y no he dejado de temer ni un solo instante desde
      que fui al desierto." Sin embargo, Dios le concedió una muerte muy
      apacible, y el santo pasó al Señor lleno de fe y de la humilde confianza
      que inspira la caridad perfecta, el año 449 o 450. En el canon de la misa
      del rito armenio se menciona su nombre.
      
   En Acta Sanctorum se halla
      la biografía griega escrita por Teodoro el Estudita, con una traducción
      latina. En 1920, T. Nissen editó un texto de dicha biografía, que los
      bolandistas no conocían, en Byzant. Neugriech. Jahrbuch, pp.
      241-262. Ver también el comentario de Acta Sanctorum, julio,
      vol. IV, y DCB., vol. I, pp. 172-174. 
- * Vidas de los Santos, de Butler, Vol. III.