14 de febrero 
SAN CIRILO, Monje
Y SAN METODIO, Obispo(*)
Co-patronos de Europa
SAN CIRILO, Monje
Y SAN METODIO, Obispo(*)
Co-patronos de Europa
   Las vidas paralelas de estos
        dos santos hermanos del siglo IX adquieren relieve de trascendente
        actualidad en el siglo XX. Son ellos, no sólo apóstoles de los países
        eslavos, sino también portaestandartes de la fidelidad a Roma en los
        tiempos borrascosos que preludiaron el cisma oriental. Focio, que había
        de ser patriarca de Constantinopla y primer promotor de la ruptura
        bizantina con Roma, fue profesor y jefe eclesiástico de ambos. Supieron
        ellos a tiempo desligarse del cismático patriarca, para seguir en unión
        con Roma, centro de la catolicidad. Su táctica marca un hito perenne en
        los actuales problemas de la unión de los cristianos.
         
        
   Los hermanos Cirilo y Metodio nacieron en Salónica,
        hermosa y antigua ciudad de la Macedonia griega, a principios del siglo
        IX. La ciudad se distinguía por su carácter cosmopolita, y los
        tesalonicenses aprendían con gusto los mas extraños idiomas, gloriándose
        de poder entender hasta los bárbaros del Norte y mantener activo
        comercio con las regiones más recónditas de la Panonia, de la Misia y
        de la Dacia. El valle del río Vardar, en cuya desembocadura se
        encuentra la ciudad, forma como un corredor de entrada a la península
        Balcánica y a la región danubiana. Salónica era por eso plaza fuerte
        tan celosamente atendida por los emperadores bizantinos, ya que, perdida
        ella, podía darse por terminada la dominación griega en los Balcanes.
        Eslavos y búlgaros intentaron varías veces apoderarse de Salónica,
        pero en su fracaso llegaron a establecerse pacíficamente en los
        suburbios de la ciudad. Entre estas gentes sencillas aprendieron los dos
        hermanos el difícil e inculto idioma eslavo.
        
   Su padre se llamaba León y ocupaba el alto cargo de
        lugarteniente general de la zona militar; hombre versado no sólo en
        asuntos militares, sino filosóficos y religiosos, en su biblioteca
        abundaban las obras de los Santos Padres, particularmente las de San
        Gregorio Nacianceno. Tanto él como su señora eran de noble abolengo y
        muy piadosos. Tuvieron siete hijos, de los que Metodio era el primero y
        Cirilo el último. Aquél nació en 815, éste en 826. Lo mismo el
        nombre de Metodio que el de Cirilo son monásticos; Cirilo se llamaba
        Constantino, debiendo el nombre de Metodio de empezar igualmente por M,
        según la costumbre monacal de permutar el nombre propio por otro que
        empezase por la misma letra.
        
   Muy joven aún, Metodio fue nombrado gobernador de la
        provincia de la Macedonia interior, en las fronteras de la actual
        Albania, donde ya se establecían los eslavos. Allí conoció el espíritu
        y las necesidades de este pueblo.
        
   Cirilo inició sus estudios en Salónica. En ese
        tiempo leía y releía las obras de San Gregorio Nacianceno, aprendiendo
        de memoria sus maravillosas composiciones poéticas y aspirando a la
        sabiduría divina que brillaba en los escritos del maestro. Muerto
        prematuramente León, cuando Cirilo tenía sólo catorce años, fue éste
        acogido bajo la protección de Teoctistos, canciller imperial y primer
        ministro de la emperatriz Teodora, quien le llamó a Constantinopla para
        completar allí su formación.
        
   Constantinopla estaba en el siglo IX en el apogeo de
        su esplendor: era, efectivamente, la capital del mundo civilizado y
        centro importantísimo de cultura cristiana. El patriarcado gozaba de
        muchísimos privilegios, lo que, unido a la intromisión de los poderes
        civiles en el terreno eclesiástico, ofrecía terreno propicio a las
        intrigas y a la venalidad de los altos dignatarios de la Iglesia. Los
        monjes eran los que preferentemente salvaguardaban la ortodoxia y defendían
        la Iglesia de las injerencias civiles. El pueblo era profundamente
        piadoso, datando de entonces el incremento del culto a las sagradas imágenes,
        con la derrota de la herejía iconoclasta el 19 de febrero de 842.
        Gobernaba el patriarcado el santo monje Ignacio.
        
   Teoctistos cedió a Cirilo un cuarto en su propio
        palacio y le inscribió en la universidad Imperial, que funcionaba en la
        misma corte, no lejos de Santa Sofía. Sus maestros fueron León, el
        sabio más ilustre de la ciudad, por sobrenombre el Filósofo o el Matemático,
        y Focio. Este, a despecho de haber alumbrado el cisma oriental, poseía,
        con todo, una ciencia prodigiosa y grandes méritos en el campo filosófico,
        histórico y aun teológico. Focio era entonces seglar. Cirilo hizo
        notables progresos en el conocimiento de la antigüedad clásica y en
        las obras de los Santos Padres. No pudo, en cambio, mantener relaciones
        cordiales con el arrogante Focio, que odiaba al canciller, a la
        emperatriz, al santo patriarca Ignacio y a los monjes en general. A
        Cirilo le asqueaba la vida oficial y decidió retirarse a un monasterio.
        Ante las súplicas de Teoctistos y la influencia de la emperatriz demoró
        Cirilo su retiro. El año 847 recibió la ordenación sacerdotal y fue
        nombrado bibliotecario patriarcal, archivero curial y secretario del
        Consejo Eclesiástico. Ante las injusticias de que a diario era testigo
        en el desempeño de su cargo, Cirilo desapareció misteriosamente.
        Obligado a regresar a Constantinopla, en el momento en que su maestro
        Focio era elevado a la dignidad de patriarca, aceptó sustituirle en la
        cátedra de filosofía; tanto se distinguió en ella que a los
        veinticinco años era ya universalmente conocido con el sobrenombre de
        "filósofo".
        
   Durante los reinados de Teodora y Miguel venían del
        Norte y del Oriente legaciones de pueblos extranjeros a Constantinopla,
        buscando en Bizancio protección y luz. Los emperadores enviaban
        embajadores mitad religiosos mitad políticos, para poner trabas a las
        empresas mahometanas y germanas.
        
   Cirilo fue escogido el año 851 para acompañar, en
        calidad de intérprete y consejero, una delegación imperial a la corte
        del califa de Bagdad.
        
   Coincidiendo con su retorno a Constantinopla se acentúan
        sus ansias de soledad y sus preocupaciones por la vida monástica. Debió
        estar en correspondencia con su hermano Metodio, quien, tras los desengaños
        experimentados en su gobierno, abandonó la carrera administrativa y
        abrazó la vida monástica, entrando el año 853 en un monasterio del
        monte Olimpo. Este monte Olimpo no tiene relación alguna con el Olimpo
        griego, morada de los dioses mitológicos; estaba situado en el Asia
        Menor, no lejos del mar de Mármara, cerca de la actual ciudad de Brus;
        era conocido como el Olimpo asiático o bitinio, centro monacal de
        contemplación y de estudio. Cirilo siguió a su hermano Metodio en las
        soledades del monasterio.
        
   Fue ésta una época de paz para ambos hermanos, en la
        que harían grandes acopios de santidad y de ciencia sagrada.
        Constantinopla, en cambio, era un volcán de pasiones. Bardas, hermano
        de Teodora, hombre ambicioso e inmoral y tutor de Miguel, legítimo
        heredero del trono, acabó por encarcelar y asesinar a Teoctistos,
        expulsar del trono a Teodora, desterrar al patriarca Ignacio y
        entronizar al arribista Focio. Este no olvidó a los dos hermanos y para
        captárselos a su bando les ofreció dignidades, que ellos rehusaron
        valientemente. Focio buscaba desde entonces un pretexto para alejarlos
        diplomáticamente del Imperio; en esto coincidía con los deseos de
        ambos hermanos, que no podían reconocer la autoridad de Focio. Pronto
        se presentó una ocasión oportuna para ello.
        
El hakán de los kázaros envió, hacia el año 861,
        una embajada a Constantinopla, solicitando misioneros que confutasen los
        errores islámicos y judíos. Cirilo y Metodio parecieron los sujetos más
        aptos para esta empresa; Cirilo como director, Metodio como consejero. A
        través del Quersoneso, al sur de la península de Crimea, se dirigen el
        año 861 al país de los kázaros en la costa del mar Negro, entre el
        Don y el Cáucaso, donde fueron recibidos con todos los honores. Dios
        bendijo en forma extraordinaria esta misión, en la que los hermanos
        demostraron dotes excepcionales, además de la santidad de sus vidas,
        para adaptarse a mentalidades extrañas para aprender lenguas
        extranjeras y sobre todo para no mezclar en su apostolado la religión
        con el nacionalismo o la Política. Su labor fue sencillamente
        cristianizar, a base del respeto a los usos y costumbres de los pueblos.
        Cirilo escribió entonces una obrita para confutar los errores
        judaizantes de que estaban contagiados los kázaros. Metodio la tradujo
        al eslavo, pero de ella no quedan sino pocos fragmentos. Más de 200
        dignatarios abrazaron el cristianismo y la amistad entre Bizancio y el
        kan quedó firmemente cimentada.
        
   Un suceso llenó de alegría el corazón de los
        hermanos a su paso por Kerson: el hallazgo del cuerpo de San Clemente
        Romano en unas ruinas de la islita que está frente a la ciudad, en la
        tarde del 23 de enero. Los sagrados despojos fueron llevados
        primeramente a la catedral, donde quedó una parte de ellos; la otra la
        conservó Cirilo, llevándola consigo a Constantinopla y más tarde a
        Roma.
        
   De vuelta a Constantinopla, el emperador y el
        patriarca los recibieron con el honor que correspondía al éxito de su
        misión. Los dos hermanos volvieron a retirarse al monasterio del monte
        Olimpo, pero su retiro debió de durar poco tiempo.
        
   Entran ahora en escena los pueblos eslavos. Ratislao,
        príncipe de Moravia, enviará una embajada a Bizancio solicitando también
        misioneros. Hacia el siglo IX se habían extendido ya los eslavos desde
        las llanuras de la Rusia meridional, por el norte, hasta el mar Blanco;
        por el sur, hacia el Adriático y el Egeo; por el occidente habían
        penetrado hondamente en Alemania y por el este llegaban al Volga. Se habían
        formado incluso varios Estados eslavos, tanto al norte como al centro y
        sur de Europa. Entre ellos se distinguía por su creciente poderío la
        nación morava.
        
   Moravia había sido ya precedentemente cristianizada,
        al menos en parte, por misioneros alemanes, pero con escaso éxito,
        debido, sin duda, a la falta general de adaptación al medio ambiente.
        Es natural que a un pacto entre príncipes se unieran el motivo
        religioso y el político; el rey moravo soñaba con poner trabas a la
        expansión germánica, el emperador bizantino acariciaba la idea de
        extender su influencia entre los pueblos de Centroeuropa. Cirilo y
        Metodio, ajenos a las miras políticas de ambos reyes, pensaron
        solamente en cristianizar. Estudiaron mejor las costumbres del país, se
        hicieron rápidamente cargo del sistema conducente a la evangelización
        de los eslavos y sacaron la conclusión de que se imponía una liturgia
        oriental en lengua del país, en consonancia con la doctrina de la
        adaptación.
        
   La empresa debió ser ardua por muchos conceptos.
        Primero, por lo que parecía una innovación en metodología misional;
        segundo, por la oposición de los alemanes.
        
   No debía ser, efectivamente, fácil introducir una
        liturgia en lengua nativa, dado que no existía alfabeto eslavo. Cirilo,
        que ya en un principio se había esforzado por transcribir algunas
        palabras eslavas con la ayuda del alfabeto griego, renueva ahora
        ahincadamente sus esfuerzos, logrando definitivamente adaptar los
        caracteres cursivos griegos a la lengua eslava, supliendo con media
        docena de signos originales los sonidos eslavos inexistentes en la fonética
        griega. Surge así el alfabeto llamado "glagolita" (de glagol
        = palabra), con el que tradujeron progresivamente los libros
        indispensables para el culto y el conocimiento de la Sagrada Escritura.
        Este milagro lingüístico produjo enorme impresión en la corte
        bizantina.
        
   El alfabeto "glagolita" no debe confundirse
        con el "cirílico", basado en la aplicación a la fonética
        eslava de los signos unciales griegos. Aunque este último lleva el
        nombre de "cirílico" por San Cirilo, con todo, su autor
        parece que fue Clemente, uno de sus discípulos. Cirilo es únicamente
        autor del "glagolita". Digamos de paso que las traducciones de
        la Sagrada Escritura a la lengua eslava llevan el sello de los mejores códices
        antiguos conservados por los monjes del monte Olimpo, siendo, aunque
        tardías, de gran importancia para la crítica textual y para la
        restauración del texto bíblico original.
        
   El éxito de los dos hermanos entre los moravos fue
        enorme, pero chocaron con la resistencia tenaz de los misioneros
        germanos, que veían en ellos dos vagabundos filósofos, perturbadores
        de la paz religiosa en los terrenos feudos de Germania. Pero el príncipe
        los protegía con su apoyo, el pueblo los quería, admirando en ellos
        unos griegos finos, cultos y enérgicos, que hablaban la lengua de su país
        y les presentaban la palabra de Dios adaptada a su mentalidad. La mies
        fue tan copiosa que faltaban sacerdotes para tanto fruto de
        conversiones. Ninguno de los dos era obispo, y Metodio ni siquiera
        sacerdote.
        
   Con la intención de interesar algún prelado en la
        empresa de convertir a los eslavos se ponen en camino, acompañados de
        algunos de sus discípulos; atraviesan la parte inferior de la Panonia,
        donde entran en relaciones con el príncipe Kocel, que la gobernaba como
        vasallo del Imperio germánico. Estuvieron allí unos seis meses; Kocel
        aprendió la escritura eslava y puso bajo el magisterio de Cirilo 50 jóvenes
        de su séquito, para que les enseñase los libros eslavos y los
        rudimentos de la fe; él mismo acompañó a los peregrinos hasta las
        fronteras de su reino y más tarde se había de interesar ante Roma en
        que Metodio fuese nombrado obispo de Panonia. Al llegar a Venecia
        encontraron, por el contrario, fría acogida por parte del patriarca y
        del clero, prevenido ya por los rumores adversos que sobre ellos corrían;
        estos rumores, en forma concreta de acusación de apostasía y de herejía,
        habían llegado hasta Roma, promovidos por el clero germano. De no
        mediar el elemento político, que encendía las pasiones nacionalistas y
        ofuscaba la inteligencia de la verdad católica, no se explicaría esta
        hostilidad contra los apóstoles hermanos. Ellos practicaban
        sencillamente la adaptación, cual lo había hecho Jesucristo, los apóstoles,
        toda la Iglesia primitiva al evangelizar el mundo; pero, aun dado caso
        de que en el siglo IX o en los pueblos eslavos no conviniera ya
        continuar el mismo sistema, una cosa meramente metodológica no es para
        provocar acusaciones tan graves.
        
   Los dos hermanos continúan viaje a Roma. El
        recibimiento fue apoteósico y, por ende, inesperado. Había corrido la
        voz de que eran portadores de las reliquias de San Clemente; el Papa
        Adriano II, numerosos cardenales y obispos, una muchedumbre inmensa de
        ciudadanos les salieron al encuentro y llevaron procesionalmente el
        santo cuerpo del papa romano. El Papa tuvo ocasión de conversar
        largamente con Cirilo, y prendado de su profunda piedad, de su
        intachable ortodoxia, de su celo apostólico, bendijo largamente a los
        hermanos y aprobó sus proyectos misioneros. Metodio y otros tres
        eslavos recibieron la ordenación sacerdotal y celebraron su misa en
        rito eslavo, los días 5 y 6 de enero, respectivamente, del año 868.
        Los libros eslavos, bendecidos por el Papa, recibieron como su
        consagración al ser colocados oficialmente sobre el altar de Santa María
        ad praesepe (Santa María
        Mayor). Ante una reunión de cardenales, obispos y teólogos, presidida
        por el Papa, Cirilo expuso sus proyectos apostólicos; fue aplaudido unánimemente,
        excepción hecha de los que simpatizaban con el emperador de Alemania,
        que veían en la nueva liturgia eslava una barrera al poder
        expansionista de los príncipes germanos.
        
   Se quiso nombrar obispo a Cirilo; pero, enfermo desde
        la misión a los kázaros, se agravó rápidamente y tras despedirse de
        su hermano Metodio y de todos los presentes, se durmió en la paz del Señor
        el 14 de febrero de 869. Antes de morir, y después de recibir los últimos
        sacramentos hizo la profesión monacal y cambió el nombre de
        Constantino por el de Cirilo. Los funerales fueron presididos por el
        mismo Papa, quien mandó que su cuerpo recibiera sepultura en la basílica
        de San Clemente, junto a las reliquias que él mismo había traído.
        
   Metodio, que, a pesar de ser mayor que su hermano, había
        sido siempre su fiel ayudante, toma ahora el timón de la desolada misión
        morava. Si no tenía la preparación teológica y científica de su
        hermano Cirilo, poseía, en cambio, en alto grado el don de mando y de
        gobierno. Regresa al Oriente en calidad de "misionero apostólico
        de los eslavos" y de "legado pontificio", y portando
        cartas para los príncipes Ratislao, Kocel y Sviatopolk. Llamado
        nuevamente a Roma, volvió a la Ciudad Eterna acompañado de nobles
        varones y de veinte candidatos al sacerdocio. Metodio fue consagrado
        obispo a fines de 869 y nombrado primer arzobispo de Sirmio (Srem), diócesis
        que se extendía a Moravia, Panonia, Servia y por el norte hasta la
        Sarmacia (desde la frontera griega hasta más allá de los Cárpatos).
        Esta archidiócesis debía separar el Oriente bizantino y el Occidente
        romano-germánico, germen de seculares luchas.
        
   Cuando, en 870, Metodio torna a la misión para tomar
        posesión de su archidiócesis, encontró las cosas cambiadas.
        Sviatopolk, tío de Ratislao, había hecho causa común con los príncipes
        y obispos alemanes; Ratislao, protector fiel de Metodio, fue hecho
        prisionero y desapareció, sin vestigio, de la escena. Metodio fue
        encerrado en una torre, donde le hicieron sufrir ultrajes y
        humillaciones durante dos años y medio, queriéndole obligar a
        renunciar sus cargos y dignidades. El año 872 tuvo noticias del
        secuestro el papa Juan VIII, quien mandó bajo excomunión que fuese
        puesto en libertad; el obispo de Ancona, "legado pontificio ad
        hoc", le liberó de la cárcel y Metodio prosiguió incansable
        su obra evangelizadora. Por todas partes era recibido como "enviado
        del cielo". Sus discípulos se extendieron por el norte entre los
        ucranianos y polacos, y por el sur entre los panonios, croatas y
        servios.
        
   Los alemanes arreciaban en sus acusaciones de herejía
        contra Metodio, y el Papa le impone el sacrificio de abandonar la
        liturgia eslava. Importaba menos a Metodio el triunfo momentáneo de sus
        enemigos que el fracaso de una misión tan fecunda; por eso emprendió
        un nuevo viaje a Roma en 879, para responder de las acusaciones de herejía
        y de innovación en la liturgia. Juan VIII aprobó enteramente su
        ortodoxia y su liturgia. Metodio pudo volver justificado a su misión.
        Hacia el 882 lo encontramos en Constantinopla y poco tiempo después
        muere entre sus fieles el 6 de abril de 884. Se le hicieron grandiosos
        funerales con oficios en latín, griego y eslavo: "Reunido el
        pueblo en masa con cirios y lágrimas, acompañó a su buen pastor. Allí
        estaban todos, hombres, mujeres, niños y grandes, ricos y pobres,
        libres y esclavos, viudas y huérfanos, extranjeros e indígenas,
        enfermos y sanos, porque Metodio se había hecho todo para todos, para
        salvarlos a todos".
        
   Su cuerpo fue llevado posteriormente a Roma y colocado
        en San Clemente, junto al de su hermano Cirilo. Un cuadro sintetiza su
        santidad: el alma de Cirilo es presentada al supremo juez por sus dos
        santos protectores, Miguel y Gabriel, príncipes de las milicias
        celestiales; San Andrés y San Clemente asisten al trono divino y el
        hermano Metodio levanta suplicante el cáliz eucarístico en sufragio
        del difunto. Ambos juntos suelen ser pintados por los iconógrafos
        bizantinos leyendo y bautizando en Moravia, con un hombre arrodillado a
        sus pies, que les ofrece pan y sal, según el rito de los eslavos, en
        signo de amistad.
        
   Cirilo y Metodio esperan en Roma la hermosa hora del
        encuentro y del abrazo. Son como el Oriente hincado en el corazón de
        Roma. Son como los testigos de una caridad unitiva que traspasa pueblos
        y coliga siglos.
        
   Además de las fiestas en el día de su muerte (14 de
        febrero y 6 de abril), se les honra con una fiesta común, lo mismo en
        la Iglesia oriental que en la latina. León XIII puso sus nombres en el
        Misal Romano el 25 de octubre de 1880, fijando su fiesta para el 5 de
        julio, que luego, en diciembre de 1887, fue trasladada al 7 del mismo
        mes; en el rito, oriental se celebra el 11 de mayo, tanto por los católicos
        como por los disidentes.
        
 SANTIAGO
        MORILLO, S. I. 
*Año
    Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.